Historias de uno de Huelva

Los Campanilleros del Brasil Grande

La agrupación musical sonaba a gloria, con muy buenas voces de todos los chicos, aunque lamentablemente no había chicas en el grupo.

Casas de Brasil Grande

Andrés Pérez ParraAndrés Pérez Parra. Comienzo hoy una serie de artículos de pequeñas historias, anécdotas y vivencias que voy a compartir con los lectores. Historias de uno de Huelva son breves relatos de mi vida que, como los de cada uno de nosotros, tienen cabida en la mochila existencial. Esa que se nos coloca al nacer y llega hasta el final, más o menos cargada. El objetivo es mirar con serenidad y perspectiva otras épocas de esta Huelva, desde dentro, en la vida misma, con situaciones complejas en ocasiones y también momentos de felicidad, que resultan entrañables recordar.

Cuando era un niño de nueve o diez años vivíamos mis padres y yo, hijo único, en una gran casa comunal que estaba en el mismo centro de Huelva. Se llamaba Casa de la Santísima Trinidad, familiarmente el Brasil Grande. Allí habitábamos nada menos que 160 familias. En ese espacio que era como una aldea en la misma ciudad teníamos muchas actividades comunes. Una de ellas era en Navidad hacer una banda de campanilleros.

La agrupación musical sonaba a gloria, con muy buenas voces de todos los chicos, aunque lamentablemente no había chicas en el grupo. Las cosas de la época, un poco machistas pero que ya gracias a Dios hoy no ocurre. A mi me encantaba cantar y yo quería pertenecer a esa banda de Campanilleros. Sorpresa la mía cuando el director me dijo «mira, Andresito, que vas a participar en la banda«. Me fui corriendo a casa, entusiasmado, para decirle a mi madre que me comprase unos vaqueros nuevos, una camisa blanca y unas cintas de colores que iban cosidas como en una flor que llevábamos en el hombro. También un sombrero de paja, y un pañuelo al cuello. Todo ese equipamiento para salir con la Banda de Campanilleros del Brasil.

Y yo feliz como un niño con zapatos nuevos. Me sabia todo el repertorio porque iba con ellos a todos los sitios donde cantaban para oírlos. Pero cual fue mi sorpresa cuando el primer día que salgo me dice el director «tu tranquilo niño, yo te aviso«. Yo lo miraba continuamente esperando alguna indicación. Poco antes de terminar va y me dice «ahora toma este platillo y cuando yo te avise se lo pones delante a toda la gente que hay aquí». Lo hizo, y me tocó mi turno: «Anda, Manolillo, sal a recoger unas pesetillas, buena cosa es«.



Esta fue toda mi intervención en la banda de campanilleros pero lo acepté, y seguí saliendo con ellos hasta me terminé mudando del Brasil para vivir en otro sitio.


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