María Rocío Contreras. ‘En Huelva no hay ná‘, eso dicen muchos o algunos. Con la benevolencia y generosidad de este medio pero, sobre todo, con la de los lectores y lectoras que estén dispuest@s a leerme, me he atrevido a repetir la experiencia tras escribir un primer mini-artículo el pasado domingo, titulado ‘La Huelva del nos cabe tó, la plaza de las Monjas‘. Este se lee en solo cuatro minutos.
Aquel del domingo ha tenido muchas lecturas -me dicen en la redacción del periódico que ciento dos mil impresiones hasta el momento-. Y ha causado cierto revuelo, con interpretaciones diversas y respuestas muy polarizadas, aunque una mayoría de los opinantes coincidían en esencia con la que yo expresé en aquellas líneas.
Leyendo las apreciaciones de los lectores, también en redes sociales, una afirmación de varios de ellos me da el tema de esta segunda entrega de la columna a la que voy a titular ‘Opinando Tá y Cuá‘. Con frustración, incluso con desprecio, ciertas valoraciones repasan la riqueza monumental, arquitectónica y patrimonial -que engloba a aquello y más cosas- de otras capitales andaluzas y, comparando, concluyen que ‘en Huelva no hay ná‘.
Ante esta rotunda pesadumbre, de primeras podía caer en la patética práctica de reivindicar Huelva a través de elementos patrimoniales ajenos, más propios de esos maravillosos pueblos que tenemos en la provincia. El jamón, las gambas, Juan Ramón, el vino, El Rocío,… algo muy propio de bastantes de políticos, sobre todo, que de forma crónica han mostrado con estos comentarios, sencillamente, incapacidad por incultura -o desinterés- de encontrar y promover nuestros valores realmente autóctonos.
Y, ojo, que presumir de los pueblos de la provincia de la que esta es capital es más que legítimo y saludable. Otra cosa es que abusando de hacer eso, sin ofrecer ningún argumento propio, lo que denotemos es que, efectivamente, en Huelva capital ‘no hay ná’.
El jamón es de la Sierra, las gambas hay que compartirlas, en términos de identidad, con Punta Umbría, Isla Cristina y Ayamonte, como mínimo. Juan Ramón, naturalmente tuvo mucho vínculo con su lejana y rosa, pero es incuestionablemente moguereño. El vino, condal. Y El Rocío… el Rocío somos todos y Almonte, dada la universalidad de nuestra incomparable Advocación, aunque seamos muy rocieros, algo que nadie discute.
Podíamos agarrarnos al Hecho Colombino. Pero es obvio que también hay que compartirlo, sobre todo con Palos y Moguer. Pero así mismo con Cartaya, Lepe y Ayamonte, además de algún otro pueblo de la provincia.
Entonces ¿qué pasa? ¿qué hay aquí? a ver si van a tener razón estos agoreros que dicen que en Huelva ‘no hay ná’. Pues no, no llevan razón. En Huelva si hay algo, y mucho. Hay dos tesoros, uno a la vista y otro escondido, que pueden ser motivo de orgullo y valores muy diferenciales en términos de identidad patrimonial.
A la vista están nuestros doloridos cabezos, tan mutilados y tan intencionadamente desatendidos para ir sucumbiendo ante el interés inmobiliario. No hay ninguna capital andaluza que tenga estas joyas de la naturaleza en el marco urbano, tan determinantes de nuestra historia. Símbolos etnográficos e incluso albergadores de ricos patrimonios arqueológicos y paleontológicos.
La inconcebible apatía de las administraciones públicas en la defensa y puesta en valor de los cabezos es una de las situaciones más dramáticas para la cultura y la identidad de esta ciudad. Ahí si está ‘la madre del cordero‘. Tanto dinero invertido, derrochado, en tratar de encontrar la personalidad de Huelva con continuos experimentos urbanos -la mayoría aborrecibles- cuando tenemos un elemento esencial ahí, los cabezos, al que si habría que destinar fondos en el ánimo de hacer de este enclave un lugar habitable y atractivo.
Ya tenemos algo, más bien muchísimo, a pesar de tanto desmonte irreversible. Queda que salvar. Pero es que esto no se lo creen las autoridades, o no se lo quieren creer. Algo similar a lo que ocurre con el segundo tesoro, éste oculto: el excepcional patrimonio arqueológico. Toda la vida en Huelva abriendo el subsuelo para edificar -tras tirar impunemente los edificios antiguos- y toda la vida echando hormigón y tapando rápido los restos de la antiquísima ciudad. Y, como de limosna, en los últimos años se para un poco la construcción, se registra lo que se encuentra, en algunos casos se extrae algo para el almacén del Museo, se cierra otra vez, y ‘si te vi no me acuerdo‘.
No ha habido ni, lamentablemente hay, una estrategia sólida, firme, convencida para recuperar este patrimonio y ponerlo en su incalculable valor. Siempre ‘tiritas’ para consolarnos. Algún mini-espacio de interpretación -aledaño, nunca central- pero nada de decisiones valientes que antepongan ese tesoro auténticamente onubense por encima de todo lo demás. Un ejemplo es el reciente descubrimiento del Puerto de Tartesos que, apreciado en su medida, podría ser ese gran foco que argumentara nuestra capitalidad tartésica. Si cualquier otra ciudad andaluza, por ejemplo, tuviera fundamentos para defender su condición de capital del reino de Tartesos, la mítica civilización protohistórica, no lo dudaría. Aquí tampoco lo dudamos, los demolemos, los enterramos o semi-enterramos para siempre.
Dicho. En Huelva si hay algo, hay mucho. Y aquí la propuesta constructiva, por si hubiera alguna duda: defendamos con uñas y dientes, sin paños calientes, sin perfiles timoratos, nuestros grandes dos tesoros, los cabezos y el patrimonio arqueológico.
4 comentarios en «En Huelva no hay ‘ná’»
a mí no me hace falta jamón ni gambas solo amanecer en huelva es lo que me da vida.
huelva te quiero
clemente navarro.
Olé tú.gracias choquero.
Muy bien traído, nunca nos cansaremos de sentir el dolor de la desidia y la apatía de tanto figurón administrador de su propio ego.
Huelva, hay que conocerla para amarla, tanto en la capital , como en la provincia, tenemos un legado histórico, digno de ser destacado y respetado, por todo el mundo