Ramon Llanes. Nací casi sin darme cuenta, me sorprendió más la luz que el grito de placer de mi madre; era una luz de mayo, potente, rígida y pura, como si la hubiesen mandado como premio a mi primera voz, que fue de llanto. Empecé a caminar solo, mis padres se habían distraído y me puse a darle pasos al suelo sin entender por qué, corría tras una perra que me hacía de juguete y caí tres veces antes de asustar a quienes me observaban. Luego me enteré de mi nombre a base de oírlo, nadie tuvo la delicadeza de explicarme la razón de mi nombre. Los apellidos los aprendí de mayor, cuando se me olvidaban las tizas y me zurraba el maestro porque no sabía ponerme firme y cantar mi filiación completa.
Algo parecido sucedió con mi lugar de nacimiento. A mi pregunta de: «papá ¿yo dónde nací?», se me respondía con un lacónico: «aquí». Y como también aprendí a jugar solo -yo enseñé a mi hermano, mi hermano enseñó a mi hermana y mi hermana enseñó a mi otro hermano-, por no interrumpir a mi madre, decidí -o imagino que decidí- inventar juegos de ternuras. Inventé a cortarle el pelo a mis hermanos, los quedaba sin flequillos mientras mis padres roncaban la siesta; inventé el juego de coser en la máquina de mi padre y enseñé a mis hermanos hasta que la aguja cosió un dedo de uno de ellos y se me acabó el invento no sin antes recibir un guantazo a modo de diploma; luego inventé la risa, yo tenía que inventarlo todo porque nadie se entretenía en contarme inventos, y la risa inventada llamó a casa a todos los niños del barrio y pagaron para vernos reír y reían con nosotros.
Ya de mayor seguí inventando guiños, gestos, palabras, muecas, nombres; un día inventé también la tristeza y otro inventé el beso. Mis inventos son míos, nadie me dijo que estar triste es tener que dormirse sin sueño y yo lo adiviné y lo inventé y así es ahora. Y de mayor supe que podía amar y ser amado pero es distinto, eso me lo inventó el alma un día de verano después de una mirada.
Y desde entonces no he abierto mi cuaderno de inventos porque ahora las cosas pasan cuando yo no estoy.
5 comentarios en «Las cosas pasan cuando yo no estoy»
Maravilloso Ramón, con que sentimiento escribes, se me ponen los pelos de punta cuando leo lo que escribes,me afloran sentimientos que no te puedes imaginar.
Enhorabuena por lo esutupendo que eres, eres único.
BESOS.
Maria Isabel Oliveros Rodríguez
No se puede decir cosas de tanta dificultad en la vida, de una forma más tierna y sencilla.
La poesía sigue siendo un invento que los poetas no dejan de inventar. Este artículo está lleno de este invento, que Ramón sabe hacerlo suyo como pocos.
Genial!!!!!
Precioso, muy tierno….me ha encantado
Me encanta que compartas tu arte con todos a traves de un medio tan onubense.
un abrazo fuerte