Antonio Delgado Pinto. Isla Cristina es un lugar que yo solía visitar mucho cuando vivía en El Rompido, sin embargo, pocas veces antes he navegado por las marismas del Río Carreras. Sus esteros y sus caños, sus islotes, me recuerdan la Ria Formosa del vecino Algarve, quizás más que las marismas del Piedras o del Odiel, lo que quiere decir que no siempre las fronteras que trazamos los humanos son las más idóneas. Debe de ser por eso que instintivamente he elegido este lugar para trazar la segunda ruta de Los ríos de Huelva en kayak.
Observando detenidamente el mapa de la zona, vemos que el río Carreras tiene forma de serpiente. Entre su nacimiento, no lejos de La Redondela, hasta su desembocadura entre Isla Cristina y Punta del Moral hay algo menos de 14 kilómetros. Una parte importante de este curso discurre por las marismas de Isla Cristina en las cuales existieron un gran número de molinos mareales, de los que solo se conservan el de Pozo del Camino y el del Pintado.
Me acompañan mis dos hermanos y nuestro amigo Luis. Ayer tarde pusimos los Koneros a punto y los dejamos ya instalados en el jaulón para venirnos hoy bien temprano. Cuando llegamos a la zona del Espacio Capitana, la mañana se ha despertado luminosa y sin viento, la marea aún no ha bajado por completo, por lo que toda la travesía de hoy la haremos con mucho barro en las orillas. Sacamos los kayaks del remolque y los bajamos por el lugar más transitable. Introducimos el agua y la comida en los tambuchos y ponemos las embarcaciones a flote.
Nos alejamos hacia el centro del cauce y decidimos bogar primero hacia poniente, donde hace algún tiempo vimos los restos de algunos barcos naufragados que queremos visitar de nuevo. Pasamos bajo el puente Infanta Cristina y junto a los pesqueros atracados en el muelle, también cerca de unos viejos varaderos en la otra orilla. Este lugar amplio y de aguas apacibles es donde el caño de la Cruz y el estero del Tamujar Chico vienen a desembocar juntos al río Carreras, que ya en esta zona se ha convertido en ría. Nosotros seguimos bogando al frente y entramos por el caño de la Cruz. A derecha e izquierda hay pequeños esteros y caños de agua que forman verdaderos laberintos donde, desde el nivel del agua, no debe de ser fácil orientarse.
Avanzamos por el caño de la Cruz y a nuestro frente aparecen los primeros barcos que la marea ha dejado al descubierto. Imposible saber si en su día fueron pesqueros o embarcaciones de recreo. Nos aproximamos a los de mayor tamaño para curiosear y hacer algunas fotografías. Solo quedan los cascos y en algún caso, restos del puente. Debe de haber media docena de ellos no demasiado separados unos de otros. Las marcas del agua nos dicen que con la marea llena quedan sumergidos por completo.
Los esteros del Tablazo y de Cuatro Vientos son caños que vienen a desembocar también en esta zona. Cambiamos el rumbo hacia el sur, dejando a nuestra izquierda las salinas del Duque. Vemos algo en el fango de la bajamar que nos recuerda a un vehículo, un todoterreno quizá. A medida que nos acercamos aparecen las ruedas y lo que queda del motor, efectivamente es un coche que no sabemos cómo ha llegado hasta aquí.
Según el mapa plastificado que llevamos, los dos esteros que se juntan aquí son el caño del Moral y el caño de Franco. Estamos a un tiro de piedra de Punta del Moral, barriada costera que pertenece a Ayamonte, ubicada en la isla que la propia marisma dibuja. Seguimos bogando y a nuestro frente aparece el faro de Isla Cristina y la playa de Punta del Caimán, más allá vemos los mástiles de los barcos atracados en el club náutico. A nuestra derecha se intuye más que se ve el Atlántico. Al salir de nuevo a la ría, vemos que la marea ha empezado a subir ya.
La mañana se desliza apacible al igual que nuestros Koneros por la superficie de la ría. La marea está en su punto más bajo ahora y decidimos comer algo dentro de los propios kayaks, el barro hace imposible desembarcar aquí. Nos acercamos a las orillas fangosas de poniente de donde escapan algunas aves al oírnos arribar. Encallamos nuestras embarcaciones por la popa y abrimos los tambuchos en busca de los bocadillos. El trajín de los pesqueros anclados enfrente, en el muelle Martínez Catena, llega hasta nosotros.
Casi media hora después, retomamos los remos y bogamos ría arriba hasta la gran curva que nos vuelve a mostrar los viejos astilleros y, más allá, el puente Infanta Cristina. Me separo un poco del grupo y remo hasta los sótanos del muelle. Los cimientos que lo soportan son colosales. Paso entre dos pilares de hormigón y penetro en un mundo diferente. Un escenario ideal para rodar alguna película estrambótica.
Mis hermanos y Luis han seguido bogando y están ya bajo el puente Infanta Cristina. Paleo para unirme a ellos antes de llegar a la chimenea que se alza en un islote a nuestro frente. Efectivamente, entre el caño del Puntal y la propia ría del Carreras se conforma una isla donde hubo una fábrica de abono de la que solo quedan esta chimenea que se eleva en la misma orilla y algunos cimientos de ladrillo. Hago fotos de esta construcción que, a tenor de nuestras charlas con los más viejos del lugar, debe de superar el siglo de antigüedad. De hecho, 1920 es la fecha que campea en la parte alta.
Rodeamos otro islote de menor tamaño en el centro de la masa de agua y remamos rumbo sureste, remontando esta serpiente líquida que es el Carreras. En medio del agua hay una especie de puente que no es sino lo que queda de un antiguo molino mareal, uno de tantos que existieron en estas aguas.
Aquí el cauce es estrecho. Apenas cuarenta o cincuenta metros, aventuramos. A ambos lados se suceden pequeñas casetas y lo que debieron de ser embarcaderos de madera, precarias construcciones que hablan de sus constructores mejor que todo un museo etnográfico. La tarde está en su ecuador cuando decidimos volver al punto donde embarcamos esta mañana. Navegamos ahora hacia el norte en las últimas curvas que hace este río al aproximarse a Isla Cristina.
La marea sigue subiendo, probablemente ha completado la mitad de su subida de hoy. Es media tarde cuando trazamos el último arco y ante nosotros aparece de nuevo el Espacio Capitana, el lugar del que salimos esta mañana. Nos aproximamos a la orilla, descendemos de las embarcaciones en una zona fangosa y las arrastramos hasta la arena. Sacamos la comida que nos queda y reponemos fuerzas mientras hablamos del recorrido que acabamos de terminar. A nuestro frente el sol saca los relieves de las ondulaciones de la superficie del agua y de las orillas de la marisma. Más allá, a unos trescientos metros de donde estamos, los antiguos ladrillos de la chimenea de la fábrica de abono se recortan en el cielo limpio de Isla Cristina.
Antonio Delgado Pinto es autor del libro ‘Remando en Rojo‘.
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