Lecturas Casineras 30. Miguel Delibes

Miguel Mojarro.

Aunque no queremos repetir autor en esta serie de lecturas recomendadas, se da el caso de que se celebra en las próximas horas la festividad de Los Santos Inocentes. Nos parece oportuna una reflexión al respecto.

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Ya sabemos que ese día se celebra festividad en recuerdo de aquellos inocentes sacrificados por la ambición de un tal Herodes, de todos conocido, aunque no sea más que por la leyenda o por otros que existen realmente.

Pero, además, hay una acepción en el lenguaje coloquial habitual, que es la que se refiere a aquellas personas a las que podemos engañar porque se lo creen todo. Ingenuos, bienintencionados o crédulos.


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Hay más. Llamamos inocentes, con sentido peyorativo, a los que se les gastan bromas porque se las tragan todas.

Y más: Inocentes son (somos) algunos votantes, que vamos a las urnas con la esperanza de que lo que digamos allí servirá para mucho. Son (somos) los inocentes que estamos subiros sl guindo (aun no hemos caído) de una espereza ilusa. Para muestra véase la situación actual, en la que nosotros, nuestra salud, no pintamos nada, porque hay otros intereses que priman (como se dice ahora).

Pues el Señor Delibes, Don Miguel para los que lo admiramos, se dio una vuelta por sus recuerdos de cacerías y escribió un libro (novela) que es una crónica real y cruel de las andanzas cortijeras (aunque no necesariamente en un cortijo) que por la época se daban.

Y el señor Mario Camús, director de los de tronío, se puso a la obra y firmó una magistral película, que todos (muchos) vimos en la pantalla grande, que es donde se ven estas cosas. Allá por 1984.

Paco Rabal (Azarías), Alfredo Landa (Paco el Bajo), Terele Pávez (La Régula), Juan Diego (Señorito Ivan), …. bordaron una película grande, basada en un libro grande. De Don Miguel. De un castellano que dedicó su vida a escribir del natural, sin boceto previo y a copiar la realidad con todo su tinte molesto.

Hay quien llama a este libro y a esta película una obra maestra de la comedia española o un drama realista de  una época.

No. No es comedia ni drama, aunque sí obra maestra y realista. Pero es una copia exacta de la estructura que Esquilo o Eurípides dibujaban en sus tragedias.

Escribir una tragedia, con el alma de las griegas y con su trama ligada tan brillantemente, solo pueden hacerlo escritores superdotados para la narrativa, como este castellano de minorías que acabó gustando a las mayorías. A algunos, porque se lleva.

Los Santos Inocentes (1981) es novela para leer en casa o en un viaje. O saboreando un café en la salita del casino de Beas, ahora que ha abierto la planta de arriba, para que los juegos no estorben el sosiego placentero de la lectura abajo.

Yo he estado allí (soy socio), leyendo algunos libros, esperando a mi amigo Enrique, gozando de un casino entrañable, acogedor y de bonito salón, ya sin columnas, que invita a esperar y leer, que son parientes en el asueto.

Y, cuando amanezca el Día de los Santos Inoicentes, en el calendario, no dejéis de recordar las tres acepciones que usa este nombre. Se puede elegir, pero en las actuales circunstancias, os sugiero que reflexionéis todas ellas y le saquéis las conclusiones pertinentes.

No os digo nada, porque eso es cosa vuestra. Pero sin pereza. Sacadle el jugo a cada una de esas acepciones en el lenguaje normal y tal vez hayáis enriquecida vuestra experiencia social.

A por ello. Que no es caro ni pecado.


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