Mari Paz Díaz. Procedentes de Escandinavia, los vikingos siguen generando mucho interés, en parte debido a la producción de películas y relatos que han alimentado su leyenda de bárbaros y conquistadores. Un pueblo que había permanecido más o menos aislado hasta que en el siglo V de nuestra era se produce sus primeras incursiones en el Imperio Romano. Ese relativo aislamiento, con la salvedad de algunas relaciones comerciales de pieles y ámbar con su entorno, les marcó en su lenguaje, creencias y forma de vida, muy alejada de los habitantes del sur de Europa. Por ejemplo, no llegaron a tener contacto con el Cristianismo hasta el siglo IX, tal y como pone de manifiesto la investigadora Cristina Arias Jordán en ‘Las incursiones vikingas en la Península Ibérica’.
Los vikingos fueron los escandinavos que establecieron relaciones comerciales con Occidente. En concreto, se considera que la era vikinga se desarrolla desde finales del siglo VIII, a lo largo de los dos siglos y medio siguientes, hasta la cristianización de la isla hacia 1050, periodo cronológico en el que se registra una serie de incursiones del pueblo vikingo en distintos puntos del viejo continente, lo que causó una gran conmoción debido a lo cruento de sus ataques.
Pero, ¿cuándo llegan los vikingos a la Península Ibérica? Su presencia en lo que hoy conocemos como España se produce entre los años 844 y 900, cuando el pueblo escandinavo se encuentra un territorio muy debilitado a causa de la presencia islámica en la Península. Una etapa en la que los vikingos vivían un periodo de gran fortaleza, estableciendo rutas comerciales por Europa y asegurándose los mejores puertos para hacer escalas e intercambios.
Siendo muy buenos marineros y disponiendo de barcos muy rápidos, a la hora de elegir un territorio solían decantarse por aquellos que tuvieran una gran riqueza y estuvieran más desprotegidos, como monasterios o abadías y núcleos de población sin murallas. Y es que está claro que, junto al comercio, también solían desembarcar para llegar al saqueo o expolio en el interior de los territorios, porque el objetivo de sus expediciones era adquirir importantes fortunas.
La primera oleada vikinga a la Península Ibérica se registra, según Arias Jordán, en el siglo IX, en el año 844, entrando, por el litoral de la cordillera cantábrica –el desembarco se produjo cerca de Gijón, hasta donde llegaron 54 naves. Una expedición que alcanzó el sur peninsular. En concreto, tras pasar trece días en Lisboa, alcanzaron Cádiz, saqueando ciudades como Medina Sidonia, y llegando hasta Sevilla en agosto de ese año, donde destruyeron parte de la capital hispalense, mientras que sus habitantes eran asesinados, violados o convertidos en esclavos, por lo que muchos huyeron a localidades como Carmona. Su presencia en Sevilla duró varias semanas, hasta que fueron expulsados por el ejército musulmán, precisamente en territorio de la provincia de Huelva.
La segunda oleada vikinga tuvo lugar a mediados del siglo IX (858 – 861), alcanzando también Al-Ándalus, al recalar en el río Guadalquivir y arrasar la ciudad de Algeciras, aunque en esta ocasión no pasó por la provincia de Huelva. A partir de aquí, sus sucesivos viajes a España se redujeron al norte de la Península, dejando cada vez más de lado el pirateo y los saqueos, para centrarse en las relaciones de carácter comercial. En cualquier caso, los ataques vikingos dejaron una enorme huella en la memoria popular, e incluso en la toponimia de algunas ciudades, que reforzaron a partir de entonces su sistema defensivo, como sucedió con Sevilla, que se dotó de nuevas murallas tras estos hechos.
Fue precisamente en ese camino hacia la capital hispalense, en la primera oleada del año 844, cuando deja huella la presencia vikinga en Huelva. Y es que, al venir desde Lisboa, el paso de las naves escandinavas fue obligado por las costas onubenses. Su objetivo era llegar a Córdoba, al poseer la capitalidad del Califato, comandado entonces por Abderramán II, el mismo que les pondría freno cuando intentaron alcanzar la capital hispalense en la segunda expedición.
Pero, ¿en qué puntos de Huelva estuvieron presentes los vikingos? Para responder a esta pregunta debemos tener en cuenta que se trata de un campo de estudio sobre el que parece existir pocas fuentes, lo que reduce el número de datos sobre este hecho histórico, aunque sí hay algunos estudios de interés al respecto, como el tratado sobre la presencia vikinga en Andalucía que realiza el arabista holandés Reinhart P. A. Dozy (1820-1883) en el segundo volumen de ‘Recherches sur l’hitoire et la littérature d’Espagne’, una obra traducida al castellano por Antonio Machado y Álvarez y publicada en nuestro país hace un siglo.
En este aspecto, parece claro que los escandinavos arribaron en las costas onubenses, estando recogida su presencia en Niebla, hasta dónde llegaron siguiendo el río Tinto, río arriba. Sobre el punto de entrada en la provincia de Huelva, los historiadores consideran que cuando se habla del Puerto de Niebla, en realidad, las fuentes se refieren al Puerto de San Juan del Puerto o, incluso, de Huelva capital, dado que era la zona portuaria natural del Condado de Niebla entre los siglos X y XV. En cualquier caso, estos datos nos permiten afirmar que los vikingos no se quedaron en el litoral, sino que entraron tierra adentro, llegando a la comarca del Condado, como así lo recoge Carlos Barranco en su investigación titulada ‘Los puertos perdidos del Tinto’. Una parada onubense casi forzosa antes de alcanzar Sevilla para saquearla, como comentaba Ángel Custodio Rebollo en un artículo anterior publicado por HBN bajo el título de ‘Vikingos en Huelva’.
Unas incursiones que también están certificadas en Huelva capital y, más concretamente, en la zona de la isla Saltés. Así lo afirma el historiador de la Universidad de Huelva Alejando García Sanjuán, en su estudio denominado ‘Una fetua de época almorávide sobre un pleito surgido en Saltés’, que recoge unas palabras del almeriense al-cUdrí refiriéndose a los ataques vikingos en la zona, un fragmento que dice así: “tras atacar Niebla, acamparon en uddt Wabni (en la isla de Saltés), dirigiéndose luego hacia Ocsónoba (Córdoba)”. Es más, los vikingos no estuvieron de paso en Saltés, sino que “los normandos se apoderaron en varias ocasiones de Saltés y que ante su presencia los habitantes huían, dejándola vacía (…) Ello significa que Saltés es una de las pocas localizaciones cuyo poblamiento está atestiguado a través de las fuentes literarias onubenses durante el período del Emirato (ss. III-IV/VIII-IX), junto a Niebla y Gibraleón)”, explica García Sanjuán, que, con ello, certifica la existencia de la ciudad de Saltés en el año 844.
Entonces, en Huelva tomó el poder Izz alDawla, de los Bakríes, árabes asentados en este territorio desde la conquista islámica, a principios del siglo VIII. Hacia 1052, esta taifa fue conquistada por Sevilla. Mientras, Niebla era otra pequeña taifa suroccidental, con Niebla y Gibraleón, y regida por la familia local andalusí de los Yahsubíes, siendo conquistada por Sevilla en 1053-1054.
Pero la presencia vikinga no sólo dejó huella en estas poblaciones onubenses, sino que otros puntos de la provincia también protagonizaron algunos episodios muy llamativos. Nos referimos a la ciudad de Tejada (Escacena del Campo), donde los escandinavos fueron derrotados tras su primera incursión en Sevilla.
En concreto, según recogen las crónicas del ataque vikingo a Sevilla en el año 844, “mientras algunos de los soldados provocaban con sus escaramuzas a los vikingos en los alrededores de la ciudad, el grueso del ejército andalusí esperaba a que aquellos valientes atrajeran a los normandos a un lugar llamado Tablada, al sur de Sevilla, donde hasta hace poco hubo un aeropuerto militar. Confiados en su notable superioridad numérica y como guerreros, los hombres del norte mordieron el anzuelo y descendieron con sus naves el río Guadalquivir en persecución de aquellos que habían osado provocarles. Al llegar a la aldea de Tejada desembarcaron y el cielo se abatió sobre ellos. Allí les aguardaba emboscado Ibn Rustum, con el grueso de sus soldados. (…) Atrapados entre dos fuegos, los vikingos no pudieron sino luchar por sus propias vidas contra hombres que buscaban venganza por la sangre de los suyos. Aquella atroz derrota les supuso la mayor de las humillaciones que hasta entonces habían recibido”, tal y como recoge Margarita Torres Sevilla, de la Universidad de León.
Tras aquella batalla, los vikingos salieron huyendo y Sevilla se reforzó con nuevas murallas. A pesar de esa tremenda derrota, en el año 859, Sevilla volvería a sufrir un nuevo ataque normando. Eso sí, menos cruento que el anterior, pero donde llegaron a incendiar la mezquita situada en la actual Iglesia de San Salvador. Sin embargo, de nuevo fueron derrotados. Y es que, tras la primera oleada vikinga, se robustecieron las medidas de seguridad en las costas de Al Ándalus para defenderse ante cualquier eventual ataque. Y, desde entonces, no se tiene noticia de una nueva incursión de los escandinavos en el sur de la Península.
En definitiva, son episodios históricos un tanto desconocidos por los onubenses, en parte debido a la falta de fuentes documentales sobre estos hechos, lo que ha provocado que hayan sido escasamente difundidos a nivel general. Episodios del pasado onubense que, a pesar de ello, merece la pena conocer.