Ramón Llanes. El convento fue amparo de rezos durante los tiempos anteriores hasta que le llegara la causa para su notoriedad en la historia. Aquel lugar de recogimiento y silencios profundos desde donde se divisaran siempre las concupiscencias de la fauna, el esplendor de la flora autóctona y el fluir de los ríos por sus cauces tranquilos, aquel lugar es ahora un emblema de vida que jugó su papel importante a los efectos de servir de cobijo consejero al hombre Cristóbal Colón que hundiera su fantasía en quillas abiertas para descubrir un mundo distinto y nuevo. Allí se forjaron los preparativos y la merced, se reclutaron los aventureros y se hizo marinería maestra para fondear con destreza la ruta marcada por el almirante.
Llevamos en una parte de nuestro orgullo esta simbología y más si luego pusiera Vázquez Díaz color de arte a las paredes de los claustros. El entorno se embelleció con el tiempo, cada cual le fue poniendo adorno a modo de flores, de imágenes, de monolito, de carabelas, de música y de paisajes, hasta hacerlo imprescindible en nuestro paseo y en nuestra admiración. Ahora luce con armonía, el entorno acoge además la Universidad que acrecienta la honra y da una sutil pátina de sabiduría y conocimiento que unida a la efigie histórica ayudan a reiterarle en miles de ocasiones toda su belleza. También es lugar de culto devocionario a la Patrona de Palos, también es un todo diverso capaz de conjugar oraciones con convivencias, con nostalgias, con lugar de reposo y lugar de diversión; es La Rábida, sencillamente única, para nosotros y para quienes se atreven a visitarla y sorprenderse.
En nuestro recorrido lírico por aspectos amables de nuestro ámbito presentamos nuestras predilecciones como fanáticos seres que nos resolvemos la emotividad hablando de nuestras cosas y a esa crecida de sentimientos vino la memoria a anunciar La Rábida como mito onubense de vida. Es bondadoso el tiempo por esta concesión, le hacemos la alusión de grandeza y le seguimos poniendo los hatillos de pleitesía a nuestra Rábida querida, lugar de nuestras más utópicas evocaciones.