Ramón Llanes. Observando las ruedas de prensa y los actos que organizan a diario los partidos políticos con la sola idea de invadir el espacio y las conciencias de los sufridores ciudadanos que a esa hora no tienen otra cosa peor que hacer, es fácil pensar que la presión mediática les obliga a cultivar el negocio hasta niveles insospechados. Estos engendros de actos superan la ridiculez. Los pocos periodistas en un lado, -casi sin interesarse por la temática-, al otro lado, -normalmente con actitud engolada-, los devocionarios del partido con sonrisas anchas, y detrás del atril el político abyecto que viene a decirle “a los suyos” lo cojos, malvados, mindunguis, necios, inútiles, mercachifles, corruptos -y mil adjetivos descalificadores más-, que son los otros.
Un mitin con estas características, dado a los del propio equipo y con el infundido ánimo de conseguir dominar los medios al tiempo que inyectar dosis de rechazo y odio al “enemigo”, se entiende como el padre que reúne a los hijos, nietos, primos, cuñados y demás miembros de la estirpe, en casa, para elevar la moral de la familia y glosar en tono negativo, -lo más negativo posible-, las conductas de los vecinos de al lado, procurando que en cada frase surja la mofa y esta provoque la consiguiente carcajada de burla. Visto así, aunque se transmita en directo por la televisión local, ha de entenderse como un acto de burda demagogia solo utilizable por burdos demagogos.
Nuestro espacio íntimo se ha hecho vulgar con estas necedades. Su abundancia conforma ya un enraizamiento en la mente capaz de consentirle y atenderle; su predominio es un importante obstáculo para lograr un nivel de educación ajeno a su influencia. Queda observado también, para corroborarlo, que los nuevos retoños de tales burdos ejemplares vienen hollados desde la cuna en principios aprendidos en estos adoctrinados actos que tan larga reata dejan en la vida. Y nosotros, buscando como lelos esta sombra.