J.A.M. Hay una palmera que está pacientemente a la espera en Huelva. O eso parece. Erguida y apoyada en unos troncos que sujetan su base, con el cepellón en un contenedor, la palmera aguarda su turno al lado de la ladera oeste del cabezo de Mundaka. Con sus ramas atadas en lo alto deseando abrirlas para lucimiento y desahogo, pensamos que su destino es la ‘nueva’ Plaza de la Merced. La palmera está limpia, impoluta, a la espera de su deseado destino final en la confianza de que siga creciendo muchos años, y que no le pase como a la Palmera de Quintero Báez, la palmera por excelencia en los corazones de los onubenses de las tres o cuatro últimas generaciones.
A la palmera, en esa espera, le han llegado las buenas vibraciones de la felicidad que se ha producido en el cabezo por ver salvada su vida. Un milagro, porque así hay que entenderlo en esta ciudad devoradora de sus símbolos identitarios, ha hecho que los tribunales declaren nulo el desarrollo urbanístico que iba a demoler parcialmente y ocultar al cabezo de Mundaka. Milagro que ha sido posible por la persistencia de colectivos e individuos que aún no han perdido la esperanza de que Huelva siga autodañándose. Esta buena noticia seguía a la que daba así mismo vida a su hermano de tiempo inmemorial, el cabezo de La Joya.
Y como la palmera que pacientemente espera estamos en Huelva deseosos de conocer el desenlace definitivo de esta obra eterna de la Plaza de la Merced. Nosotros hubiéramos pedido que se quedase, tras la ‘remodelación’, tal como estaba hasta los años setenta del siglo pasado. Era una sencilla y amplia plaza a ras de calle, reinada por esbeltas palmeras. Misión esta última a la que se pretende sumar la palmera que aguarda en ese lateral del cabezo, con la ilusión de que en esta ciudad empiece a gobernar el sentido común… y de la estética.