Miriam Dabrio. Encontrar el equilibrio. ¿Qué tienen en común el andaluz paraje natural de Doñana, el monasterio burgalés románico de Santo Domingo de Silos (s IX-XII) y la catedral parisina gótica de Nôtre Dame (s XII-XIV)? Parece una pregunta trampa, pero no lo es. La respuesta es que los tres han sufrido por los incendios en los últimos cinco años. Por ello han sido capaces de generar reacciones de evocación y dolor entre los que estamos enamorados de su esencia, y entre aquellos que dependen de su existencia.
En el caso de Nôtre Dame, los cuatro incendios ocurridos a lo largo de su historia por causas diversas de mantenimiento y reparaciones –que siempre entrañan riesgos-son quizás estadísticamente probables en la trayectoria de un inmueble de características constructivas similares. Piedra y madera aúnan la potencia que románico, gótico, barroco o sucesivos pueden aglutinar.
Algo así como que leyendo a Ken Follett en Los Pilares de la Tierra podemos hacernos una idea de las vicisitudes sobre la construcción por generaciones completas de familias de una catedral. Entre ellas osan derrumbamientos, terremotos, y fuegos por causas diversas (aparte de amoríos, desengaños, robos, estafas, asesinatos de contratistas y problemas legales resueltos con fardos de la nobleza). Todo un viaje a lo largo del tiempo.
Los parajes naturales que arden en el país verano tras verano. Lo hacen con una sensación de virulencia que parece acrecentarse cada vez. Engloban en su vasto territorio calcinado avifauna, explotaciones agrícolas y ganaderas, aldeas y edificios, entre ellos monumentales. Es por ello que el monasterio de Santo Domingo de Silos -joya arquitectónica que sólo en su biblioteca dispone de más de 160.000 ejemplares- sin comerlo ni beberlo, se ha visto envuelto en llamas junto con poblaciones dispersas de la España vaciada, ante el estupor de quienes no podíamos admitir su destrucción ni la desolación de esas tierras y gentes. ¡Qué difícil gestionar tantas emociones! Hay que escuchar y pensar mucho para poder ir conformando una idea propia ante lo desconocido, para establecer una jerarquía en valores propios.
Voces de forestales expertos opinan que sociedades urbanas pretenden conservar sus bosques sin entenderlos. Sin dejar que se auto regeneren. Sin propiciar los ecosistemas del futuro -cambio climático incluido- en lugar de empeñarse en preservar los del pasado desde una óptica prohibicionista que dados lo hechos, no puede ser lo mismo que proteccionista. Es el síndrome del abandono de nuestra sociedad rural bajo paradigmas de sostenibilidad, que puede que no sean sostenibles. Si algo falla hay que reaccionar, o simplemente el fuego se encargará de ello. Si no es posible controlar lo incontrolable, la primera certeza es que no se trata de catástrofes naturales. Resultan de la acción u omisión del hombre, cada vez con más celeridad, continuidad y por qué no admitirlo, impunidad.
Mucho más sencillo es oír a los ganaderos y cazadores tradicionales. Tienen claro que en cincuenta años de parque se ha perdido por culpa del fuego más que en quinientos años de coto. Y que las ovejas eran los mejores cortafuegos, cuando la trashumancia ejercía de conservadora. Ellos no llevan en la solapa la rueda multicolor porque no la necesitan. Son los que alimentan a los animales y les dan de beber cuando están deshidratados y desorientados por el calor extremo. Elegir entre territorio o desarrollo no es la cuestión, lo es encontrar el equilibrio.
Encontrar el equilibrio.