Lecturas casineras 39. Indro Montanelli: Historia de Roma

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Salomé de Miguel

Grupo Azoteas.


Festival de Cine de Huelva

Indro Montanelli es un periodista italiano (para algunos, de los mejores del siglo XX), que se inició en la vida en 1909 y ejerció hasta 2001. Gran parte de esa vida la dedicó a informar sobre la realidad de la Historia y sus personajes. Sobre todo los italianos, aunque también los griegos y la Edad Media estuvieron sobre la mesa de sus reflexiones y datos. Pero esta vez es su «Historia de Roma» el libro que llena nuestro atril de lectura.

De la Toscana, como todos los grandes italianos, Montanelli estaba empeñado en sacar a los personajes del traje de mitos, para vestirlos de «a diario», como ellos vivían cada día, con sus necesidades, sus vicios, sus enfermedades, sus carencias, …


Puerto de Huelva

Así, en sus escritos aparece la imagen real de cada uno de ellos, sus circunstancias y los acontecimientos en su vida, no pintada de bonito, sino descrita con sencillez y ajustada a lo razonable. Roma era Roma, Trajano era Trajano y las Galias eran lo que eran y fueron. Sin mitificar ni ensalzar lo bonito y epopéyico.

Añade a la realidad que buscó en las fuentes de la época, unas gotas de su fina ironía, que ayudan a humanizar lo narrado. Y a entenderlo en una dimensión humana, porque las personas de la época fueron seres como nosotros, normales y sujetos a las mismas carencias y enfermedades que los normales de ahora. Nosotros y ellos, ellos y nosotros, somos y han sido personas normales, acompañados de honores, enfermedades, vicios, deseos, virtudes y miserias.

Que César fuera un mujeriego jovencito, no le quita mérito para estar en los libros de Historia, pero ayuda saberlo para entender mejor por qué hizo lo que hizo y cómo lo hizo. Ayuda conocer sus defectos sociales, para entender el valor de sus acciones históricas. Pero no es bueno que nos pongan en los libros una estampita de César con traje de domingo.

Montanelli entró en Roma de la mano de las fuentes originales, de las que sacó datos para escribir una crónica menos heroica, pero más real y verdadera. Y lo mismo hizo con Grecia y con la Edad Media, pero esos temas no son de hoy.

La educación en Roma, los dioses, Aníbal, Sila, Cicerón, las Galias, Antonio y su novia Cleopatra, Nerón, los apóstoles, el cristianismo, … son algunos de los temas de su índice, que completa una visión de la Roma clásica con todos sus elementos básicos.

Al terminar de leer este libro, no se derrumba lo que estudiamos en los manuales, sino que se completa con una visión que nos acerca a la época y a los personajes. Nos hacemos más amigos, porque los tenemos a nuestra altura, con carne y huesos como los nuestros.

Montanelli tuvo una vida azarosa, en lo político y en lo personal. Tras muchas peripecias, fue encarcelado, donde nació su novela hermosa «El general de la Rovere», en el cine inmortalizado por De Sica y dirigido por Rossellini.

Infatigable belicoso contra todo lo que le parecía censurable en Europa y en el Mundo, fue referente periodístico de los profesionales de Italia y del mundo entero. Referente que lo convirtió en maestro por sus crónicas y sus análisis.

Menos mal que estos personajes no pasan, sino que permanecen en nuestra memoria por sus libros, que deberían ser la enciclopedia de nuestra Cultura. Esa Cultura de la que presumimos en Occidente, pero que no pasa de ser de oropel y ribete, porque se basa en lo que oímos en nuestro entorno a pensadores de pacotilla y vemos en la caja tonta en «opinadores» sin rigor.

Indro Montanelli es, junto a otros periodistas del siglo XX (muchos, pero no demasiados), referente del conocimiento real de lo que ha pasado y de cómo ha pasado en nuestro siglo preferido.

Los libros de Montanelli deberían ocupar espacio de honor en nuestras bibliotecas (si es que existen), junto a esos buenos testigos de una realidad que nos han contado mal. Nuestra tarea es discriminar entre los muchos que escriben cosas, a los que escriben con rigor, estilo y calidad.

No es malo que empecemos en las ocasiones que se nos presentan. Montanelli es una de éstas ocasiones, que pueden dar paso a una docena de obras fundamentales de nuestra Cultura (observa que lo escribo con mayúsculas). No es necesario tener una amplia y lucida biblioteca en nuestro salón. Basta con tener «lo que hay que tener», sea en la parte de la casa que nos plazca.

Un amigo mío, dueño de una tienda de muebles de lujo, en la calle Goya de Madrid, me comentaba un día la venta que hizo de los libros que adornaban las librerías que estaban en la tienda:

– «Me compró toda la fila de esos libros, porque eran del color que le gustaba en su salón».

Pero no es caso aislado. Hagamos un discreto trabajo de investigación modesta en las casas a las que tengamos acceso. Observemos los libros que hay en sus estanterías y, discretamente, averigüemos cuántos de ellos han sido leídos. Podemos observar el aspecto de los «lomos» y la forma en que están colocados, con intención estética evidente.

No se propone en esta serie de «Lecturas casineras» una adquisición de libros con tal intención. Todo lo contrario. Proponemos lecturas interesantes, hijas (o madres) de la Cultura, que se tenga la intención de leer, aunque no nos dé tiempo en nuestra estancia en este barrio. Pero también es un placer tener a mano (o al retortero) libros que son susceptibles de ser ojeados (u hojeados), aunque sea someramente y ocasionalmente, para consultar un dato que nuestra Cultura demande.

En esta serie de «Lecturas casineras» ofrecemos numerosos ejemplos de este tipo de libros y, además, explicamos por qué. A modo de ejemplo de lo que hemos dicho: Todos esos libros están en nuestra biblioteca. Su presencia allí es importante, porque son fuente de saberes permanentes u ocasionales, que cumplen su misión estando ahí, a mano, aunque nos falten días para tantas manos.

Indro Montanelli es autor que conviene tener como amigo cerca.

Y, para empezar, su Historia de Roma puede ser «el comienzo de una buena amistad», como dijo aquel amigo nuestro de Casablanca.

Bueno, amigo, por aquello de las muchas veces que hemos coincidido en una sala de cine. Él en la pantalla y yo mirándola. Cada uno en su sitio.

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