Ramón Llanes. Escribo desde la vida. Con la suculencia de los moldes que ocupo y del espacio que me admite, escribo desde el contorno exacto de la primera felicidad que se me sumó a la luz, estoy ni más ni menos contento que anteayer porque no dependo de ansiedades o desencantos, me basto para ordenarme mis exigencias en el cuidado del alma y en el continuo reciclado del cuerpo, soy consciente de mis facultades, soy materia vulnerable pero está adosada de pasiones, imbuida en todos los órganos que me sostienen el ser.
Me he creado compromisos conmigo para perpetuar esta buena especie que es determinante en el cosmos y que me merece el mayor de los respetos; ahora están mis ojos lagrimeando esperanzas, mañana bailarán con el aire; mis manos no se han ocupado de quebrarse, no he malgastado las reservas ni abusado del dolor. Me concibo a diario, como el alba, como el ocaso. Escribo desde la vida con el solsticio de la voluntad a mano, con las apuestas que he hecho con el futuro, me queda aún todo aquello que no sé para seguir anudando los pensamientos y las acciones en pro de un resultado: luchar cansando a la vida para mejor conservarla.
No será preciso morir para seguir viviendo; el espíritu colabora, el agua colabora, el tiempo colabora, así hasta que se instruyan los mecanismos complejos de las fuerzas de la tierra y este cuerpo de hombre, minúsculo, inapreciable y destructible, se adhiera a la armonía del universo; y entonces dejará de ser inútil y se convertirá en molécula imprescindible en la tarea de la vida y será llamado y consultado para cualquier misión de continuidad. La vida no dejará de ser eterna, la mía tampoco.
De aquí hasta el anuncio de los suspiros que le pongan otro renglón a la existencia, estaré atento a la glotonería de vivir con el descaro de un convencido, con las ganancias del tiempo hinchando la memoria y con todas las libranzas, soledades, sueños y besos metidos en la más transparente cúpula de mi lealtad a la vida.