Fernando Gracia. CINE. Ante lo poco estimulante de los estrenos de este fin de semana, me inclino por ver el último de los documentales de una serie que ha adornado la cartelera de este último mes y medio. Esta vez el documental no iba de un cineasta, como algunos gloriosos ejemplos anteriores, sino de tenis, pero no un documental al uso, sino algo más ambicioso: una reflexión sobre cómo hacer cine con el deporte amén de un acercamiento a la controvertida figura de John Mac Enroe, todo un personaje, como cualquier mediano aficionado a ese deporte sabe.
“Buscando la perfección” se inicia con una cita de Godard –ahí es nada- y en sus primeros compases nos presenta imágenes de hace más de cuarenta años filmadas con un propósito didáctico, cual si fueran a ser empleadas en una academia para iniciarse en este difícil deporte.
Enseguida se nos habla de un realizador, Gil de Kermadec, que centró su trabajo durante muchos años a filmar sobre el torneo Roland Garros, pero no como un simple documentalista sino intentando “hacer cine”, o sea buscando enfoques diferentes a los habituales. Un narrador, el actor Mathieu Amalric, nos va explicando la labor de aquel realizador para acabar llegando al seguimiento que hizo de las intervenciones de Mac Enroe en el prestigioso torneo de tierra batida que todos los años se celebra en París.
Además de ver unas espléndidas imágenes de partidos que allá por los ochenta disputó el norteamericano, se profundiza sobre la forma de comportarse del tenista, con brillantes reflexiones sobre su carácter. El sonido directo grabado en los partidos nos permite conocer algunas de sus muchas salidas de tono así como las constantes peleas con los jueces, lo que me ha llevado a pensar que de haber jugado en estos tiempos con la tecnología actual –el famoso ojo de halcón- no sé cómo se las habría arreglado para darle salida a su habitual mal genio y a su necesidad de sentirse solo contra todos, que según se dice en el filme era el engrase que necesitaba su carácter para dar salida a su espíritu ganador.
Mi duda antes de su visionado era si el filme podría ser degustado por alguien que no fuera muy aficionado al deporte de la raqueta. Una vez visto opino que un aficionado exquisito, atento a los aspectos técnicos y exclusivamente cinematográficos, sí. Pero que desde luego ayuda que a uno le guste, y si puede ser mucho, ver la práctica de este deporte.
No hace muchos meses disfrutamos de una brillante película sobre la pugna entre Borg y Mac Enroe. En nada se parece el enfoque de aquella con el de la película que ahora nos ocupa, aunque en el fondo puedan considerarse complementarias. Además, al igual que en aquel filme se nos contaba el famoso partido entre ambos que se presentó como un desafío en la cumbre, en esta asistimos a una final del Garros con Ivan Lendl –aquel checo que lo devolvía casi todo-, que representó un momento decisivo en la carrera del americano. En el documental se explicita el porqué.
No es, pues, un simple documental de una cadena de televisión especializada en deporte o un biopic del tenista. Es algo más complejo, más profundo y más arriesgado. Algo que es capaz de decirnos no una vez sino dos –para que quede más claro- que “el cine es mentira, pero el deporte no”.
¿Una boutade? ¿Algo que solo a los franceses se les podía haber ocurrido? Si sienten curiosidad, se acerquen a verla. Eso sí, si les cansa o aburre ese deporte y no gustan de ciertos experimentos, mejor que no.