Lola Lazo López. De un tiempo a esta parte, me viene interesando observar el arbolado de nuestra ciudad. Entre los recuerdos de mi juventud temprana, hay uno que resalta, presidido por el impacto que entonces producía subir al Conquero a la hora del lubricán, por la Avda Manuel Siurot los días de viento, cuando los eucaliptos de su comienzo silbaban, susurraban las hojas, y la que suscribe subía que se las pelaba hasta alcanzar la esquina, y torcer, para llegar ya más tranquila a casa.
Y un día de no hace mucho, recorriendo ese mismo camino, me reconfortó encontrar a aquellos susurrantes compañeros del camino a casa; ahí siguen, aquí están, pero…,¿desde cuándo?.
Observando las primeras fotografías panorámicas de la ciudad, se constata la absoluta inexistencia de árboles en el casco urbano, a lo más un naranjo o limonero en el corral de alguna vivienda; situación compensada con los alegres huertos que rodeaban la ciudad: almendros, algarrobos y otros frutales. En realidad, el concepto de lugares públicos en las ciudades, parques, plazas, etc., no se incorpora en nuestra cultura europea hasta época muy tardía, a finales del XVIII, y es su primer ejemplo la bella Plaza de Estanislas de Nancy (Francia) y su adjunto parque de la Pépinière.
Pero volvamos a lo nuestro. O sea, cuándo en nuestra Huelva se asume el concepto de ornato de las ciudades, y se toma conciencia de la bondad y del valor de los árboles y parques públicos como instrumento no solo para el solaz de la población sino también de salubridad para los ciudadanos. Y hay que destacar que la vocación es temprana, aunque su ejecución tardara en llevarse a cabo. Y digo temprana porque se remonta a la década de los años 20 del s. XIX, cuando comienzan a aparecer los primeros jardines en Madrid y Barcelona como síntoma de la modernización de la ciudad española. Aquí en Huelva también, ya en 1822, en pleno trienio liberal, existía sensibilización en algunos responsables del gobierno provincial y local; decía por entonces el diputado provincial en cuestión, que pocas ciudades tienen las condiciones para disfrutar de un paseo natural como el que tiene Huelva en los aledaños del rio Odiel: “El rio a un lado, al otro los cerrillos que la laboriosidad de las gentes ha convertido en huertas y viñas. Solo faltan los árboles.”
No fue entonces, a pesar de otros intentos posteriores de algún concejal o arquitecto de mente abierta, ya que hubo que esperar a 1891 cuando el arquitecto Manuel Pérez y González (autor del antiguo mercado del Paseo de Santa Fe), escribe sobre la necesidad de construir un lugar de recreo donde se pueda hacer ejercicio, pues solo existen “dos o tres plazas con árboles raquíticos”.
Así pues, no sería hasta 1910 que Huelva disfrutaría de un gran parque público, el primitivo Parque Moret, que durante varias décadas fue lugar de esparcimiento, paseo y encuentro de los onubenses; en este caso, se trata de un parque totalmente natural, sin plantaciones foráneas, más bien resaltando el valor del maravilloso legado con que la naturaleza nos ha dotado.
Entiendo que no es hasta el asentamiento británico en la ciudad (sobre 1880) cuando aparece una avenida y un barrio para el que la arboleda se proyecta con delicadeza y detenimiento, como manifestación del grado cultural de un pueblo que aprecia y valora sus beneficios. Alcanza su cénit en los jardines del Hotel Colón, donde se plantaron especies exóticas como dragos, palmeras, y exuberante jardinería. Todavía puede apreciarse en algunas viviendas de Alameda Sundheim arboledas, jardines, y las fachadas adornadas con parra virgen. Pero resulta evidente que se trataba de jardines privados, a los que a la población onubense les estaba vedado el paso.
Repasando fotografías de principios y de mediados del siglo XX, se puede comprobar que muchos de los árboles del antiguo Velódromo y Alameda Sundheim, “La Casona” (antigua vivienda y talleres del Diario “La Provincia” donde es un lujo disfrutar del suave vaivén del pequeño bosque que aún se conserva”), y en general de los edificios vinculados a la compañía, aún perduran (majestuoso el pino de la vivienda vecina a “La Casona”, similar a los de la Casa Colón). No ocurre esto con la que fue propiedad de Guillermo Sundheim, hoy Colegio Funcadia, que de ser en sus orígenes un auténtico vergel, es en la actualidad un erial encementado.
Observando fotografías de la Casa Colón a principios del siglo XX, se destaca, además de una abundante variedad de jardinería, algunos ejemplares de palmeras, y araucarias de pequeña altura…¡que siguen en pie! También en este caso hay que agradecer a las autoridades corresponda la sensibilidad de haberlas conservado sanas y salvas para poder disfrutarlas a día de hoy altas y enhiestas, dando testimonio de su antigüedad, más que centenaria.
A fines del s. XIX y principios del XX se abre el nuevo camino hacia el Santuario de la Cinta, por el Conquero. Las modas cambian, y la burguesía local, atraída por un nuevo estilo de vida en contacto con la naturaleza, se traslada a este nuevo paseo, con sus grandes mansiones y bellos jardines. El chalet del Sordo (desaparecido), el de D. Félix Vázquez de Zafra (hoy Colegio Santo Ángel), el de la familia Garrido (desaparecido, hoy edificio Bellaluz) son una buena muestra de ello. En concreto, los jardines del Santo Ángel conservan un precioso arbolado también casi centenario.
Lo mismo ocurre con los grandes eucaliptos del Paseo de la Punta de Sebo, los de los Jardines del Puerto (precioso ejemplar de eucalipto de copa alta y abierta, y los que rodean el antiguo velódromo, árboles antiguos, cuya edad puede asegurarse asimismo cercana a la centena.
Hace poco escuchaba o leía un razonamiento que me llamó la atención: alguien con conocimiento decía que el hombre valora y cuida a los animales porque han sido o pueden ser una amenaza, dañinos en algún momento, y que ignora a los árboles porque no han representado peligro ni amenaza para la especie humana. Y yo digo que no es neutra esta relación, el árbol ha dado cobijo y sombra, bajo él se reunían los primeros concejos a debatir los asuntos de su interés, como el “olmo viejo de Cortelazor”, dicen que ocho veces centenario, y además nos proporcionan el oxígeno que tan vital nos resulta.
Centraría el censo de nuestros árboles más antiguos en tres focos: el primero de ellos estaría en la Casa Colón y Alameda Sundheim, con elementos (araucarias, dragos, pinos y palmeras) coetáneos a la construcción de los edificios en torno a 1890. El segundo, el Paseo del Conquero, que se inicia en 1892, alargándose su construcción hasta la primera década del s. XX, incluyendo también los ejemplares supervivientes de los chalets de la época; y por último, el Paseo de la Punta del Sebo, el Puerto, muelles y marismas aledañas estableciendo para estos eucaliptos una fecha en torno a 1920-1930. Sin olvidar por supuesto la esbelta palmera de la Plaza Quintero Báez.
Hace unos años, se publicó un catálogo de árboles y arboledas singulares de la provincia de Huelva, no incluyéndose en ninguna de las dos categorías ninguno de la capital. Y precisamente, lo que pretendo con estas palabras es poner de manifiesto que en Huelva capital también tenemos nuestros jardines y árboles históricos, algunos de ellos con la categoría de exóticos, y ojalá que conociéndolos un poco más seamos capaces de valorarlos y preservarlos como el patrimonio natural que son. “Se canta lo que se pierde” decía el poeta; bien, pues yo escribo hoy estas palabras, (no sé si cantarinas), por lo que no hemos perdido, con el deseo ardiente de que permanezcan entre nosotros por mucho tiempo más, ellos y sus descendientes.
3 comentarios en «Supervivientes. Apuntes para un catálogo de árboles históricos de Huelva»
ENHORABUENA Y QUE CUNDA EL EJEMPLO
Lola, como siempre enriqueciéndonos de la cultura de esta Huelva que tanto queremos. Gracias por esa información que nos deleita
Así de grande tu bonito y reivindicativo artículo,así de grande como nuestra querida HUELVA.muchas gracias Lola. Patxi G