Rafael Muñoz.
(Publicado en La Provincia el 26 de junio de 1918, página 2,
por Agustín Moreno y Márquez)
Aunque no parece propio hablar de política dada mi juventud en la mitad del siglo pasado, sin embargo creemos que no holgará dar aquí una pincelada sobre los partidos políticos que en Huelva alternaban en el mando local relacionado naturalmente con los que constituían el Gobierno de la nación.
Entonces solo había dos grandes partidos gubernamentales, el moderado dirigido por el general Narvaez y el progresista que personificaba el general Espartero, siendo aquí representante del primero como jefe provincial, don Luis Cerero, rico hacendado de Trigueros y como local don Fernando de la Cueva, los cuales gozaban de grandes prestigios entre sus conciudadanos; y del segundo, otro rico propietario de Gibraleón don Diego Garrido Melgarejo que tenía como subjefes en Huelva á don Francisco García y García y á don Jerónimo Martín, muy considerados entre todas las clases sociales de la localidad.
Todos saben que desde que se firmó el convenio de Vergara que puso fin a la guerra carlista y llegada a su mayor edad la reina doña Isabel II, Espartero fue alejado sistemáticamente del poder y estas circunstancias daban origen á conatos de sublevaciones que en más de una ocasión ensangrentaron los cuarteles y las calles de Madrid.
Pero en 1854 una sublevación militar a cuyo frente se hallaba el prestigioso general O’Donnell, dio la batalla al Gobierno en Vicalvaro donde no hubo, al decir de las gentes, vencedores “ni vencidos, porque el pueblo no tomó parte por ninguno de ambos bandos, comprendiendo que aquella sublevación era fruto de las camarillas palaciegas; más el general sublevado, mejor aconsejado quizás, publicó cuando ya iba camino de Portugal con sus huestes, el programa de Manzanares, ofreciendo reformar la Constitución, ampliar el sufragio, dar libertad a la prensa y armar a la Milicia Nacional.
Y como si el pueblo solo hubiera aguardado esas promesas del indicado programa político, se lanzó a los cuarteles, fraternizó con las tropas dando vivas a la libertad y cundiendo la revolución por todas partes.
Entonces fue cuando Espartero salió de su retiro de Logroño y se presentó a caballo en Madrid diciendo: “Cúmplase la voluntad nacional”.
El júbilo en toda España fue grande, hubo muchos repiques de campanas, colgaduras de balcones, música por las calles y vivas frenéticos a la libertad, porque el Duque de la Victoria cuyo título ostentaba el anciano general, era verdaderamente el ídolo del pueblo y especialmente de los soldados que miraban siempre en él a su mejor camarada.
Convocadas las Cortes Constituyentes se empezó a discutir el proyecto de la nueva Constitución del Estado; pero casi al mismo tiempo se echaban las bases de un nuevo partido político que se llamó democrático, acaudillado por el insigne don José María de Orense Marqués de Albaida y el cual no era otra cosa que el conocido después con el nombre de republicano.
Más O’Donnell, que no veía con buenos ojos los avances de las nuevas ideas y mucho menos el bullir constante del pueblo armado, principió a sombras la cizaña entre el Ejercito y la Milicia Nacional minándole el terreno desde el Ministerio de la Guerra al Presidente del Consejo de Ministros, al mismo Espartero, llegando a decir en una sesión de Cortes que eran inaguantables los derechos individuales concedidos al pueblo y que le pesaban sobre su corazón como si fuera una losa de plomo.
Y ocurrió al fin lo que necesariamente había de suceder. Una mañana tocaron a generala en los cuarteles, salieron las tropas a la calle y se dirigieron al Congreso en el cual apenas se habían reunido los diputados, intimándolos a que desalojasen el local o templo de las leyes y disolviéndolos a viva fuerza. Hubo choques sangrientos entre el ejército y la milicia y el Espartero hubiera tomado partido por esta sabe Dios lo que hubiese ocurrido, pero temió que se derrumbada el trono de aquella por quien tantas veces había peleado en los campos de batalla.
Por eso prefirió volver al ostracismo y dejar que triunfara O’Donnell el que acaudilló desde ese día otro nuevo partido que se tituló de “Unión Liberal” y que tuvo por jefe provincial en Huelva a don Luis Hernández Pinzón y como local al Doctor don José López Ortiz.
Disuelta después en todas partes la milicia nacional y restablecidos en la gobernación del Estado los principios conservadores, España disfrutó de un periodo de relativa calma y prosperidad, yendo al África a vengar su honra mancillada por los moros fronterizos y haciéndoles pagar una fuerte indemnización de guerra después de haber sido vencidos en los Castillejos, Tetuán y Wad Ráss. Algunos años después también se anexionaba voluntariamente a España la Isla de Santo Domingo.
Tales son los acontecimientos políticos más notables ocurridos en los albores de la mitad del siglo pasado que necesariamente habían de reflejarse también entre los hombres de nuestra provincia.