La historia del caballero moguereño que consiguió imponer su voluntad frente al todopoderoso Duque de Medina-Sidonia

Diego de Oyón trabajó para los Condes de Niebla.
Diego de Oyón trabajó para los Condes de Niebla.
Diego de Oyón trabajó para los Condes de Niebla.

R.Fdez.Beviá. Todo comienza en 1409, cuando vio la primera luz en la entonces villa de Moguer el que luego sería ilustre caballero don Diego de Oyón y Sánchez. Reinaba entonces en Castilla Juan II, el padre de Isabel la Católica; y el mayorazgo de Moguer tenía por titular a Martín Fernández Portocarrero, IV Señor de Moguer.

Hijo del hidalgo Alvaro de Oyón, don Diego fue un hombre que se hizo a sí mismo, alcanzando una inmensa fortuna gracias a su notable inteligencia y afán por saber. Inició su andadura profesional  en 1423 como paje del ilustre señor Luís Fernández Portocarrero, señor de la Villa de Palma del Río y de la Villa de Hornachuelos. Nuestro protagonista compartía formación con el hijo de este y fue creciendo en sabiduría y conocimiento jurídico, de modo que comenzó a prestar servicios como abogado y acabo adquiriendo notoriedad entre la nobleza de entonces. 


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Palacio de los Portocarrero, en Palma del Río, donde entró como paje Diego de Oyón.
Palacio de los Portocarrero, en Palma del Río, donde entró como paje Diego de Oyón.

Uno de los principales señores del siglo XIV y posteriores fue el Conde de Niebla, título antiquísimo (1368) al que se le había sumado el del ducado de Medina Sidonia. El todopoderoso señor de gran parte de las tierras que hoy ocupan nuestra provincia fijó su atención en Diego de Oyón, de modo que comenzó a trabajar para el.

Como pago de sus múltiples y notorios servicios, los sucesivos condes de Niebla para los que desarrolló su labor jurídica le colmaron de honores, entre otros el de nombrarlo Corregidor Mayor del Condado. Eso ocurrió con el III Conde de Niebla y I Duque de Medina-Sidonia, Juan Alonso Pérez de Guzmán y Osorio, y con el hijo de este, el IV Conde de Niebla y segundo Duque de Medina Sidonia, don Enrique de Guzmán.  El hijo de don Enrique, Juan Alonso Pérez de Guzmán y Suárez de Figueroa, V Conde de Niebla y III Duque de Medina-Sidonia, le sucedería a partir de 1492, y es quien establecería una oposición radical al cumplimiento de la voluntad póstuma del caballero moguereño. En el plano material, también le entregaron a don Diego (suponemos que el primer Juan Alonso Pérez de Guzmán) la Hacienda de Parchilena, mágico lugar donde decenios más adelante se erigiría el Monasterio de la Luz. 


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La Hacienda de Parchilena estaba en el espacio que, a partir de 1500, ocuparía el Monasterio de la Luz.
La Hacienda de Parchilena estaba en el espacio que, a partir de 1500, ocuparía el Monasterio de la Luz.

La Hacienda de Parchilena era una explotación agropecuaria del máximo explendor. Prueba de ello lo constituyen las manifestaciones de asombro de los monjes jerónimos que llegaron para erigir el Monasterio de la Luz, que expresaron en sus cartas al prior de Guadalupe. Pero no adelantemos acontecimientos y volvamos al desarrollo vital del caballero moguereño.

Su vida en Palma del Río posibilitó que conociese a una dama noble, doña María Álvarez de Cárdenas, con la que contrajo matrimonio. A su pesar no tuvieron descendencia. La pareja atesoró un importante patrimonio, con diversas viviendas, entre otras la de Parchilena, multitud de propiedades en Moguer y una casa en Sevilla, donde vivieron una vez consolidado profesional y socialmente. De hecho fue destacado como ‘veinticuatro de Sevilla‘ una distinción equiparable a formar parte del gobierno municipal de la ciudad. Este nombramiento debió ser de los primeros de esta naturaleza, dado que el título de ‘veinticuatro de..’ tiene origen en la toma de Granada por parte de los Reyes Católicos, en 1492 (Oyon falleció en 1498).

Sala de reuniones donde participaría Diego de Oyón, como veinticuatro de Sevilla.
Sala de reuniones donde participaría Diego de Oyón, como veinticuatro de Sevilla.

Su posición de relevancia en Sevilla hizo que se relacionase con los monjes del cenobio jerónimo de Buenavista y, a su vez, con los del Monasterio de Guadalupe, principal de esta transcendental Orden de la época. De hecho, Diego de Oyón y su esposa se encuentran enterrados en el monasterio sevillano.

En 1491, Diego de Oyón otorga testamento a favor de los monjes jerónimos de Guadalupe (confirmado por el de su señora, en 1495), cediéndole toda su fortuna, con la única condición de que sirviese para erigir en los terrenos de la antigua Hacienda de Parchilena un Monasterio en honor de Nuestra Señora de la Luz, en el que tenían que habitar con carácter permanente un mínimo de doce monjes, que asegurasen la celebración de misas diarias por su alma, las de sus familiares directos y las de los señores de Palma del Río Fernández Portocarrero. Caso de no cumplirse este requisito, la herencia pasaría a manos del albacea testamentario, precisamente el señor de Palma del Río, Luís Fernández Portocarrero.

Representación pictórica de los caballeros veinticuatro de Sevilla.
Representación pictórica de los caballeros veinticuatro de Sevilla.

Para hacernos una idea de la importancia de la herencia otorgada a los frailes, en ese momento en la hacienda de Parchilena había más de setenta bueyes para trabajar las fincas aledañas, en las que daban sus frutos decenas de miles de cepas y olivos. Además, disponía de otras tierras en Moguer, Niebla, Lucena del Puerto y Bonares, y una enorme cantidad de otros bienes muebles e inmuebles. Como curiosidad, entre ellos, se encontraban dos esclavas moras, Muzoda y Hamina; y una carta de tributos otorgada por el prior y los frailes del Monasterio de la Rábida, los mismos que atendieron a Cristóbal Colón a su llegada en 1485.

En 1498, tras el fallecimiento de Doña María de Cárdenas, los jerónimos trataron de cumplir la voluntad del matrimonio, encontrando múltiples dificultades. La principal fue la oposición del Conde de Niebla a que tomaran posesión de la Hacienda de Parchilena, aduciendo que la propiedad de Oyón era solo de carácter vitalicio. El Conde de Niebla ocupó militarmente la Hacienda de Parchilena.

Moguer fue la localidad que vio nacer al ilustre caballero Diego de Oyón.
Moguer fue la localidad que vio nacer al ilustre caballero Diego de Oyón.

El general de la Orden Jerónima había encomendado al monje de Guadalupe, Fray Juan de Siruela, la erección del Monasterio de la Luz. Religioso de gran tesón y capacidad, trató por todos los medios de convencer al conde de Niebla de que depusiera en su actitud. Este, además, se vio favorecido contra los jerónimos por el apoyo del arzobispo de Sevilla, don Diego Hurtado de Mendoza, principal autoridad eclesiástica del territorio.

El Conde de Niebla, más allá del interés crematístico de apropiarse de la fecunda Hacienda, no podía soportar que un vasallo, primero de su abuelo, luego de su padre y posteriormente de él mismo, tuviera la osadía de erigir un monasterio de las características y dimensiones del Monasterio de la Luz. De alguna forma, esta acción benefactora de Oyón con los monjes jerónimos, lo situaba por encima de su señor. La historia tiene este componente épico sobre el que tuvo que pugnar Fray Juan de Siruela, quien intentó por todos los medios cumplir la voluntad de Oyón aunque también solicitó autorización al albacea testamentario, ante la actitud inflexible de Juan Alonso de Guzmán, para construir el monasterio en otro lugar. A ello el Señor de Palma del Río se opuso (hay que recordar que si no se hacía efectiva la herencia esta pasaba, precisamente, a manos del albacea), ateniéndose fielmente a los términos testamentarios.

Juan Alonso Pérez de Guzmán, III Conde de Niebla y I Duque de Medina-Sidonia.
Juan Alonso Pérez de Guzmán, III Conde de Niebla y I Duque de Medina-Sidonia.

Tras varios años de pugna Siruela no tuvo otro remedio que buscar el respaldo de los Reyes Católicos. La Orden tenía mucha influencia en los monarcas y el monje jerónimo de presentó en las Cortes Castellanas, consiguiendo, para su alborozo, la aprobación de los reyes a su propósito. Estos dictaron una cédula, expulsando al conde de Niebla de las tierras de Parchilena y haciendo posible la edificación del Monasterio de la Luz, en 1500. Cuando fue a tomar posesión definitiva de la Hacienda, fray Juan de Siruela invitó al prior general de la Orden, fray Leonardo de Aguilar, para que compartiera con él el ansiado momento, pero este no pudo acudir porque precisamente en esas fechas la Reina Isabel se encontraba en su casa.

Al cabo de los años, Fray Juan de Siruela, primer prior del Monasterio de la Luz, sería nombrado prior de Guadalupe y atendería en su lecho de muerte al rey Fernando el Católico. Este monje se caracterizó por su valentía y determinación.

Fray Juan de Siruela volvió al Monasterio de Guadalupe, nombrado su XXII prior, en 1515. Allí, tras los intensos años en el Monasterio de la Luz y habiendo aprendido y experimentado en este las mejores técnicas de cultivo, elaboró el más antiguo tratado vitivinícola que existe en el mundo en lengua castellana, escrito en tela y que hoy se encuentra cuidadosamente conservado en la Biblioteca Nacional de España, en Madrid.

De esta forma pudo cumplirse la voluntad de Diego de Oyón, un caballero que, sorprendentemente, pudo imponer su voluntad, ya fallecido, sobre la del Conde de Niebla, su señor.

Diego de Oyón consiguió, de manera póstuma, cumplir su voluntad frente a la oposición del Conde de Niebla.
Diego de Oyón consiguió, de manera póstuma, cumplir su voluntad frente a la oposición del Conde de Niebla.

La historia del Monasterio de la Luz, símbolo de esa voluntad sin límites, está plagada de anécdotas. Una de ellas, dando linea de seguimiento al relato que hemos contado, ofrece la curiosidad de que cuando el monasterio fue exclaustrado, como consecuencia de la desamortización de Mendizabal en 1836, el dinero resultante de la subasta no fue a parar a manos de las paupérrimas arcas del estado, sino que terminó en poder de los descendientes de Luis Fernández Portocarrero, aquel albacea testamentario que se opuso a modificar un ápice de la voluntad testamentaria de Diego de Oyón. Con sentido y habilidad jurídica, los descendientes manifestaron que, dada la exclaustración del monasterio, no se cumpliría la condición de celebración eterna de misas, con lo que la herencia debería retornar al citado albacea y, por ende, a sus descendientes.

 

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