HBN. El verano de 2017 está siendo especialmente triste, desde el punto de vista medioambiental, en la provincia de Huelva. El pasado 26 de junio, tras el incendio forestal que asoló Moguer, la organización mundial de conservación de la naturaleza WWF (World Wildlife Fund) lanzaba un comunicado en el que afirmaba lo siguiente: «Un informe publicado por la organización en 2006, ‘Los problemas ambientales de Doñana’, marcaba precisamente como de alto riesgo la zona donde se ha iniciado el incendio. Para WWF, era sólo cuestión de tiempo que se produjera un incendio como el de este fin de semana en Doñana».
Quizá muchos desconozcan el estrecho vínculo que une a WWF y Doñana, y por el que, para esta entidad, resulta aún más doliente que las llamas se cebaran con este tradicional paraíso de biodiversidad. La conservación de lo que en los años 50 se conocía como el Coto fue el primer gran logro de esta organización -casi puede decirse que lo que motivó su creación-, y mantener vivo el humedal más importante de Europa, una de sus grandes prioridades desde los 60.
WWF, fundada en 1961 a fin de buscar fondos económicos con los que proteger la naturaleza, se convirtió en una de las artífices de la creación del Parque Nacional onubense cuando, el 30 de diciembre de 1963, compró 6.794 hectáreas de las marismas de Doñana que se convertirían en la primera reserva biológica integral de España, la Reserva Biológica de Doñana. WWF había conseguido recaudar 33 millones de pesetas en sus dos años de vida y, tras arduas negociaciones, adquirir los terrenos que, dos años más tarde, cederían al CSIC con fines de investigación y conservación, naciendo así la Estación Biológica.
Pero el contexto en el que este Fondo Mundial para la Conservación de la Naturaleza se hizo con aquellos terrenos para protegerlos, así como los nombres propios de los protagonistas de esta historia, hay que buscarlos un poco más atrás en el tiempo.
A finales del siglo XIX y principios del XX, la riqueza de las marismas del Guadalquivir empieza a llamar la atención de naturalistas como Antonio Machado y Núñez (abuelo del poeta sevillano) o Abel Chapman y J. Buck, autores estos últimos de los libros Wild Spain y Unexplored Spain, todos ellos científicos de campo dedicados a la investigación y estudio de la naturaleza y el medio ambiente.
Pero una gran amenaza planeaba sobre el Coto. En los años 50, animales que hoy son objeto de protección eran considerados alimañas indeseables. Los dueños de aquellos terrenos pagaban a quienes mataran linces, zorros, águilas, comadrejas… A aquella concepción de la fauna, se sumaban el proyecto de repoblación forestal del Ministerio de Agricultura de Franco. El humedal se concebía como un lugar insalubre, lleno de mosquitos que podían transmitir enfermedades como el paludismo o la malaria, y el Gobierno planeaba desecarlo para cultivar y plantar alcornoques y pinos de los que obtener madera para la Empresa Nacional de Celulosa.
En este punto de la historia, aparece la figura de José Antonio Valverde, un vallisoletano licenciado en Biología que, como muchos amantes de la naturaleza, se había fijado en Doñana. Por ello, cuando en 1952 el ornitólogo y también biólogo Francisco Bernis Madrazo -considerado el padre de la ornitología española- le invitó a acompañarlo en una expedición a este lugar, no lo dudó. Su guía sería Mauricio González-Gordon y Díez, uno de los propietarios del Coto y amante de la ornitología, que no compartía los planes de Franco para aquellos terrenos.
Valverde, con la ayuda de Bernis y González-Gordon, ideó una importante campaña a nivel internacional para salvar el humedal, en el que, tras realizar anillamientos de aves acuáticas, habían comprobado que reinaba una enorme biodiversidad y que suponía un lugar estratégico para la migración de esta fauna entre Europa y África.
Una de las bazas que jugaron fue la presión internacional. A lo largo de la década de los 50, promovieron diversas expediciones de científicos a Doñana, siendo la más conocida la Coto Doñana Expedition, que tuvo lugar en 1957. En esta última participó un grupo de británicos interesados por la ornitología, entre ellos destacadas personalidades del momento como lord y lady Alanbrooke, sir Julian Huxley (fue el primer director de la Unesco), Max Nicholson (fue director de la publicación Nature Conservancy), los ornitólogos de campo James Fergusson-Lee, J. Raines, Tony Miller, J. Parrington y Guy Mounfort y el mejor fotógrafo de naturaleza del momento, Eric Hosking.
Durante su estancia de dos meses, el grupo llevó a cabo una campaña de anillamiento de aves, además de recoger cada día en sus cuadernos de campo los datos que iban obteniendo de su pequeña aventura. Aquella información fue difundida posteriormente en publicaciones como Portrait of a wilderness, de Guy Mounfort, libros que contribuyeron a dar a conocer por toda Europa la importancia de conservar Doñana dado su enorme interés medioambiental y, posteriormente, también a recabar fondos para tal fin.
Estos investigadores de la naturaleza retornaban a sus países de origen maravillados por lo que habían descubierto en el sur de España y algunos, como el conservacionista suizo Hans Luc Hoffmann, se comprometieron plenamente cuando Valverde les pidió ayuda para salvar el humedal.
Hoffmann colaboró intensamente para recaudar fondos y comprar una finca en pleno Doñana. Consiguió dos millones de francos suizos, donaciones realizadas por ciudadanos de toda Europa, especialmente de la zona norte, para evitar la desaparición de aquel oasis de biodiversidad.
Los mismos expertos que estaban apoyando la campaña de Valverde fueron los que se reunieron en 1961 en Londres para plantear la creación del Fondo Mundial para la Conservación de la Naturaleza (WWF), del que Hoffmann fue el primer vicepresidente, y cuya misión inicial sería utilizar el dinero recaudado para adquirir 6.794 hectáreas de marismas en Doñana.
En esta batalla, el primer presidente de WWF, el príncipe Bernardo de Holanda, jugó un importante papel, pues hizo llegar a Franco cartas en las que reflexionaba sobre el valor del humedal que éste quería desecar y el prestigio que estaba alcanzando el enclave a nivel internacional. Estas misivas se sumaron a las que Bernis Madrazo y el padre de Mauricio González-Gordon mandaron al caudillo, informándole en los mismos términos.
El resultado fue la paralización del proyecto gubernamental, la compra de los terrenos y el nacimiento de la Reserva Biológica de Doñana (1964) y la Estación Biológica del CSIC (1965), de la que Valverde fue el primer director. Cuatro años después, nacería el Parque Nacional, que contaría con 35.000 hectáreas más, y en 1989 el Preparque o Parque Natural.
Así pues, podemos decir que quien fuera miembro del equipo directivo de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y fundador y presidente de la Sociedad Española de Ornitología, José Antonio Valverde, fue asimismo el gran artífice de la salvación de Doñana, objetivo que no habría logrado sin el apoyo de otros grandes entusiastas de la naturaleza que hicieron suyo aquel difícil proyecto.
Si el conocido como ‘padre de Doñana’ no nos hubiera dejado en 2003, seguro que hoy volvería a empezar una campaña para combatir las amenazas que se ciernen sobre este terreno y que el secretario general de WWF España, Juan Carlos del Olmo, tan bien resume en estas palabras:
«gracias a visionarios como Hoffmann o Valverde, las marismas de Doñana se salvaron de la desecación. Pero medio siglo después, nuestro humedal más emblemático sigue cercado por múltiples amenazas que comprometen su futuro. Amenazas como el dragado del Guadalquivir, los almacenes de gas en el subsuelo, o los pozos ilegales de agua, que nos recuerdan que aún nos queda mucho por hacer para que las futuras generaciones puedan seguir disfrutando la belleza de Doñana».
En suma, podemos decir que el fuego ha podido destruir parte del Preparque, pero Doñana es una superviviente que sólo necesita del José Antonio Valverde que cada uno lleva dentro para ser la mayor reserva ecológica de Europa a perpetuidad.