HBN. Miles de rocieros han participado esta mañana en la solenme misa pontifical celebrada en El Real de la aldea almonteña. Presidida por el obispo de Huelva, José Vilaplana Blasco y concelebrada por José Mazuelos Pérez, Obispo de la Diócesis de Asidonia-Jérez, y Francisco Jesús Martín Sirgo, párroco de Almonte, rector del Santuario y director espiritual de la Hermandad Matriz, y los capellanes de las distintas hermandades, ha constituido, como cada año, uno de los actos centrales de la romería.
Ha presidido el altar la reproducción del Simpecado de la Hermandad Matriz del Rocío de Almonte y los de las 119 filiales cuyos hermanos mayores y juntas de gobiernos ocupaban los espacios más próximos de la explanada ante el presbiterio.
La misa ha sido cantada al unísono por la Coral Santa María de La Rábida y la Coral Ntra. Sra. del Valle de Hinojos, y retransmitida en directo por Canal Sur Televisión. En el transcurso de la misma han destacado las interpretaciones del solista, el cantaor Eduardo Hernández Garrocho. En particular ha sobresalido la interpretación de fandangos de Huelva durante la comunión.
Reproducimos integramente la homilía del Obispo de Huelva, José Vilaplana Blasco:
‘Después del largo camino nos reunimos como gran familia junto a nuestra Madre, la Virgen del Rocío, para celebrar la fiesta de Pentecostés. Junto a Ella, en oración, como los Apóstoles, esperamos el don del Espíritu Santo, que nos llena de consuelo y alienta y dirige nuestras vidas por el camino del Evangelio.
Hemos llegado hasta aquí llevando en nuestros corazones súplicas y promesas, acción de gracias y esperanzas que deseamos poner en las manos de nuestra Madre, que, en medio del bullicio de la fiesta, no deja de estar atenta, como en Caná (1), a nuestras necesidades (recuerdo a las víctimas del atentado de Londres, ocurrido en la noche de ayer, y del hombre fallecido en la madrugada de ayer cuando participaba en Terrassa en la romería del Rocío de Cataluña):
Virgen de las marismas,
Madre y Señora
de tantísimos pobres
como te lloran.
¡Vida y dulzura
de todo el que te cuenta
sus amarguras! (2)
En este encuentro con la Virgen María, a la que le decimos tantas cosas, también debemos preguntarnos qué nos dice Ella. De una madre se aprende siempre.
El papa Francisco, en su reciente peregrinación a Fátima, nos invitaba a mirar a María como maestra de vida espiritual, la primera que siguió a Cristo por el camino estrecho de la cruz, dándonos ejemplo; como la Bienaventurada porque ha creído siempre y en todo momento en la Palabra divina, como la Virgen María del Evangelio. El Santo Padre nos advertía también sobre el peligro de retratar a María con una visión subjetiva que no permite descubrirla en toda la belleza y profundidad que tiene su persona y su colaboración en los planes de Dios. San Juan Pablo II ya dijo en este lugar que el Rocío debe ser una verdadera escuela de vida cristiana.
Queridos hermanos y hermanas rocieros, vengamos a las plantas de la Blanca Paloma no sólo como suplicantes, sino también como aprendices, con la humildad del que quiere conocer mejor a María y acoger de sus labios su invitación siempre actual: “Haced lo que mi Hijo os diga”. Tomemos conciencia de que necesitamos urgentemente aprender de María a ser cristianos auténticos para ser buenos rocieros.
Esta imitación de María, nuestra Madre, nos llevará a conocer mejor la Palabra de Dios, acogiéndola en nuestro corazón; a poner la Eucaristía, especialmente la del domingo, en el centro de nuestra vida para robustecer nuestra comunión con Cristo; y a vivir trabajando por la justicia una sociedad que necesita ser regenerada. Como cristianos no podemos ceder a la tentación de lo que corrompe nuestra vida y desdice del nombre de cristianos; a la explotación del débil o del inmigrante; al odio o al maltrato, hiriendo la dignidad de la persona. Vengamos al Rocío como a una escuela de vida cristiana a aprender de María, maestra de vida espiritual.
Somos conscientes de nuestra debilidad. Nadie puede decir Jesús es Señor, si no es bajo la acción del Espíritu Santo, como hemos escuchado en la segunda lectura. La fiesta de Pentecostés nos recuerda que nuestra fuerza es el Señor que nos concede su Espíritu Santo como Rocío que nos fortalece y fecunda. La Iglesia, nosotros, no se sostiene por sí misma, es el Espíritu de Dios el que la rejuvenece y revitaliza con su soplo divino. “El Espíritu que, desde el comienzo de la Iglesia naciente, infundió el conocimiento de Dios en todos los pueblos».
Por esto, Pentecostés es una fiesta de esperanza, pues, a pesar de nuestra fragilidad, Jesús cumple la promesa hecha a sus Apóstoles: “Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad”.
María, nuestra Madre, nos acompaña en este camino de esperanza enseñándonos que quien pone en Dios su confianza nunca queda defraudado.
No nos dejemos atrapar por nuestras fragilidades ni por nuestros pecados, Dios es más fuerte y tiene poder para transformarnos en hombres y mujeres nuevos. El Espíritu Santo abre caminos de esperanza donde nosotros sólo vemos callejones sin salida. La Virgen del Rocío, la Virgen de Pentecostés, nos recuerda que el Poderoso hace maravillas en los humildes. Hizo maravillas en la pequeñez de su Sierva y puede hacer maravillas en nosotros, si nos dejamos conducir por el Espíritu Santo. Los Apóstoles, temerosos y débiles, quedaron transformados por el viento impetuoso del Espíritu de Dios.
El relato de Pentecostés, que hemos escuchado en la primera lectura, ha terminado así: “Los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua”. Los Apóstoles hablaron con libertad, con entusiasmo, de las grandezas de Dios, y lo hacían con un lenguaje que entendían todos los que escuchaban, pertenecientes a diversos pueblos y culturas. Esa es la misión de la Iglesia de todos los tiempos, también de nuestra Iglesia, ahora, en este inicio de siglo: hablar de Dios, de la grandeza de su amor, manifestado en Cristo Jesús. Cristo nos mostró la bondad y la misericordia de Dios con toda su vida, especialmente en su muerte (amor hasta el extremo) y en su resurrección (amor que no muere nunca). Y así nos lo encargó a nosotros: “como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Acojamos esta misión. Dice el Papa Francisco: “En Pentecostés, el Espíritu Santo hace salir de sí mismos a los apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno empieza a entender en su propia lengua. El Espíritu Santo, además, infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (…) en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente…”.
La Iglesia quiere anunciar a todos esta Buena Noticia, pero, en este momento, quiere acercarla a los jóvenes. Por eso el Papa ha convocado un Sínodo para reflexionar sobre la fe y la vocación en la juventud. Todos compartimos esta preocupación y esta esperanza. ¡Queridos jóvenes rocieros, de la mano de María acoged el Evangelio, dejaos transformar por el amor de Jesucristo, camino, verdad y vida, y con Él y con Ella, sed mensajeros, testigos y apóstoles entre vuestros compañeros jóvenes! Traducid con fidelidad el Evangelio a vuestras formas de comunicación, a los nuevos lenguajes. Oramos con vosotros y por vosotros para que la Iglesia experimente un nuevo Pentecostés. El Evangelio os hará salir de vosotros mismos para ser servidores de todos, comprometidos especialmente en la atención a los pobres y a los más frágiles. Tened confianza y con la Virgen María, decidle a Dios: “Sí”, “aquí estoy”.
Quiero hacer mías estas palabras del Papa: “¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa! Pero sé que ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu”.
Todos unidos, con María, Madre del Rocío, pedimos llenos de confianza: ¡Ven Espíritu Santo llena los corazones de tus fieles y enciende en nosotros el fuego de tu amor!‘