Ramón Llanes. Entre esa inconfundible orilla de mar y la raya de tierra quebrada amorosamente de pinares se extiende la magnánima Costa de nuestra sin par provincia de Huelva, afinando un poco la vida que se transfigura en marinerías y labranzas, con aspectos a fresón encendido, a carnaval suelto, a pintura nueva, a esteros, a humedales, a tiempos de longitud y a seres humanos que proporcionan la esencia del estado sobrenatural que la dignifica. El paisaje es bello y versátil, las cosas están puestas en su sitio lírico, los hombres ocupan toda la impaciencia y el mundo en el que irrumpen se les engancha a la piel como perfume identitario, como queriendo quedarse; todo es destacable porque la mar en generosa, porque los calmos espacios del estío se llenan de buscadores de paz y porque el ambiente es frondoso desde la quietud de los días a la tonalidad sangrante del ocaso.
Es fácil vivirse las épocas sorteando las arenas pálidas o rebuscando placeres de convivencia por todos los pueblos que alisan de bienestar la dulce composición estética de la Costa. Es imposible estar sin apoyarse, pasar sin quedarse, disfrutar sin enamorarse; prima en este aire admirado una suculencia de favores para que las cosas de aquí asuman la responsabilidad de agradar sin el ápice obligado de la vanidad, sin los signos de chauvinismo empalagoso que cultivan sociedades poco favorecidas.
La Costa es un todo único, es una estampa de tanta profundidad de belleza que no precisa de halagos ni disimulos; tiene solvencia en cada rincón de cada plaza y el conjunto arquitectónico se configura como un patrimonio adorable muy bien valorado por los numerosos visitantes que gustan no perderse la gratitud de su clima y la idoneidad de sus colores para acunar la esperanza del deseo de alcanzar, quizá como sueño, una vida cerca de este paraíso sobradamente afable en su fundamento como en su argumento, donde los seres humanos son la nota más perfecta de su atractivo. Es un mundo distinto, es un poema grande, una locuaz fuente de lindezas; La Costa se encierra en casi un universo completo de realidades.
Todo puede ocurrir en el protocolo de la consideración en esta tierra bordeada de excentricidades y de curiosidad, toda la fórmula de la vida en estado placentero se resume en las paredes de los pueblos firmes que la protegen, toda la Costa está presente en la razón de toda la grandiosidad, o sencilla grandiosidad, de unos términos abiertos a la estancia y a la búsqueda de sensaciones ilimitadas. Desde Ayamonte a Punta Umbría, desde Lepe a Cartaya, desde la mar a los esteros, desde el fondo más prosaico a la luna más cercana, todo el paladar en la memoria, el habla genuina de sus gentes, el corazón bondadoso en la hospitalidad, las formas en las devociones y en las costumbres lúdicas, todo el merecedor ambiente que desde lo más extenso de Doñana impregna los pueblos, toda la figura hecha romanticismo al uso, todo un preciosista colmo de buen humor, todo lo genial, todo está en nuestra inenarrable Costa de Huelva. Para brindar con el honor que nos produce su incalculable disfrute.
