Juan Carlos Jara. Esta vez te vas a marchar. Lo presiento. Te perdemos y es casi inevitable. Porque no te queremos bien, porque te hemos dejado en las peores manos posibles, porque no somos capaces de rescatarte. Nos falta valentía mientras te mueres, enfermo, y mientras contemplamos casi inmóviles tu lenta destrucción. Recordamos nuestros mejores momentos a tu lado y nos estremecemos por tanta felicidad sentida, por tantas alegrías compartidas y por tantas penas sufridas junto a ti pero recordadas ahora con la satisfacción de haberlas superado.
Me siento a tu lado, te acaricio, siento tus colores traspasando otra vez mi piel y formando parte de mi sangre. Percibo tus pensamientos, el latir enfermo de un corazón curtido, con humildad, en el trabajo del día a día, sin grandes estridencias. Escucho tus pensamientos, tu deseo de perdonarnos tras tantas tardes compartidas sobre el cemento en aquellos años gloriosos de ilusiones renovadas. Percibo también lo que dejaron en ti quienes formaron parte de nuestros sueños, quienes sintieron sobre el césped maltratado lo mismo que nosotros, tú y yo, sentimos tantas veces.
Recuerdo otro tiempo, en este mismo lugar, con tantos proyectos irrealizables que se hicieron realidad en nuestras manos y que tanto disfrutamos. Miro tu rostro. Estás irreconocible. No sé por qué se creyeron con derecho a hacerte tanto daño. Luchamos por ti y te queríamos. Créeme. Pero te queríamos mal, está claro.
Aún te queda ese halo de gloria que queremos conservar. Nos queda un último esfuerzo que derrochar, sacudir la pereza y esa extraña apatía que siempre nos invade, que nos inmoviliza ante tu sufrimiento. El futuro no se vislumbra pero se puede luchar por él. Buscamos una pequeña rendija, oculta, que nos muestre un nuevo camino. Buscamos otra vez esa gloria que tanto nos permitió disfrutar. Creo en ti, mi querido abuelo. Creo en ti y necesito contar contigo. Lo voy a intentar. Queremos conseguirlo.