Ramón Llanes. Los renglones están llenos de lánguidas historias de prosaicas opiniones vertidas en sus muros; tiempo, este último, curtido en atinos y desatinos con miras solo dirigidas a la sustanciosa crisis –que dio para tanto- y a las consecuencias benignas o transgresoras de la misma. La vida ha evolucionado de otra manera y el eco ha ido surgiendo según los cantos y según los cantores, hasta el punto de desfigurarse el contenido.
Las estadísticas oficiales no recogen, sin embargo, la afectación de la crisis en el amor; no ha interesado saber si ha subido el nivel de desamor, si ha podido uno con el otro, si han surgido nuevos enamoramientos durante la crisis o si el amor ocupa el trigésimo lugar en la intención de voto o preocupación de los ciudadanos. Nada se ha dicho y muy poco se ha escrito.
En referencia a la celebración del día de los enamorados –que para unos es el día del amor y para otros una pantomima comercial- quienes dedicamos parte de la tarea a la observación del mundo y sus ocurrencias, presentamos una opinión, quizá no científica pero sí cualificada, de la influencia del desorden social en los sentimientos. No tememos lo peor, hasta ahora mismo, y a partir de hoy cambiarán las reglas dañadas por la inconsciencia, a partir de hoy se llamará de nuevo amor y se volverán a escribir las historias con mayúsculas. Los observadores apostamos por la confianza en las pasiones, en la emotividad propia y en los entusiasmos, porque la crisis ímproba e infinita no habrá podido enajenar de nosotros el deseo ni habrá podido inferir otros modos. Seguiremos viviendo historias de amor a pesar de los inconvenientes del sistema.