Ramón Llanes. Hay en la memoria un extraño pegamento que agarra los hechos con una inusitada fuerza y los somete a un remolino de aprendizaje hasta detenerlos en un estado perfecto de pasión para que al recordarlos produzcan emociones o nuevamente sorpresas. La versatilidad de la memoria, la conciencia exacta que posee la memoria y la voluntad inconsciente, le otorgan un rol principal en el contexto de cualquier vida.
Nuestra especie se aferra demasiado a la ductilidad de la memoria y le arranca con mucha frecuencia esos haberes placenteros que ella guarda en sus neuronas; de la memoria se abusa en tal sentido, somos parte de un pasado tan escrito que nos resulta imposible desatarnos de el o desactivarlo. La nostalgia nos beneficia el sentimiento más que los sueños y claudicamos ante este placer. Hablamos de ayer, olvidamos lo que haremos, describimos un beso dado y no diseñamos un nuevo beso; ponemos ataduras al futuro y damos riendas sueltas al pasado.
Algo se mueve dentro que no controlamos y nos empuja a iniciarnos en esa aventura de recordar. La psicología en general no es partidaria de esta costumbre y huye en sus mensajes de aconsejar el apoyo obsesivo en lo ya ocurrido; el estímulo no vale para ello, es un elemento fundamental para el proyecto, para la superación personal, pero su uso solo está prescrito para el aporte imprescindible del valor de la experiencia.
Convivimos con la sensación de pertenecer a la memoria a través de vivificados recuerdos como un patrimonio de la mente, sirviendo no más que para un deleite. Débil conformidad que es apariencia de un final que se presenta, desde la nostalgia, cada vez más corto. O algo parecido.