Miguel Ángel Velasco Márquez. Una de las mayores virtudes del nuevo trabajo de Gutiérrez Lázaro es la honestidad del producto que presenta, no engaña a nadie. Con una campaña promocional descomunal, que ha conseguido que el hacerse con una entrada para visionarla en el cine más cercano suponga una absoluta necesidad para el espectador ávido de un producto que le sirva de mera evasión durante hora y media. Y ese es el gran logro de la cinta, que como vía de escape, como obra anestésica, si queremos llamarla así, funciona a la perfección.
El trailer se encarga de dejarnos bien claro qué nos vamos a encontrar: una sucesión de clichés y personajes deformados, junto a un estudio punzante de la sociedad andaluza y vasca. Todos estos ingredientes bien mezclados podrían haber convertido a Ocho apellidos vascos en el mayor canto al esperpento de Valle Inclán a través de personajes grotescos y una radiografía de la sociedad mordazmente deformada, si se hubieran tenido las agallas suficientes, o simplemente las ganas de salirse del tipismo en el que se acomoda el producto, cambiando la corrosión berlanguiana que pedía a gritos por el azúcar made in Meg Ryan.
No transgrede ni incomoda, solo un par de secuencias con pinceladas de mala uva y un plano (esa magnífica entrada del personaje que interpreta Dani Rovira en Euskadi) sirve para subrayar lo que pudo ser y se quedó en un quiero y no puedo (o no debo).
La cinta nos pone tras la piel de Rafa, un joven sevillano de familia adinerada que conoce a una preciosa chica vasca durante los días de la Feria de Sevilla. El chico se enamora completamente de ella y cuando regresa a su ciudad, este se da cuenta de que tendrá que viajar al norte si quiere recuperarla.
Así, emprende una loca aventura enfrentándose al miedo de un lugar desconocido, distinto a todo lo que ha visto hasta ahora. Pero las cosas no serán más fáciles una vez allí, para conseguir la aprobación del padre de la chica, Rafa tendrá que hacerse pasar por vasco, una de sus peores pesadillas.
En el plano interpretativo los actores hacen lo que pueden ante unos personajes mal dibujados y con escasa, o nula, progresión emocional. Dani Rovira funciona a medio gas, siendo un cómico magnífico. Clara Lago llega a irritar al espectador, solo Karra Elejalde consigue destacar con una interpretación más que digna. Suyas son las réplicas más divertidas del largometraje. La peor parte se la llave una Carmen Machi perdida en un personaje inexistente creado a modo de bisagra.
Si partimos de la base que el fin principal de cualquier largometraje consiste en entretener, Ocho apellidos vascos lo consigue, y puede que con creces, el problema viene en la duración que ocuparía en nuestra memoria cinematográfica sino fuera por la atronadora promoción. Una idea tan prometedora que acaba convertida en la más pura nada por obra y gracia de un guión incoherente y cobarde, repleto de giros y planteamientos absurdos y con, probablemente, uno de los finales más vergonzantes que un servidor recuerda en pantalla.
Solo hacia falta salir del tópico por el tópico y llevarlo al extremo, Berlanga podría haber sido una fuente inagotable de recursos, llegar a incomodar al espectador, mostrar las mil aristas que esos, finalmente, vacíos personajes pudieran desarrollar en su relación entre sí.
Allan Ball deconstruyó de un plumazo el american way of life con el magistral libreto de American Beauty, Berlanga cargó contra el tópico en una sociedad franquista y represiva con mucho ingenio y maestría y una censura al acecho y Woody Allen nos ha hecho sentirnos neoyorkinos durante hora y media con cada película que nos brinda, ni que decir tiene que a Gutiérrez Lázaro no le interesan estos logros y es por ello que lo que pudo ser la comedia del año se quede en un fin de semana de ‘Omaita’ en ‘vaya semanita’ de la ETB.
Película: Ocho apellidos vascos.
Dirección: Emilio Martínez-Lázaro.
País: España.
Año: 2014.
Duración: 98 min.
Género: Comedia.
Interpretación: Clara Lago (Amaia), Dani Rovira (Rafa),Carmen Machi (Merche), Karra Elejalde (Koldo).
Guión: Borja Cobeaga y Diego San José.
Producción: Ghislain Barrois, Álvaro Augustin y Gonzalo Salazar-Simpson. Música: Fernando Velázquez. Fotografía: Kalo Berridi. Montaje: Ángel Hernández Zoido. Dirección artística: Juan Botella.
Vestuario: Lala Huete