Francisco J. Martínez-López. El verano pasado, en una conversación de sobremesa con una amiga en un restaurante francés en Park Ave., salió el tema de las películas recientes que habíamos visto, y me habló de una que acababa de ver, Antes del anochecer (Before midnight), que casi era el diálogo de una pareja todo el tiempo. Por el título y el estilo, me recordó a otra que había visto años atrás, en la que una pareja de amigos que se reencontraba al cabo de muchos años se pasaba todo el tiempo hablando, en un diálogo ininterrumpido, mientras paseaban por las calles de París. Entonces, fue cuando mi amiga me dijo que eran los mismos actores (la francesa Julie Delpy y el estadounidense Ethan Hawke), que la que yo vi fue la segunda entrega (Antes del atardecer), y que la que ella había visto recientemente era la última de una trilogía que empezó con Antes del amanecer, película de mitad de los 90.
Desconocía todo esto por completo, pero me hizo ilusión saberlo porque la segunda película me encantó; de estas veces que estás haciendo zapping, ves una película (creo que la echaban por la 2), conoces a los actores y la dejas un instante, pero con intención de cambiar poco después; sin embargo, pasan los minutos y, finalmente, te das cuenta de que ya no tienes el mando de la tele en la mano… y ya estás enganchado con la película. Éstos también son gustos personales, quizá a otras personas no les atraiga una película que consiste básicamente en una conversación, sin descanso, intelectual y con romanticismo basal, entre un hombre y una mujer. El marco, París o cualquier otro sitio, ya era lo de menos; podría haberse interpretado como obra de teatro.
Así que, sin dudarlo, a mitad de tarde, tras dejar a mi amiga, pensé en ir a ver la última entrega de la película, que la echaban en cines Angelika, una sala emblemática que proyecta mucho cine independiente en el Soho de Barcelona. Y, en los trailers de películas previos a la película, pusieron el del documental Salinger. Qué casualidad, pensé, pues días antes había tenido una conversación intensa con otra amiga, fan del escritor, sobre su célebre novela El guardián entre el centeno (The catcher in the rye), una noche que cruzábamos Central Park, camino del West Side, después de ver una obra de teatro experimental, donde me sorprendió que varios de los actores habían sido secundarios de películas que había visto (por ejemplo: Shame, de Steve McQueen), y estaban ahí, en la cafetería del teatro, tomándose un refrigerio tras acabar su función; pero esto es otra historia. El caso es que, una vez visto ese tráiler enigmático de apenas tres minutos, sabía que tenía que ver el documental, aunque no lo estrenaban hasta meses después. Eso quedó ahí, pendiente, hasta esta semana, que conseguí verla; no obstante, no se ha estrenado en España aún, creo, por lo que los interesados tendrán que hacerse con una copia en versión original.
A continuación sintetizo brevemente la vida de Salinger, en lo que es una interpretación completamente subjetiva, por supuesto, del material de carácter biográfico publicado que he visto y leído, y desde el respeto a su elección de reclusión y separación de la vida pública, poco después del éxito de su famosa novela.
Salinger fue un hombre con una tremenda vocación de escritor, disciplinado y obsesivo en su oficio, y con talento –evidentemente, negarlo sería de estúpidos–, pero no tanto como él creía, en mi humilde opinión; con los amigos, de joven, incluso antes de su gran novela, solía hacer valoraciones extraordinarias de su escritura, que comparaba con la de otros escritores consagrados. La leyenda de Salinger ha sido alimentada más por el misterio en torno a su vida, y por los tristes homicidios que lunáticos justificaron por la lectura de su novela–como, por ejemplo, el asesinato de John Lennon a la salida del edificio Dakota en el Upper West Side neoyorquino, donde vivía; M.D. Chapman, su asesino sacó un ejemplar de El guardián entre el centeno y, tras dispararle a quemarropa, leyó algunos pasajes hasta que llegó la policía y lo arrestó–, que por la calidad y extensión de su obra.
Supongo que estos episodios dramáticos horrorizarían al creador de la historia del joven Holden, aunque poco se sabe de esto, pues el escritor decidió perderse del mapa a finales de los 60; se recluyó en Cornish, una pequeña localidad del estado de New Hampshire. Se cree que el escritor pasó gran parte de su vida intentando superar los horrores que vivió en la Segunda Guerra Mundial, donde desarrollo labores de contrainteligencia para el ejército estadounidense, y el romance frustrado con una joven, Oona O’Neill, quien lo abandonaría para casarse con el actor Charles Chaplin, con el que tuvo una familia numerosa; esto último es lo que explicaría su supuesta inclinación a acompañarse de jovencitas en su adolescencia tardía, y algunos de los personajes de sus historias, como Esmé.
El documental concluye anticipando, según información proporcionada por fuentes contrastadas acerca de supuestas instrucciones dadas por el autor antes de su fallecimiento, que en la próxima década saldrán a la luz varias novelas escritas por el autor, una de ellas ambientada en la Segunda Guerra Mundial y en la historia de un agente de contraespionaje; otra está relacionada con la familia Glass; y otra con otros momentos de la vida de Holden Caulfield y su familia. Seguro que cuando salgan, si salen, serán best-sellers inmediatos. De hecho, hace no muchos años, hubo un conato de publicación de una novela de Salinger, que el propio escritor decidió retirar a última hora; las solicitudes de compran anticipada del libro en Amazon fueron bestiales. Yo no tendré ninguna prisa en leerlas, no obstante.
Creo que fue el propio Salinger quien aconsejaba a los escritores que escribieran sobre cosas que hubieran vivido o experimentado de alguna forma, porque era la única manera de transmitir pasión y credibilidad a los personajes y a las historias. Él, seguramente hasta que se recluyó, vivió muchas historias en que inspirarse para escribir; tenía poco menos de 50 años en ese momento. Sin embargo, no creo que un aislamiento, radical y perpetuo, como el que tuvo voluntariamente desde entonces, beneficiara a la calidad de su escritura, ni a las historias de su escritura. Ha habido algunos casos previos de escritores recluidos en vida, que consiguieron escribir obras excelsas, como los siete volúmenes que componen En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, pero esto fue un caso extraordinario y, además, la comparación con Proust le queda grande a Salinger; esto no es por demérito de J.D., sino por mérito de Marcel.
Sea como fuere, lo que comento de la reclusión para Salinger es aplicable a Marcel Proust también; no entiendo qué puede hacer a una persona enclaustrarse de ese modo, voluntariamente, más que la búsqueda de pacificación de algún trastorno interior; la vida, que un artista también puede razonablemente llevar con discreción y distancia de la sociedad, es demasiado valiosa como para sacrificarla de esa manera tan drástica, y no creo que en el caso de Salinger fuera por la escritura. Parece que perseguía algún tipo de evolución interior, un camino hacia la iluminación, que en teoría buscaba, por las creencias budistas en las que se refugió desde entonces.
Tampoco creo que ese aislamiento elegido fuera óptimo para ello; se pierde la perspectiva. Contaba un monje budista que, tras toda una vida en retiro, meditando solo en las montañas, ya sentía que había alcanzado la iluminación y, por lo que se intuía en sus palabras, estaba preparado para morir. Imagínense, décadas en soledad, en condiciones de extrema austeridad, meditando y habiendo visto lo que ve el ser iluminado, probablemente sus vidas pasadas y futuras, y el bodhissatva decide que ya ha llegado el momento de dejar esa vida para iniciar otra reencarnado. Sin embargo, parece que en ese momento en que el monje estaba pensando en pulsar el botón de la reencarnación, el Dalai Lama lo llamó y le vino a decir, en pocas palabras y con cariño, claro, que ya estaba bien de tanto aislamiento, que quería que compartiera su sabiduría con la gente y que se diera a los demás; y el monje acató el deseo de su líder espiritual, aunque parece que al principio no le hizo mucha gracia; no terminaba de comprender a qué venía aquello… Aquí es donde creo que falló Salinger; quiso vivir con los principios budistas-zen como cura a sus males de espíritu, pero se olvidó de lo más importante para conseguir la iluminación: mayor dosis de amor, de compartir con el prójimo, de darse a los demás, de salir a jugar de vez en cuando con los niños que corren por los campos de centeno…
Como decía, seguramente debió ser un hombre que sólo buscaba alivio a sus tormentos, y eligió ese camino; quizá no se sentía con fuerzas o actitud para otra cosa; hay que sentir compasión por él. Me reitero en el respeto a la decisión que tomó en su día; fue su decisión y no hizo daño a nadie por ello, acaso a sí mismo. Sin embargo, si no la hubiera tomado, si hubiera seguido llevando una vida normal de escritor, su fama no habría sido tan notoria como la que terminó por conseguir, probablemente, alimentada por su vida mística, retirada de la vida pública, pero habríamos visto más literatura suya, seguro que con algunas obras tan buenas como El guardián entre el centeno. Sé que es una locura, pero es lo que me habría gustado. Reconozco que es una locura.
Por cierto, se me olvidaba, la última entrega de la trilogía, Antes de que anochezca, me gustó, sí. La recomiendo.