Isaac Del Pino / @Idelpinodiaz. Soy un asiduo a la red social Twitter -Con T mayúscula, sin que quepa posibilidad de españolizar a criterio de la RAE-. Y hablando de Tes mayúsculas: dentro de los muchos contenidos que me interesan de la red social, me interesan particularmente un par de escritores y periodistas como el archi-conocido Arturo Pérez-Reverte.
Con estos antecedentes bien clarificados a nadie le habría de extrañar que no me pierda por tanto ninguna de las salidas de tono del ilustre académico, ni tampoco su columna de los domingos que tiene por nombre “XL Semanal”. En la última -titulada Ese fulano (quizás usted) me roba-, tras descalificar -acertadamente- a un tipo, rememoraba a su vez una columna del amigote Javier Marías que ponía en balance el agravio que reciben todos y cada uno de los eslabones de la cadena que se conoce como “publicación”. Ya saben: autores, editores y libreros; callándose a base de bien lo que el Gobierno se lleva con ese suculento 21% de IVA -cuestión que Reverte sí machacó-.
Y es que la palabra del pater de los bestsellers del Alatriste para muchos parece dogma o diócesis ácida a seguir, pero como todo ser humano tiende a situar exclusivamente su punto de vista que no es, ni mucho menos, perfecto -cuestión que con honestidad no dudo que él mismo asuma-. Pero en cierto grado comprendo y comparto sus palabras lacerantes contra este, otro y aquel; pero más que nunca este gobierno de imbéciles (en el término más etimológico) que ha desprotegido y pasado a cuchillo de mercado a infinidad de autores cuyas obras quedan sujetas a ese suculento 21% de IVA que también es aplicable al arreglo de una pared, un abrigo de lujo o la entrada al cine; relegando, por tanto, de forma siniestra la posesión de la cultura hacia el sinónimo de lujo.
Decía a su vez que la protección de la cultura también es una responsabilidad cívica. Una responsabilidad que de forma inestimable durante buena parte de mi infancia -y la de otros onubenses- nuestros profesores inculcaron con cariño, indicándonos gentilmente que podíamos encontrar tal o cual lectura en la Librería Saltés. Y cuando nos vieron más maduros, no dudaron en presentarnos el mecanismo que, sin lugar a dudas, garantiza el acceso libre y gratuito a la cultura. Buen Sancho habrá sido, o mal Patronio, quien no sepa que me refería a la biblioteca pública. ¿Recuerdan al susodicho descalificado? Él no caía.
Mentaba también, y a esto iba, el tema de la piratería. A cómo ni sotano, ni pancraciano y menos aún fulano no iban a las librerías, bajándose de gorra el libro de moda y otros tantos que lo mismo ni leerían, evitando que se llevase el autor los dos euros calentitos de turno de entre el 8% y el 10 % que sacan del engranaje de la industria literaria. Eso, claro está, cabiendo mencionar lo que perdía el editor y el librero, tan jodidos como el firmante. Pero de la autoedición no decía ni media por no decir ni cuarto; de las investigaciones (a bajo coste en esta división) y los viajes (inexistentes en segunda) poca pérdida cabía augurar tal como lo hacía con los primeralínea de la literatura actual.
Y es que además raro sería que alguien se descargase -si es que suben- una obra de un autor novel simplemente editada en soporte papel, por no decir que Amazon y Bubok entre otros ya ofrecen sacar la obra con un coste cero y bajo precio de venta en formato digital; un precio tan bajo que quizás podría significar denigrante hacia el trabajo de fondo del teclea-más-y-más-rápido de turno. De tal forma que obtendrán igualmente los dos euros calentitos de turno, sin que nadie más cobre apenas real, peseta u oro -ustedes ya me entienden-.
Puede que El francotirador paciente sea una obra superdescargada, que a Don Arturo le birlen unos 10.000 euros a golpe de click y, obviamente, le causen algo de daño a su patrimonio y ya no digamos al de sus colaboradores. Pero culpar tan fervorosamente a la piratería es un desacierto que, además, insulta al consumo de cultura responsable que se ha de presuponer en el ciudadano de a pie, por no decir ya al lector -al de verdad, al que le gusta oler las hojas con disimulo mientras retira el marcapáginas-. Estimo, más bien, que debería culpar a los mismos que tienen puesto un IVA indecente al cine, quedando demostrado cómo las taquillas se llenaban cuando éste estuvo a precio de crisis. Estimo más bien que debería esputar con mayor vehemencia contra estos que bajan a un 10% las compraventas de obras de arte haciéndolas sabroso manjar de especuladores y contrabandistas sin pata-palo. Estimo, ya por terminar de estimar, que entenderá que los clásicos de Dumas y Doyle son ya obligadamente gratuitos -por su antigüedad- y que a estos señores nadie les va a robar nada a menos que el gobierno local, además de prometer el AVE Huelva-Madrid, prometa el expreso Huelva-El Infierno.
¿Que hay descargas ilegales? Cierto ¿Que debemos velar por los libreros? Pues sí, de ahí que sea asiduo a pasar por Saltés, Beta o librería Guillermo cuando estoy en Huelva -como otras tantas personas-. ¿Que la posesión -que no el acceso- a la cultura está para todos? Con esos precios más de uno se lo piensa. Pero que se quede tranquilo el amigo Arturo -la cosa no está tan de El Bosco-, que entre el libro de la Esteban y el suyo, preferiré el suyo. Aunque me temo que eso ya da para otra columna.