El tesoro que guarda el viejo quiosco de la Plaza de las Monjas de Huelva

Casi ciento veinte años viendo lo que pasa a su alrededor, en la más céntrica y bulliciosa plaza de la ciudad

Quiosco Plaza de las Monjas 3

RFB. Siempre cerrado, pequeño y anacrónico, el viejo quiosco de la Plaza de las Monjas de Huelva se mantiene en pie, humilde, como si no quisiese molestar. Tanto ha pasado a su alrededor que se erige como una isla del tiempo, indenme a los acontecimientos y las infinitas remodelaciones de la más neurálgica plaza contemporánea de la ciudad. Nació el quiosquito de la Plaza de las Monjas en la remodelación de 1907 firmada por el arquitecto Monís. Entonces ya hizo gala de esa humildad, siendo un elemento menor en el diseño.

La plaza y el quiosco el año de su remodelación y construcción, respectivamente.

En la visión de su creador parece relegado a un segundo plano respecto a los cuatro quioscos de los extremos. Sus hermanos mayores se mantuvieron sesenta años también observando el discurrir de la plaza y de la gente de Huelva, toda, que necesariamente pasaba, paseaba por allí o tomaba el fresco en las apacibles tardes de nuestra privilegiada geografía. Aquellos vivieron sesenta años y este, supuesto ‘patito feo’ de la familia, va camino de los ciento veinte.


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Cuando se construía el ‘Hotel París’. Circa 1909.

No sabemos porque lo diseñaron con un estilo quizá neomudéjar. No tiene nada que ver con el resto de elementos de la plaza en su origen, en particular con aquellos cuatro quioscos ‘mayores’ de los extremos, que ofrecían una imagen más propia de un romanticismo de la Srta. Pepis. Nuestro pequeño quiosco de la Plaza de las Monjas es precioso, observenlo.

Cerrado, ahora y desde hace tiempo ya con esa puerta metálica verde y un pasador con candado, pensamos al pasar por allí que quizá guarde un tesoro en su interior. La pinta que nos daba era la de un pequeño almacenito para enseres del servicio municipal de parques y jardines. Hemos preguntado y nos han indicado, sin embargo, que en su interior lo que hay son algunos cuadros de electricidad. Además de que se ha adecentado recientemente -lo que felicitamos- coincidiendo con la puesta en funcionamiento de esa ‘nueva fuente’ que preside la plaza y ‘tanto nos gusta’.


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Descubierto aparentemente el misterio de lo que hay tras ese portón metálico verde, nos resistimos a aceptar que no haya un tesoro. Y pensándolo bien si, si lo hay. El quiosquito nos transmite mucha más grandeza que la que le otorga esa funcionalidad actual. Y esta grandeza, esta condición de verdadero tesoro, probablemente pase desapercibida para la mayoría de los que circulan por sus veras.  Y también para los que se sientan en alguno de los bancos que tiene cerca.

La plaza y el quiosco en la tercera década del siglo XX.

El quiosco es el resultado de un milagro. Porque no se entiende que con el secular desprecio a nuestro patrimonio que ha venido poniendose de manifiesto en la ciudad casi desde siempre, esa pequeña edificación siga ahí. Y su valor es incalculable. Es la edificación más antigua de la Plaza de las Monjas, con permiso de la esquinita del Convento de las Agustinas. Parece increible que en una de estas, de tanta ‘innovación’ experimentada por la plaza, no se lo hayan llevado por delante sin compasión. Esa funesta experiencia que han vivido tantos y tantos elementos arquitectónicos y urbanísticos con solera de nuestra vetusta villa, ciudad desde mediados del siglo XIX.

Sigue ahí, por bendita fortuna, y se constituye en el notario más longevo de lo acontecido en la céntrica plaza. Te paras a pensar y te das cuenta de que tu abuelo o tu bisabuelo lo ha conocido. Ya eso a estas alturas, con un poco se sensibilidad, debe producirnos alguna emoción. Tantas almas que pasaron por aquí tuvieron en sus retinas la imagen de este modesto cubículo que, como un campeón, sigue saliendo en las fotos de las postales y las instantanéas particulares de los que disfrutan la plaza. Es de las pocas referencias tangibles de ese pasado del que todos venimos y del que no deberíamos renegar.

Es para sentirse felices por este hecho singular que es su mera supervivencia. Y es para entender que el tesoro no está dentro, el tesoro es él.

 

 

Pequeño quiosco Plaza de las Monjas, Huelva.

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