Viva la Memoria de San Juan del Puerto

RFB. Pasar por San Juan del Puerto en nuestro recorrido por los pueblos de Huelva indagando en su Memoria ha sido un placer. Recibir la hospitalidad de tres de sus más reconocidos mayores un privilegio que quedará en nuestra propia memoria como uno de tantos momentos felices. Andrés Domínguez Bravo, Antonia Bueno Toscano y Juan Antonio Suárez Núñez son sanjuaneros que enorgullecen a su pueblo, como dejaba claro la alcaldesa, Rocío Cárdenas, en una breve presentación que amablemente ha hecho para introducir la producción audiovisual.

La primera edil destaca en Andrés Domínguez su condición de sanjuanero cabal, muy conocido y apasionado de su historia, costumbres y tradiciones. Sobre Antonia nos adelanta que es una mujer admirable, con fuerza e iniciativa, adelantada a su tiempo y siempre dispuesta a ayudar a los demás. Antonio, para Rocío Cárdenas, desborda amabilidad, prudencia, educación y siempre tiene una pregunta para el vecino interesándose por el estado de los que le rodean.

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Esos apuntes que nos ofrece la alcaldesa se confirman con creces en nuestras impresiones cuando acudimos a sus respectivas casas a conocerlos, a indagar un poco sobre esa memoria de San Juan que permanece viva en estos mayores tan queridos en su pueblo. Gente noble, curtida con el tiempo y que vivieron la dura etapa de la guerra y la postguerra, a pesar de lo cual se muestran agradecidos a la vida, lo que debe ser un verdadero ejemplo para nosotros y las más nuevas generaciones, testigos de una existencia bastante más fácil.

Andrés Domínguez Bravo / Fotograma Audiovisual: Edith-HBN.

Andrés

Responde a nuestras preguntas con seguridad, con un acento muy acusado, y denotando una franqueza limpia, transparente. Es, como la mayoría de los supervivientes de generaciones anteriores, un ejemplo de superación para el desarrollo de una vida intensa, trabajada y con un resultado de satisfacción por los logros alcanzados. La pereza no es un término que tenga cabida en el universo de nuestro protagonista. A los diecisiete años empezó a trabajar, «cuando se estaba haciendo Celulosas«-nos cuenta Andrés-, pero antes se ‘curró’ los estudios, viniendo a Huelva en el tren para cursar en el Colegio Francés. Atravesaba media ciudad, todos los días en la ida y en la vuelta, desde la Estación hasta la calle San Andrés de aquel mítico centro de enseñanza.


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Trabajó en Entrecanales y Távora, desplazándose desde Celulosas a Trigueros y luego a Beas. Culminó ese periplo profesional volviendo a San Juan del Puerto, donde siempre mantuvo su residencia, en una empresa que terminó cerrando. Después pasó a llevar la contabilidad en La Ruíza, para Prieto de la Cal, y también para una panadería de su pueblo.

Antonia Bueno Toscano/ Fotograma Audiovisual: Edith-HBN.

Antonia

El brillo de los ojos de Antonia parece que permanece en el tiempo desde, quizá, cuando era niña. Sorprende la aureola juvenil que desprenden sus gestos, sus respuestas. Rápida de reflejos y muy fresca, muy vital, nos sugiere ese modelo de abuela que querría tener cualquier nieto veinteañero. Aparenta como quince o veinte años menos de los que tiene, y alegra el oído del que la escucha, a sabiendas de que es un libro abierto de experiencias para generosamente enseñar.

Cuando llegamos a su casa nos quedamos maravillados por la antigüedad de la fachada de esta vivienda de la calle Toneleros. Es lo primero que comentamos con ella, de modo que hicimos cálculos de esa antigüedad, que se pierde en los tiempos. Era de su bisabuela, que la adquirió probablemente en las primeras décadas del siglo XIX. Por tanto estamos en una edificación sanjuanera del siglo XVIII, como mínimo. Más solera no se puede pedir. Antonia nos ha ayudado en los cálculos con la habilidad de una jovencita, y nos cuenta que antaño el río llegaba hasta donde se encuentra la anciana vivienda. «Allí, un poco más para allá, donde pone Floristería, allí llegaba el río«-nos dice, señalando con los ojos-.

Muy expresiva, Antonia aclara que nació en la calle Espartero, y su hermano, «pero mi madre quería venirse con su madre, y nos trajo chiquititos para acá. Y ya está, ya no he vivido en ningún otro sitio más de San Juan«.

Juan Antonio Suárez Núñez / Fotograma Audivisual: Edith-HBN.

Antonio

Es difícil no emocionarse al hablar con José Antonio -todo el mundo le llama Antonio, no obstante-. Porque él se emociona con mucha facilidad. Y sentimos que tenemos delante a un hombre bueno, en el sentido más amplio de la definición. Un hombre bueno y agradecido, a la vida y a la gente. A nuestra pregunta inicial nos cuenta que «yo, que nací en el 33, mi recuerdos como chavalito están en los juegos, que es a lo que nos dedicábamos. Hasta los dieciocho años más o menos, que empecé a trabajar, salía por las tardes y daba un paseíto en la plaza principal del pueblo, que es la misma que ahora. Me reunía con los amigos y casi siempre hablábamos de futbol. Yo no era muy ‘salicón’. Siempre me ha gustado levantarme temprano pero recogerme también temprano«.

Añade que ha tenido muchos amigos, y recuerda entre tantos especialmente a Eduardo Báñez, a Ildefonso García, a Antonio Carranza Prieto, a Felipe Pérez… y a muchos más. Se emociona diciendo que «creo que he sido amigo de casi todo el mundo«. De joven estuvo en la Estación de Renfe de prácticas. Sus derroteros, no obstante, se encaminaron a la labor de administrativo en varias empresas. Como sucede con Andrés y Antonia, está muy contento de ser sanjuanero y haber vivido aquí. Estuvo un muy breve tiempo en Madrid, en Torrelaguna, durante la construcción del Canal de Isabel II, porque la empresa en la que había trabajado lo reclamó para allí. Pero al poco le ofrecieron un nuevo puesto en Huelva, en una fundición en Moguer, y no se lo pensó, volviendo a donde realmente le gustaba estar.

La madre de Antonio tenía una taberna, de la que vivían de pequeño, y un poquito de campo. Considera que lo pasaron un poco menos mal que otros por esa razón. «Nos desenvolvíamos relativamente bien para lo que era la vida en aquellos tiempos». Cuando creció se hizo Administrativo, como decíamos trabajando en tres empresas sucesivas. Se emociona nuevamente señalando que «en todas me ha ido muy bien«. Qué suerte, pensamos, la de estas empresas que tuvieron entre sus empleados a Juan Antonio Suárez. «Si bien estuve en la primera, mejor estuve en la segunda y muchísimo mejor en la tercera, que fue la Refinería de La Rábida, donde estuve veintisiete años, hasta la jubilación.» -añade-.

 

Andrés

Nuestro amigo expresa con rotundidad el profundo cambio del San Juan que conoció de pequeño al que vemos hoy. «Muchísimo cambio, empezando por cualquier sitio al que le quieras echar mano. Los caminos ya no son iguales, la geografía ha variado completamente, los habitantes, el número de habitantes, la industria… pues todo«.

Su padre tenía algunas tierras y también se dedicaba a representaciones. La madre era de Trigueros. Le preguntamos si ha ido alguna vez andando a Trigueros, nos responde que «siiii, muchas veces. A Trigueros, a Moguer… hasta Huelva me he venido andando, cuando jugaba a la pelota en el Lepe. Entonces compaginaba el trabajo con la pelota. El deporte siempre lo he practicado muchísimo«. Ese espíritu inquieto y activo de Andrés lo ha mantenido siempre. Cuando se jubiló se dedicó también a cultivar varios huertos, algo que le apasionaba. Y más que para obtener la fruta, legumbres o verduras, lo que le fascinaba era observar el crecimiento de las plantas.

El sanjuanero ocupaba la mayor parte del tiempo entre el trabajo y luego cuidado de los huertos. No obstante le gustaba departir con sus amigos, y recuerda feliz las charlas en las tertulias que se producían cuando salían los ‘vinos nuevos’.

Le gustaban las cacerías, «pero no las de las escopetas -aclara-. El poquito tiempo que tenía me lo dedicaba a mis pajaritos -para cazar con redes-, cuando antiguamente se cazaba con reclamo en las playas y en esas partes por ahí…». Le preguntamos por sus ‘sitios’ de antaño, por si se acercaba, por ejemplo, al río. Responde con un ‘siiii’ rotundo y una amplia sonrisa. «Desde que tenía tres años mi madre ya me llevaba con la ‘gamboita’ en la mano. Me llevaba y ya empezaba yo con mis cosas del río. Ya con diez y once años me conocía todo sobre el río«. Este tema del río se nota que le apasiona, y que lo conoce a la perfección. «Todavía nadie me ha explicado -comenta- porque mucha gente del pueblo le llama ‘los palitos’ al río Tinto«.

 

 

Antonia

Tiene 89 años y, como decíamos, representa, como mínimo, quince menos. Le preguntamos por el secreto de esa juventud. Nos pone una cara con sonrisa muy expresiva de nuevo diciendo «pero yo ahora vivo mejor…que en mi juventud«. Le decimos ¿si, y eso por qué? responde «si, porque mira, yo nací en el 34, y en el 36, el 18 de julio del 36 estalló el Movimiento, y ahí…». Hace una breve pausa y prosigue, «mi madre tenía a mi hermano -que vive ahí y que también tiene noventa años. Vivimos los dos mayores, los tres más chicos murieron-, y se quedó con él, conmigo y embarazada de otro que le dio una parálisis con tres años. Y mi padre se fue a la Guerra, pero lo tenían en la retaguardia porque estaba casado y tenía hijos. Vivíamos con mi abuela y a mi madre no le daban paga por esta razón«.

El padre volvió sano y salvo de la contienda bélica, pero con cinco hijos. Y aunque tenía trabajo, pasaron penurias. Antonia, con su empuje, vio una oportunidad para aumentar los ingresos de la familia. Empezó a dedicarse a cuidar a los niños de un militar cuya mujer se quedaba sola en el pueblo porque él regularmente trabajaba en Sevilla. De pasar hambre nuestra protagonista pasó a disfrutar de las ventajas del economato con el que contaba la señora. «Después me fui -nos cuenta- con un Guardia Civil, que le decían ‘Vaca’. También tenía los niños y la mujer, que se llamaba Paquita». Con él estuvo hasta que «después, ya me fui a trabajar a las casas, porque mi madre tenía cinco hijos y no nos podía mantener«. «Yo después me fui a Huelva a servir -prosigue-. Conocí allí a mi marido, me casé en Huelva y viví seis años allí. Luego mi marido se fue a Francia y yo ya me vine aquí, a San Juan, con mis padres«.

«Tenía yo a mi Juan y a mi Pepe -añade-, y me quedé embarazada de mi hija Encarni. Hasta que me puse de parto tuve un puesto de aceitunas y huevos en la Plaza -nos dice sonriendo-. Luego ya no me podía encargar, con los tres niños». Mas tarde con el marido pusieron la Ferretería Blanco, una ‘clásica’ de San Juan del Puerto que hoy regenta su hijo Pepe y que tiene ya cincuenta y un años. «El día que se abrió por primera vez la Ferretería Blanco -recuerda- ingresé yo en el Hospital Provincial para tener a mi hijo Javier, del que estaba embarazada». Después empezaría a ir a la ferretería a trabajar acompañada de los más pequeños porque el mayor, Juan, iba a una escuela.

San Juan del Puerto. /Foto: Edith-HBN.

Tanto Antonia como su marido, José Blanco, que era carpintero, se relacionaban con mucha gente. «Mi marido en San Juan del Puerto era muy querido» -expresa con satisfacción-. Nosotros le preguntamos si a ella también la quiere mucha gente. Con una sonrisa nos dice que «Yo creo que si, porque me pegué un porrazo el otro día y… yo creo que no hay nadie en el pueblo que no haya preguntado por mí -se ríe- …. y que hayan venido aquí a verme… que todavía tengo la marca, mira. Me cogieron ocho puntos«.

«A mí me gusta el muelle -apunta-, que le dicen ‘Los Palitos’ y no es ‘Los Palitos’. Es el muelle -sentencia-. En el muelle cargaban los barcos, vino para Portugal, carbón, las palmas. Allí estaba la Pontona. Mira, el muelle, el molino, que era de Zapatito, que ahí había un molino de harina, que era de los padres de Zapatito. Las Salinas eran una preciosidad. Los Palitos era aquí enfrente de mi casa, allí nos bañábamos nosotros. Y después donde está el Apeadero estaban Los Ladrillitos, donde también nos íbamos a bañar. Preguntábamos ¿Mamá, ya ha subido la marea? y nos decía … mira a ver, pero ¡no vayas a saltar la vía eh! Entonces cogíamos y saltábamos las vías con nuestras madres. E íbamos y nos bañábamos. Eso era una preciosidad, pusieron Celulosas y se lo cargaron».

Antonio

 

Nos cuenta que a la hora de relacionarse con otros niños y jóvenes en el pueblo había dos zonas delimitadas por la antigua carretera nacional que atraviesa la villa, hoy A-5000. Aclara que se llevaban bien entre todos, pero su hábitat más inmediato estaba en la zona sur, la más próxima al río. A pesar de ello se considera probablemente -nos lo dice sonriendo- «el único de los sanjuaneros que no ha sabido nadar. Y eso a pesar de que el agua entraba hasta los mismos corrales de la calle Toledo, y allí me llevaba mi madre y me bañaba, de niño» -añade-.

Rocío y Gabriel, nietos de Antonio, como Dama de Honor y Acompañante en las Fiestas de San Juan del Puerto.

Habla de la gente de sus vecinos. «Aquí la mayoría son buenas gentes. Ahora hay muchos que son de fuera y no los conozco». Buena gente es él -pensamos nosotros-, sin ninguna duda. Mantiene relación con muchos de sus compañeros de trabajo, aunque se jubiló en 1996. Ya decíamos que Antonio es una persona muy popular y querida en San Juan, como los otros dos referentes que le acompañan en este artículo. Fue Juez de Paz interino, tres o cuatro años. Y vuelve a emocionarse cuando le preguntamos por su familia. Se siente orgullosísimo de sus dos hijas y sus nietos. El año pasado su nieta Rocío fue Dama en las Fiestas y su nieto Gabriel acompañante. La entrevista la hicimos en la casa de su amable hija María Fernanda.

Andrés

Andrés, que como hemos dicho, se lo sabe todo en relación al río, nos apunta que «el río era curioso. El caudal llegaba frente a donde están ahora los colegios, y entonces el río desviaba a la derecha, a unos cuatrocientos metros de aquí -el domicilio de nuestro entrevistado, donde nos encontramos, está en la calle de los Ríos- el río se giraba a la derecha y ahí se perdía. El agua, con las mareas, entraba en lo que hoy es el recinto ferial, en el campo de futbol, y casi en el Apeadero, con lo que teníamos que dejar de jugar«.

 

Apasionado con las capeas, nos comenta que «las capeas desde que empezaban en junio pues… figúrate lo que era eso para San Juan». Puestos a elegir se inclina por las antiguas capeas. «Ahora hay mucha más fiesta -afirma- pero antes eran la ilusión de todo sanjuanero. Yo he conocido los encierros cuando no tenían absolutamente nada que ver con los actuales. Los encierros se producían todos a caballo y con gente alrededor de las reses. No tenían un sitio asignado, tenían que entrar en la calle Huelva por un sitio que le decían la calle Liria. El encierro tenía un sitio programado para entrar pero no entraba nunca por ahí. He llegado a conocer encierros donde alguna vaca se ha saltado la vía. El encierro tenían que meterlo por donde las vacas quisieran y por donde la gente pudiera. La expresión predominante era ¿por donde viene, por donde viene? Aquello era una cosa preciosa«.

Está contento de ser de San Juan del Puerto, «hombre, por supuesto que si. Aquí he nacido, aquí me he criado y aquí he desarrollado mi vida«.

Antonia

Antonia ante nuestra pregunta nos cita a personajes del pasado, de su pasado, del pueblo. «El médico don Pedro Contreras, el cura don Pedro García, Dolorcita -la tía-, Fuensanta, Íñiguez… que era también de los ricos del pueblo, don Diego Garrido, los Pinzones, que aunque eran de Palos, vivían aquí«. Hablando de su padre nos cuenta que «mi padre llevaba un carro… mi padre era un carrero extraordinario. Mi padre era de los que ponía las alpacas de paja del campo que era una preciosidad«. Nos lo dice con una sonrisa abierta y con un gesto de orgullo y felicidad. «Y las gavillas de cuando segaban el trigo… las ponía… cabían un montón, de bien que las ponía».

De su pueblo nos dice «mira, mi pueblo ha tenido muchas cosas muy bonitas… pero duran muy poco. Los Carnavales eran una locura. Montaban ahí una Caseta de Carnavales que era una preciosidad. Eso se terminó. Estuvo la tuna, preciosa…También se terminó. Los toros para mí, San Juan Bautista para mí… es lo más grande. Hay muchas cosas bonitas, pero se terminan muy pronto. Es lo que pasa, se aburren la gente muy ligero«.

Vista aérea de San Juan del Puerto. En primer término el Ayuntamiento, /Foto: Edith-HBN.

Está muy contenta de haber nacido en San Juan. «Yo si, yo si, y de haber vivido en esta casa. Y si me llevan a otro sitio me muero». Se considera que ha sido y se siente feliz, «Yo he tenido unos padres que me han querido mucho, una abuela que tiene que estar en lo mejor del mundo -mira para arriba-, mi abuela Águeda. Tengo unos hijos preciosos, tengo cinco hijos que son la locura de su madre, y nueve nietos que es otra locura. Así que… ¿para que quiero más?»

Memoria de los pueblos de Huelva

Diputación Provincial-HBN.

 

 

 

 

 

 

 


Puerto de Huelva

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