Jaime de Vicente. Un buen amigo, cumplidos los sesenta años, me decía, utilizando un símil del baloncesto, que se sentía jugando ya el cuarto tiempo del partido. Añado que, liberado de obligaciones profesionales, él había recuperado ese valor tan preciado –y tan malgastado con harta frecuencia- que es el tiempo disponible, para dedicarlo a retomar la senda de la creación literaria. Por mi parte, bien cumplidos los 4 x 20, circunloquio que acuñé en este diario cuando inicié la novena década de mi vida (otro circunloquio), podría decir que estoy en la prórroga del partido.
La prórroga es una oportunidad que concede a los equipos el reglamento de algunos deportes cuando el tiempo normal ha terminado en empate. Así lo podemos considerar también en la vida. lo sucedido en los 40 minutos de duración normal del partido, o los 80 primeros años de nuestra vida, es ya historia. Sin derecho a reclamar al árbitro por lo sucedido anteriormente, quedan solo 5 minutos de juego, la prórroga, o bien un número indeterminado, pero limitado, de años en la existencia del que llegó a octogenario.
El entrenador puede pedir un tiempo muerto -¡qué adjetivo tan importuno!- para dictar la táctica de esos instantes decisivos. En la vida personal, sin conocer los designios del Gran Árbitro acerca del momento en que hará sonar el pitido final, puede ser conveniente habilitar un tiempo vivo, que no muerto, para analizar las enseñanzas acumuladas a lo largo del encuentro y ordenar las jugadas de la última etapa, de forma que, si no una victoria brillante, consigamos un resultado decoroso o, al menos, una honrosa derrota. Sin perder de vista que enfrente no tendremos un adversario tangible, salvo que el adversario seamos nosotros mismos.
Andaba yo en estas reflexiones, rodeado de un ambiente saturado de Navidades, cuando me asaltó el pensamiento de que precisamente en estos días, a caballo entre un año viejo y otro nuevo –que en unos cuantos meses se tornará asimismo viejo-, empiezo a tomar conciencia de mi acceso a la ancianidad, una condición de la que quizá no era muy consciente por encontrarme en contacto habitual con personas de generaciones anteriores a la mía.
La clave que ha desencadenado este proceso personal ha sido probablemente el diagnóstico reciente de que he contraído la enfermedad de Parkinson, que se manifiesta en mi caso por síntomas leves acompañados de la presunción de que su progreso será lento, permitiéndome desarrollar una actividad normal y disfrutar de lo que se llama “calidad de vida” durante bastantes años.
En realidad mi percepción de la situación sobrevenida no es en absoluto dramática. Lo gratificante de ella es que he observado en mi familia y seres más queridos y próximos un aumento del caudal de cariño que me dedican, que ya tenía un nivel considerable. En otras personas amigas que van conociendo mi enfermedad noto una amistosa preocupación, que se alivia cuando cuento que las perspectivas son razonablemente favorables y que mi estado de ánimo es positivo.
Por otra parte, mis propósitos para el Año Nuevo, reflexión recurrente en estas fechas, se centran en la esfera personal en cuidar mi estado físico y mental y dedicar mayor atención a mi familia y amigos; y en la social, preparar una transición ordenada en el Otoño Cultural Iberoamericano –OCIb- y al frente de la Asociación que lo gestiona. Como eso depende en buena medida de las instituciones públicas y de los actuales y futuros patrocinadores privados, cuya respuesta no puedo garantizar, estoy también preparado para afrontar el final de una trayectoria digna y brillante, con proyectos ilusionantes para el futuro cercano, que debería tener continuidad con otros protagonistas al frente. Pero esto merece una buena pensada, como habría dicho el que fuera mi mentor durante muchos años.
Jugando la prórroga.
Foto de Jaime de Vicente: Adolfo Morales.
Imagen destacada: Alexander Fox | PlaNet Fox
4 comentarios en «Jugando la prórroga»
Excelente trabajo han realizado toda tu maravillosa familia al frente de tan prestigiada asociación, lo que empedo como un proyecto se consolidó como una de las Asociaciones culturales ejemplo para el mundo
Fuerte abrazo para todos los que lo han hecho posible
No sé cómo expresar lo que me pasa cuando veo a tu manera de resolver «los asuntos», tanto en el trabajo dentro del OCIb, como en circunstancias personales , como en este artículo que leo. Me dejas la tarea de pensar y no saber por dónde empezar a ordenar mis ideas. Pero una sonrisa me acompaña y una agradable sensación de estar aprendiendo. Cuanto cariño y admiración recibas los tienes más que merecidos, Don Jaime. Te abrazo y sigamos adelante hasta que suene el silbato.
Sin duda, una reflexión sosegada, tranquila y consciente, a la par que escueta, de lo que supone estar satisfecho con el recorrido que se ha realizado por esta vida. Pero aun queda mucho amigo Jaime, ya sabes lo que dicen: «los primeros 100 años son los peores» y todavía queda partido por jugar, si no es como jugador que sea como entrenador.
El Parkinson no es más que otro adversario dentro de un juego infinito que es la vida. Hay que cambiar la jugada, y en vez de jugar en zona, a lo mejor hay que marcar al hombre.
Amigo Jaime, la vida es un reto que no acaba nunca, un juego infinito. Para mí no hay prorrogas.
¡¡Un fuerte abrazo!!
Que ganas de abrazarte y de decirte que eres un valiente.
Que solo y desde esa serenidad que siempre te acompaña se puede afrontar las debilidades, de esa forma tan elegante.
Todo lo que estas poniendo en la vida huele a buen hacer, cariño, dedicación y cultura.
Jaime mi querido amigo, sembrar tanto solo puede tener una recolección, familia, amigos y amigas entre las que me incluyo que siempre estarán a tu lado disfrutando de ti, contigo.
La edad nos trae algunas debilidades, pero con tu fortaleza no se puede estar mejor.
Quería darte personalmente ese abrazo que siento desde aquí en este momento y que te daré hasta que casi nos rompamos los huesos prontito.
Ánimo y adelante.
Os quiero.