José Manuel Alfaro / Sección de ficción ‘El Cuaderno de Muleman’. 700 años después que aquel castillo recién construido por Sancho IV de Castilla que junto con los de Fregenal de la Sierra, Aroche y Santa Olalla se utilizaron para defender desde la Banda 
Gallega el Reino de Sevilla y frenar así los intereses de expansión de Portugal. Un grupo de arqueólogos chalaos busca en la localidad serrana una de las lanzas perdidas utilizadas en uno de los torneos medievales femeninos más importantes y decisivos de la época en el que participaron las mejores caballeras del medievo de los principales reinos de la época, sobre la arena de un castillo de planta poligonal irregular de ocho lados, construido en mampostería y en el que hondeaba en sus ocho torres macizas los blasones de todas las casas reales que participaron.
Una época convulsa en las que las guerras no solo se decidían con caballeros muertos en el campo de batalla, un hostigamiento y amedrentamiento continuo de la población civil, la utilización del hambre como arma de guerra y desnutrición masiva de niños, asesinatos selectivos, limpiezas étnicas, la sumisión a lenguas y culturas no endémicas, la normalización de la tortura y la violencia o el exilio forzoso de aquellos que no se plegaban al poder o temían por su vida y la de sus descendientes. Eran tiempos en los que no solo se libraba una guerra por el territorio, sino la instauración de un nuevo orden, una guerra que termino en esta ocasión con un gran torneo femenino que trajo la paz al territorio tras una fiesta que viene recogida en todos los libros de caballería de la época.
Uno de estos libro ha sido encontrado hace unos días en un viejo archivo, en el que no solo se recogen los acuerdos que pusieron punto y final a la guerra, sino que describen aquellos dos días que duró el torneo, al que asistieron 57 nobles de 47 territorios distintos, 2000 bufones, 5000 caballeros e hidalgos, decenas de príncipes, condes y marqueses, personal del alto clero cardenales, obispos y abades y del bajo clero formado por curas, frailes y monjes, un torneo que no hubiera sido posible si cientos de comerciantes, campesinos, artesanos no hubieran provisto de vino, alimento, agua, servicios y cama donde retozar a todos los asistentes bajo el más absoluto lujo, en el que no faltaron miles de siervos llegados de todos lados para magnificar un espectáculo al que no falto ni un rey que pasaba por ahí por accidente y que terminó presidiendo una gran cena de gala preparada por uno de los más prestigiosos cocineros del reino conquisto a los asistentes con un majar compuesto por decenas de platos típicos de la zona, entre los que 
no faltaron el aliño andalusí de pepino y menta naranja, tostada de pan de garbanzo con bonito semi-curado y mahonesa de anchoa, ostra cocinada templada con escabeche de mandarina, bollo abuñuelado de berenjena ahumada y miel de caña, Karim de pistacho con manzana verde y piñones, salmorejo de tomate con nube de mozzarella, ensaladilla de verduras con ras-al hanout y pulpo, pan con tomate y coppa Joselito, pasta de trigo duro con mantequilla y anguila ahumada, tartar de vaca vieja, kéfir y aceite de perejil, naranja, quisquilla nieve de queso, cuajada de bacalao, yema de codorniz curada y caviar, lubina a la brasa con lechuga y pimienta chocolatero, lomo de vaca andaluza asada y brioche tostado en mantequilla de oveja, pestiño andaluz, pannacotta de Azafrán y miel caña, arroz con leche de oveja, avellana y algarroba y patatas fritas con huevo y jamón del mejor cerdo ibérico de Cumbres Mayores para los alérgicos al gluten.
