MFB. Cumplir años siempre debería considerarse una bendición. Y subir el peldaño de los 90 años con buen estado de salud y arropada por una familia querida es un premio que algunas personan reciben. Es el caso, es el obsequio de vida que se le ha otorgado a una entrañable onubense, Consuelo Wilke.
Nació en años de la República y tuvo que padecer, al igual que la gente que ronda su edad como niña y por una cuestión cronológica, los difíciles tiempos de la guerra civil y la dureza de los siguientes.
Sus padres eran funcionarios. El trabajaba en la Diputación Provincial y su madre, pediatra, dirigía la Gota de Leche e impartía clases en el Instituto La Rábida. Precisamente cuando fue alumbrada Consuelo, en 1932, estaba en construcción el nuevo -entonces- edificio del Instituto camino del Conquero, en cuyas aulas luego Wilke sería alumna aventajada.
Familia con formación y ella con deseo desde primera hora de aprender, de conocer. Su atracción por el estudio se sumaba a un tremendo sentido de la responsabilidad. Tanto era así que los propios padres tenían que casi obligarle a descansar. «Escondía los libros debajo de la almohada«-nos comenta-.
El ejercicio profesional de su madre es probable que le orientase como algo natural el aspirar a su propio desarrollo personal, profesional, distanciándose del modelo al uso entonces de mujer educada para estar en el segundo plano de un marido.
Sus primeros años lo fueron en el Colegio Santo Ángel, en el antiguo centro de la calle Puerto. Su bondad y generosidad contribuyó a que cultivase numerosas amistades. Ella, no obstante, recuerda con especial cariño a Rosario Marín y Maruja Rebollo.
El espacio de sus juegos era la Plaza de las Monjas, donde entre otras cosas disfrutaba con los conciertos de música que la banda municipal interpretaba regularmente en el aquel mítico templete que desmontaron, más tarde, en 1967.
Aquí vivió la transformación de este punto neurálgico de la ciudad. Conoció cambios en el entorno y tres rótulos distintos, Plaza de la Constitución, Plaza de José Antonio y finalmente, Plaza de las Monjas. Cuando era pequeña aún no estaba el edificio del Banco de España, que se construyó en 1938. Más tarde, vio como erigieron la fuente magna en la cabecera de la plaza, en 1942.
Al llegar a los dieciocho, camino de la Universidad en Madrid, fue testigo de la apertura de la Gran Vía, estableciéndose la configuración actual, con acceso directo a las calles San Francisco y Miguel Redondo desde la céntrica plaza.
Consuelo estudió la carrera en la Facultad de Farmacia de la Complutense Madrileña. Nos cuenta que casi la mitad de sus compañeras también eran féminas.
«Vivía en la calle Fortuny esquina Martínez Campos. Era una ciudad espectacular comparándola con Huelva, mucho más pequeña«.
Estudió Farmacia porque era algo que siempre le atrajo. Le gustó particularmente la Bromatología, un campo que se ocupa de la composición y propiedades de los alimentos. Llegó a publicar una investigación sobre la temática. Le preguntamos por alguna alternativa y nos comenta que nunca se le pasó por la cabeza haber estudiado otra cosa que no fuese Farmacia.
Con veinticuatro años abre su farmacia, en el Polvorín, en el que ha atendido a los vecinos con amabilidad y cariño desde entonces. En aquel 1956 no había ninguna por la zona y le pareció una oportunidad. Abrió con mucha ilusión. Ese primer momento lo recuerda con dos personas esperando la apertura inicial. Desde entonces infinidad de anécdotas.
Nada menos, por tanto, que sesenta y seis años con el umbral abierto para ayudar a los vecinos en el ámbito de la salud. Cuando llegó a la calle Villarrasa la mayoría de los edificios actuales no estaban construidos.
Desde su jubilación formal sus hijos gestionan el establecimiento. Es fácil, no obstante, encontrarla allí y verla interesarse por los clientes del barrio, que la consideran como conformante del amable paisaje del mismo. Le preguntamos por la evolución de la profesión, y nos dice que «sinceramente me gustaba más la farmacia antigua, sin tanta tecnología, aunque comprendo que ahora no se pueda trabajar sin ordenadores. Antes el trato con la gente era más cercano«.
Le hace feliz que dos de sus tres hijos sean también farmacéuticos. Se siente «muy contenta por ver que todo mi trabajo se prolonga en las siguientes generaciones.
Además tengo una nieta que ha comenzado la carrera de farmacia, por lo que mi ilusión es máxima«.
Aunque su primer apellido es claramente de fuera ella es muy muy onubense y considera Huelva como una ciudad ideal para vivir. Wilke era su abuelo, un ingeniero que vino a trabajar en la Riotinto Company desde su lugar de origen, Riga, la capital de Letonia. A Consuelo le encanta la ciudad y particularmente Punta Umbría. Una estampa de ella de siempre la sitúa bañándose en la ría puntaumbrieña.
Consuelo Wilke, una mujer culta, cariñosa y generosa a la que tenemos la suerte de ver en Huelva cumpliendo noventa años. Que sean muchos más.