J.A. de Mora. En estas fechas de dulces y licores traemos una historia acorde al momento y a las sensaciones gustativas de calidad, la del coñac fino de Moguer que enamoró a Francia. Su firma, Francisco Jiménez y Compañía.
La segunda mitad del siglo XIX en la provincia de Huelva fue un tiempo de emprendedores. El motor minero resultaba una fuente de oportunidades que algunos decidieron aprovechar. Es verdad que una mayoría de estos impulsores no eran autóctonos. Habían llegado atraídos por un horizonte económico esperanzador que situaba a estas tierras como un verdadero El Dorado de tiempos modernos.
Y se desarrollaron negocios que tuvieron relevancia internacional. Es el caso de un coñac, de Moguer, que era exportado a la misma Francia. Es como si en Jabugo quedaran encandilados con el prosciutto di Parma –el jamón curado del norte de Italia-, o en Huelva importáramos gamba blanca de Grecia.
La cuestión es que un emprendedor moguereño, Francisco Jiménez y Jiménez, de una familia riojana que se había instalado en nuestra provincia en el siglo anterior, viajó a Francia, a la mismísima localidad de Coñac, para aprender a hacer el preciado licor. Y lo hizo tan bien que terminó precisamente premiado en París, en la Exposición Internacional del Alcohol e Industrias de la Fermentación de 1892.
Es verdad que en las exposiciones internacionales de los siglos XIX (finales) y XX las medallas solían circular con bastante intensidad. Pero hay que admitir que si Jiménez recibió este reconocimiento en la capital francesa su producto debía tener una notable calidad. Y lo curioso es que ese licor era de naturaleza francesa, lo cual acrecenta el mérito estando sus bodegas a tanta distancia, en el soleado suroeste de España.
Francisco Jiménez antes de este lanzamiento internacional había sido concejal y alcalde de la capital onubense, tomando posesión de la presidencia del cabildo el 25 de julio de 1874. Así mismo tenía una importante cartera de negocios y representaciones vinculadas a las minas y a otros sectores, como la representación de The Huelva Gas and Electricity Co. Ltd, la compañía inglesa que iluminaba Huelva por aquellos tiempos.
El moguereño coñac fino de F. Jiménez y Cía se exportaba a distintos lugares de Europa y América, en especial como indicábamos a Francia, donde abrió establecimiento, en su capital, en 1891. Tenía el aval de ser proveedor de la Casa Real Española. Contaba así mismo con establecimientos en Madrid y otras localidades españolas.
La vía más común de transporte para la exportación de vinos y licores onubenses eran los barcos. Y por aquella época algunos de vapor pero muchos también de vela aún. Grandes ‘botas’ embarcaban en veleros de madera que con frecuencia se estibaban en las propias cubiertas.
El coñac de Francisco Jiménez se anunciaba, entre otras, en la principal cabecera española, La Ilustración Española y Americana, algo muy distinguido por ser reducido el número de anunciantes. En la publicidad destacaba la elaboración esmerada y absoluta pureza de su licor, y se postulaba al nivel de las mejores marcas extranjeras.
Lamentablemente, sobre 1894 la plaga de la filoxera que estaba arrasando los campos de vid españoles desde 1869 llegó a Huelva. Y es probable que esta fuera la causa de que ese negocio tan próspero terminara sucumbiendo. En 1903 la compañía moguereña se declaró en quiebra. Francisco Jiménez y sus hijos orientan a partir de entonces su actividad empresarial en otros sectores. El cultivo de la vid y crianza del coñac fino de Moguer se queda en las manos de Eustaquio Jiménez, hermano del universal poeta moguereño.
Eustaquio, definido por Juan Ramón, a pesar de sus valores, como «el tipo más completo de la ilusión fracasada», no tiene éxito en la iniciativa. El hermano del Nobel de Literatura es ayudado por este pero tiene varias iniciativas comerciales sin la fortuna necesaria. Curiosamente, al igual que su tío Francisco y al margen de sus actividades empresariales, Eustaquio sería alcalde, pero este de su localidad natal, Moguer. Eso, no obstante, ya es otra historia.