Comienzo de curso: Afrontar el miedo al Covid-19

La psicóloga, Mónica Ferrera Cruz.

Mónica Ferrera / Psicóloga. Soy Mónica Ferrera Cruz, psicóloga y psicoterapeuta en Huelva. Mamá de dos hijos, de 1 y de 5 años. El pasado 10 de septiembre fue el primer día de colegio en nuestra Comunidad Autónoma; niños de toda Andalucía acudieron a las aulas. Es por eso que me decido a compartir esta reflexión sobre un tema que me preocupa en medio de esta crisis sanitaria del Covid-19 y que está siendo un mal muy contagioso, peligroso para la humanidad, y no me refiero a este fatídico virus, sino a algo mucho peor: El miedo. Y este mal, que perjudica a todos, es especialmente nocivo para los niños y niñas, ya que están en un periodo crítico, determinante, para su desarrollo presente y su desarrollo futuro, como personas sanas.

El miedo realmente es una emoción adaptativa e innata, es decir, nacemos con el miedo como mecanismo de supervivencia, para protegernos de peligros. Por ejemplo, gracias al miedo, no conducimos un vehículo a altas velocidades, porque esto podría provocar un accidente y arriesgar nuestra vida. Pero el miedo, es peligroso cuando se vuelve tan grande que nos limita y nos paraliza y acabamos por no ser capaces de conducir por la simple posibilidad de tener un accidente. El miedo provoca estrés en el organismo, un estrés que, mantenido en el tiempo, nos debilita el sistema inmune y nos hace más vulnerables a cualquier virus, bacteria o adversidad. Es necesario, por tanto, encontrar un equilibrio sano del miedo, que nos proteja, pero que no nos dañe.


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En relación al Covid-19, el miedo es adaptativo cuando nos responsabiliza de auto-cuidarnos, de mantener una higiene razonable o de guardar la distancia social en situaciones de riesgo real. Pero, es limitante, cuando se convierte en el centro de nuestras vidas; nos paraliza y nos incapacita para asumir cualquier riesgo. Ni siquiera los imprescindibles, aquellos útiles para cubrir nuestras necesidades como seres humanos: pasear, disfrutar al aire libre, realizar nuestras aficiones, relacionarnos con las personas a las que queremos, etc.

En este sentido, la infancia, es un colectivo de especial vulnerabilidad, ya que, es en esta etapa en la que se van modelando los diferente niveles o conceptos de uno mismo, los que serán muy influyentes en nuestra personalidad a lo largo de toda la vida. El miedo, y un estrés sostenido en el tiempo, pone en riesgo el sano desarrollo en estos tres niveles:


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Nivel I: El concepto de “Yo mismo”. Se va generando a partir de preguntas como: ¿Soy fuerte o frágil?, ¿tengo control de lo que me ocurre o no puedo hacer nada al respecto?, ¿puedo confiar en mí o sólo es válido lo que está fuera de mí?

Quizás, sin darnos cuenta, incluso con la mejor intención, estamos fomentando creencias limitantes en nuestros niños, con mensajes explícitos o implícitos, que les hacen creer que son frágiles, ya que un virus muy poderoso; capaz de haber cambiado el mundo, puede enfermarles, e incluso, si se contagian, en el peor de los casos, puede provocar que mueran sus abuelitos, con la consiguiente carga de culpa que esto les genera.

Se habla de la vacuna como única salvación, fomentando así la idea de que, el control y lo válido, no están dentro, sino fuera. Se obvia, y se desmerece así, nuestro propio sistema inmune, capacitado para hacer frente a los miles de virus, bacterias y patógenos, a los que se enfrenta con una capacidad auto-curativa natural e inigualable.

Se crea, por tanto, un aprendizaje de fragilidad e indefensión, que nos vuelve vulnerables, física y psicológicamente, el que, a su vez, nos va generando sentimientos de apatía y depresión.

Nivel II: El concepto del “Yo en relación con los demás”: ¿Cómo debo relacionarme con las personas?, ¿qué emociones muestran los demás hacia mí? Cuando tengo la necesidad, por ejemplo, de acercarme, tocar, etc., ¿debo expresarla o reprimirla? ¿Puedo confiar en los demás o son “peligrosos”? Cómo reaccionar cuando los demás no actúan como deben, por ejemplo, si no usan mascarilla, ¿lo comprendo o me enfado?

Es una necesidad vital, como el agua o el alimento, tener vínculos con las personas; expresar y recibir afecto. La privación de esta necesidad durante un tiempo prolongado genera daños a nuestra salud. Los niños y niñas, tienen más desarrollado el cerebro emocional que el racional, por tanto, se expresan más desde las emociones y necesitan codificar la emoción de los demás a través de su expresión facial y el tono de voz, para interactuar con su entorno. La mascarilla limita, y a veces imposibilita, esta comunicación. Puede ocasionar que los pequeños se confundan y aprendan a inhibir la expresión de sus emociones, e incluso, pueden llegar a desconectarse de ellas con los costes evidentes que esto supone.

`Un niño que llora en el colegio porque se ha ido su mamá, necesita del acercamiento con otro ser que le muestre esa seguridad. Como ejemplos: la sonrisa serena de su maestra y un contacto que le brinde cercanía y confianza´.

Nivel III: Mi concepto de “El mundo”: ¿Es el mundo un lugar seguro o es peligroso? ¿Puedo ir a lugares que me gustan; parques, mi escuela, lugares al viajar?, ¿es arriesgado? ¿Es el mundo un lugar amable y divertido o es prohibitivo y serio? ¿Puedo disfrutar de lo que me gusta de “El mundo” o debo reprimirme y no tocar nada?

Tal vez no hayamos enfermado de Covid-19, pero, he sido testigo en innumerables ocasiones, en los últimos seis meses, de un grave, contagio de miedo.  Yo misma he podido caer, sugestionada por el temor y la incertidumbre transmitida por los medios de comunicación, y he podido transmitir a mis hijos este miedo: no toques nada, lávate otra vez las manos, no te acerques a nadie…

Me pregunto entonces en esta crisis sanitaria: ¿en qué concepto de “El mundo”, se están creando nuestros niños y niñas?, ¿qué podemos hacer los adultos como responsables de su cuidado?

Me permito citar dos de los derechos fundamentales de, La Declaración de Derechos del niño de 1959:

Derecho a una protección especial, oportunidades y servicios para su desarrollo físico, mental y social en condiciones de libertad y dignidad.

Derecho a crecer al amparo y bajo la responsabilidad de sus padres y en todo caso, en un ambiente de afecto y seguridad moral y material.

Por tanto, en mi opinión; desde mi experiencia como psicóloga y madre, considero necesario:

Lograr un equilibrio sano, sopesando riesgos y beneficios. Evitar que nos controle un miedo paralizador para brindarnos la posibilidad de disfrute de aquello que nos gusta y nos da felicidad. ¡La alegría refuerza nuestras defensas!

Explicar a los pequeños, con naturalidad y sin alarmismos, las medidas de prevención. Vamos a limpiarnos las manitas, es agradable estar limpitos, ¿verdad? Resaltar, ante todo, que deben confiar en ellos mismos sin infundirles miedo a la enfermedad. Si nos ponemos malitos con coronavirus, nos tenemos que reservar en casa y cuidar unos días, pero no pasa nada, porque, ¡recuerda!, nuestro cuerpo es muy listo, y al final, consigue ponerse bueno y curarse. El cuerpo, solito, sabe curar las heriditas y los golpes que nos hacemos. También lo hace cuando enfermamos, ¿te acuerdas de cuando estuviste malito en cierta ocasión, que al poco, ya estabas bien? Nuestro cuerpo es fuerte y sabio, ¿verdad? Nos sentiremos bien si lo cuidamos.

Compensar la “planitud emocional” que están viviendo nuestros niños y niñas. Si hace un año nos hubieran adelantado que todos íbamos a ir por la calle con las caras tapadas por mascarillas y alejados unos de otros, la escena nos hubiera dado miedo, traducido a: caras inexpresivas, lejanía, silencio; emociones planas e inexistentes. Sin embargo, el ser humano es adaptable, ¡nos hemos acostumbrado! Pero los niños, como criaturas en desarrollo, necesitan esta interacción emocional, por tanto, sería aconsejable compensar desde casa dicha planitud emocional. Contar cuentos gesticulando para resaltar la emoción en los gestos y en la voz. Jugar a hacer teatros para poner las caras de las diferentes emociones. Bailar y cantar canciones divertidas, y, sobre todo, hacer todo aquello que nos conduzca a ¡celebrar la alegría de vivir!

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