Miguel Mojarro.-
Gerad Brenan (Edward Fitzgerald Brenan), fue un escritor inglés, nacido en Malta, trotamundos en varios países, hasta que Las Alpujarras dijeron basta y decidieron que fuera su hijo mas preciado.
Nacido en 1894, visitante insistente de España, ancló sus placeres intelectuales en Yegen, hasta morir en Londres y ser trasladado a Alahurin el Grande.
Ensayista e historiador de fino paladar, escribió mucho y admirable sobre temas de nuestro país. Tal vez sus obras más alabadas sean «El laberinto español» y «La faz de España». Pero en mi memoria del placer figura un pequeño ensayo que cayó en mis manos cuando tenía hambre de lecturas «nuevas», en aquella sociedad con pocas posibilidades de ir más allá de lo oficialmente valorado.
Al recibir una herencia, Brenan frenó su desaforada escapada al mundo y se asentó en Granada, para pasear y leer, sus dos grandes vicios.
Desde 1919, largos periodos lo vieron como un alpujarreño más, terminando por conocerlo como «Don Geraldo». En Yegen y Ugíjar, saben mucho de su herencia humana y cultural.
También Carlos Cano recordó a «Don Geraldo» en una de sus canciones. De bien nacidos es ser agradecidos, porque Granada debe mucho a Brenan. Y viceversa.
De España conoció todo en sus viajes por nuestro país, junto a la amistad con, Julio Caro Baroja, su amigo mas íntimo aquí. No es extraña esta amistad.
Pero lo admirable de eso que llaman la «casualidad histórica», es su presencia en Granada, durante gran parte de su vida, en trozos que son reflejo de su incansable peregrinar por el mundo. Pero siempre terminaba en Granada, como si un vínculo emotivo uniera la sencillez de La Alpujarra con su búsqueda de vida auténtica.
«Al sur de Granada», así era su título, prometedor y sugerente. No sé cuanto tiempo duró aquella lectura, pero este libro, ajado por los traslados y el tiempo, sigue de protagonista indiscutible en mi biblioteca.
Brenan publicó «Al sur de Granada», un relato de su vida en Yegen, con el encanto de lo bien hecho, bien sentido y mejor documentado. Uno de los libros que dejan un recuerdo imborrable de su contenido y del momento en que se leyó.
El resultado, este maravilloso ensayo, en el que nacieron enamoramientos alpujarreños, como el mío y de tantos otros que se iniciaron en el conocimiento del Sur a través de esta pequeña obra.
Pequeña de tamaño y enorme en calidad antropológica y cultural.
Por cierto, este libro comencé a leerlo en los rincones bellos del Casino de Almonte, compañero ideal, con sus zócalos y suelos, que son el marco natural adecuado para una lectura íntima como es «Al sur de Granada».
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