Fernando Gracia. Hace cinco años el trío Jon Garaño-Aitor Arregui-José María Goenaga nos sorprendió gratamente con la exquisita ‘Loreak’ (Flores), a mi gusto de lo mejor de aquel año, aunque al final no se atrevieran a llevarla a los óscar a pesar de ser propuesta. Quizás, en compensación, su siguiente título –’Handia’, otro notable trabajo- se alzó con un buen puñado de goyas tres años después.
En el trabajo que ahora nos presentan –’La trinchera infinita’, atinadísimo título, por otra parte- se han situado en otra época y en otras tierras: la guerra civil con su larga posguerra y Andalucía. Todo ello para narrar la historia de un “topo”, como así se denominó a quienes se pasaron buen número de años escondidos para no ser detenidos por el bando nacional. El libro que hace cuatro décadas escribieron al alimón Jesús Torbado y Manuel Leguineche, donde se recogían un buen número de casos auténticos, popularizó en cierta medida esta expresión.
El filme, como no podía ser de otra manera, intenta hacernos ver la situación claustrofóbica en la que se encuentra el protagonista, un hombre de ideas izquierdistas, que se ha salvado por los pelos de ser “paseado” y que se ve abocado a esconderse en un zulo primero en su casa y luego en la de su suegro.
La fotografía en tonos sombríos y la atinada planificación nos sumerjen desde el primer momento en la historia, distribuida en pequeños capítulos cada uno de ellos precedido de una palabra muy significativa, con detalles que nos permiten comprender el paso del tiempo. Así la acción nos lleva desde la guerra hasta el año en el que el gobierno dictó una ley de amnistía.
Lo que en principio hacía temer que la película acabara siendo monótona se soluciona rápidamente gracias a las excelencias del guion, que incluye algunas escenas realmente impactantes. Todo lo que se nos muestra está barnizado por un tono hiper realista, que incluye la dicción de los personajes, todos ellos expresándose de acuerdo a la zona donde se desarrolla la acción, la provincia de Málaga. Hay momentos en los que hay que afinar el oído para entender cada una de las palabras que se dicen. Pero no importa, ya que el grado de verosimilitud alcanzado lo compensa sobradamente.
A ello contribuye el elenco, encabezado por Antonio de la Torre, del que no cabe sino decir que está como acostumbra, o sea muy bien. No sé qué va a hacer este hombre con tantos premios como atesora y con los que le pueden llegar. Pero, ya que lo suyo se daba por descontado, quien constituye una grata sorpresa es Belén Cuesta, tantas veces vista en papeles de matiz cómico, que aquí saca con nota alta uno de los mejores papeles con los que se va a encontrar en su vida.
Debo añadir que en la función a la que asistí un buen número de espectadores aplaudió al final, algo no muy habitual precisamente. Yo también lo hice mentalmente, ya que estimo que estamos ante uno de los mejores títulos españoles del año, si no el mejor.
Película muy seria, muy bien narrada, con un magnífico guion, excelente reparto y llena de matices, qué más se puede pedir. Y por si fuera poco, da que pensar, aunque a ese deporte haya bastantes que no quieren apuntarse.