Texto y Fotos: Laura Cárdenas. En un entorno de ensueño y con la caída del atardecer por testigo, Marilia vuelve a abrazarnos con su buen gusto y unas cuantas buenas canciones veinte años después de su última visita a Huelva con la que fuera su banda Ella Baila Sola.
Hace algún tiempo en una publicación leí el siguiente titular: “Marilia, sigue bailando sola”
Permítanme que discrepe. Marilia, no ha bailado sola en su vida. Y esto no es algo que te diga mi yo cegado por el fanatismo que de adolescente se jugaba a la permanencia en la academia a grito de Amores de Barra, Mujer Florero o Cuando los sapos bailen flamenco, esto lo pudo comprobar cualquier privilegiado que la pasada noche del sábado veintiocho fuera testigo del acustiquísimo que brindó en los jardines del Faro de El Rompido.
Con la puesta de sol de fondo, el sonido de dos cuerdas y como arma, una voz con muchísimo que contar.
A sus espaldas más de veinte años de carrera. Sobre el papel más canciones de las que jamás escucharemos en su voz.
El escenario pequeño, íntimo. Sobre él dos solitarias sillas de color verde menta pastel acunando a dos guitarras que descansan sobre ellas.
Con puntualidad británica a las ocho y media de la tarde Juanpy, su guitarrista, sube al escenario.
Marilia le tiene un respeto enorme a las tablas. Lo vivimos allá por los noventa, con la Plaza de toros de la Merced a reventar en el que fuera el primer y único Concierto Ciudad Universitaria de Huelva. Un concierto organizado por el C.A.R.U.H. y del que la que suscribe fue testigo directo. Allí, Ella Baila Sola, la banda femenina de moda, puso patas arriba una ciudad poco acostumbrada a los conciertos multitudinarios por aquel entonces. Pero como les decía, hablamos de respeto al escenario.
En los noventa se podría confundir con falta de veteranía… pero más de veinte años después, señores, hablamos de un amor bien profesado a las tablas que pisar y al público que va a escuchar.
Marilia le supo dar tiempo no solo al escenario. También se lo dio atardecer y al bello misticismo que lleva implícito el fusionar los colores que se tornan de anaranjados a violeta sobre el río Piedras, testigo directo de la velada, hasta llegar al caer de la noche con las melodías de una bella voz mientras por ejemplo, suena esa canción.
Si no es un sí es un no, tan acorde a esta era.
Un repaso por su trayectoria de banda. Porque hay que saber reconocer y agradecer lo que se fue. Marilia es agradecida con su pasado, pero sobre todo, sabe que siempre formará parte de su futuro.
Ese futuro se hizo realidad con un más que reclamado disco en 2012, bajo el título de Subir una montaña, su debut en solitario, llegó como algo añorado para un público que como su intérprete ahora también es mucho más maduro.
La consagración llegó en 2017 con Infinito.
Resumir ese sábado del perecedero verano sería tan sencillo como decir que todos expusimos nuestra mejor versión, y que lo hicimos gracias a un puñado de letras bien escritas e interpretadas con sumo gusto.
Qué suerte la nuestra, ¿verdad?
Vivir en el sur es un privilegio al alcance de unos cuantos y eso, que a veces no lo llegamos a valorar como merece. Pero otras, sabemos alcanzar la enormidad con momentos y noches como esta. Porque Marilia consiguió llegar y llenarlo todo: con la magia de su voz, el arropo del atardecer, la brisa del inmenso atlántico azul como coros con su arrullo y sobre todo, haciéndonos a nosotros, el público, protagonistas indiscutibles de su espectáculo.
Esa noche, con su permiso, ya forma parte de nuestro particular infinito.