José Manuel Alfaro / Especial ‘Cuaderno de Muleman’. El pasado viernes, cuando el hilo que le unía a la vida parecía haberse roto para siempre, tras varias maniobras de reanimación cardiopulmonar, realizadas por uno de los manifestantes que acudieron al Cabezo de la Joya para protestar, por el deplorable estado en el que se encuentra el lugar. El corazón de aquel cuerpo, que yacía sobre la arena y del que se estaba a punto de certificarse su muerte, comenzó espontáneamente de nuevo, a bombear sangre, gracias en gran medida, al suministro de un cóctel inyectable formado por adrenalina, atropina, vasopresina, magnesio, lidocaína, calcio, bicarbonato y amiodarona, que llevaba la arqueóloga que está supervisando los trabajos de investigación en el lugar, en el bolsillo derecho de su camisa marrón. Algo que provocó en ese momento el júbilo finito de todos los asistentes que contemplaban atónitos el paisaje desolador en el que se ha convertido el yacimiento arqueológico más importante de la ciudad.
-¿Dónde estaba en el momento de suceso?
-Yo estaba en la tumba diecisiete con una pequeña espátula excavando, junto a un hormiguero, intentando aislar lo que parecía un objeto metálico primitivo, con forma de moneda de euro. Cuando escuche unas voces que parecían venir de uno de los accesos a la zona arqueológica protegida. Parecía una pelea sería, en la que las palabras malsonantes empezaron a dar paso a amenazas de muerte en forma de preciosos versos en rima asonante. Vamos, que aquello no parecía la típica pelea de dos familias por coger mesa en el Bar Patrón. La cosa debía ir en serio, porque de fondo se escuchaba el llanto de una mujer que parecía la novia, de la obra de Lorca, Bodas de Sangre. Yo en un primer momento no tenía intención de dejar lo que estaba haciendo para acercarme y mediar, para que aquellos dos machitos, dejarán de lanzarse puyas poéticas, porque a eso sonaba la pelea, ya dejarían de discutir cuando se les secara la boca de tanto abrirla y tragar polvo. Hasta que, en un momento determinado, comencé a escuchar los ladridos angustiosos de un perro, que terminaron cuando se oyó un tiro seco y el silencio lo envolvió todo, al mismo tiempo que los gorriones de los eucaliptos del cabezo salieron de espantada. Fue en ese momento cuando me levanté y me fui corriendo hasta allí sin sacudirme ni siquiera las rodillas y los codos que los tenía llenos de esa arena roja que cubren aquel lugar antropizado.
-¿Qué encontró cuando llegó?
-Pues, lo primero que encontré fue una mujer asomada a una zanja, un hombre atrincherado en una cabaña, gritando -como entre alguien me pegó un tiro, en el pie. Y alrededor de la mujer una muchedumbre con decenas de pancartas, en las que se podía leer “Fuera los especuladores del cabezo”, “Sin cabezo no somos nada”, “Mas cabezo y menos ladrillos”, “Los corruptos no nos representan”, “Todos somos cabezos” y un sinfín mas, de mensajes revolucionarios, llamando a la sublevación del pueblo, contra este ataque frontal al patrimonio de todos, que la tiranía del sistema quiere destruir, bajo el beneplácito de los que dicen representarnos, cuando la única verdad que les mueve es la de la corrupción y el egocentrismo. Me acerqué a la mujer, me puse las gafas y era mi hermana. En ese momento le pregunte que hacía ahí, pero ella no dejaba de llorar mientras me señalaba hacía el fondo de la zanja donde había un hombre tendido, retozando como si le hubieran pegado un pisotón en la uña encarnada del dedo gordo del pie. A pesar del dolor pudo levantarse, pero cuando miró hacia atrás y vio aquel cuerpo sobre el que casi cae por accidente. Aquello no era un hombre, parecía el espíritu de Reshef después de cortarle la mano con un hacha en una de sus guerras.
El hombre no dudó en tirarse al suelo, recoger aquel cuerpo inerte, salir de la zanja como un lagarto verde del desierto y colocar el cuerpo junto a los pies de la mujer diciendo – era lo que más quería. Vamos a ver, yo en ese momento, porque era el ex novio de mi hermana, pero yo si hubiera sido ella, le habría pegado una patada y lo hubiera mandado otra vez a la zanja. Pero yo y mi hermana tenemos un corazón que no nos cabe dentro e hicimos lo que todo ser bondadoso, maduro y sin complejos, que ha podido superar la ruptura con un “egoescritor” que nos ha costado horas de psicólogo y cientos de pastillas para dormir la siesta, que es pedir un médico, porque lo demás ya lo arreglaríamos las dos más tarde. Suerte que había entre los manifestantes un estudiante de un grado medio de técnico de laboratorio, que había echado la matricula para un curso de primero auxilios este verano, con el objetivo de trabajar de socorrista suplente en una piscina en Bellavista. Un joven que asumió la responsabilidad y comenzó con la reanimación cardiopulmonar, y al que le tuve que pedir después de cinco minutos machacando el esternón, y llenando de babas la boca, que parara, antes de que el cuerpo no lo reconociera ni su madre.
-¿Cómo supo lo que tenía que hacer?
-Lo primero que le dije al aprendiz de socorrista fue, que se apartara, que dejara trabajar a una arqueóloga profesional colegiada, con un master en intervención subacuático en aguas abiertas y lo segundo que hice fue acercar mi oreja, colocarla en el pecho y ver si había pulso o no. Yo en ese momento diría que aquel cuerpo, estaba más para Aljaraque que para San Juan del Puerto, pero cuando mire a mi hermana, vi la cara descompuesta de su ex novio, el escritor snob del que nunca se debió enamorarse en esos locos noventa y mucho menos jurarle amor eterno delante de la mascota de la Expo 92. Tuve que tirar de ingenio, así que saque la jeringuilla que llevo encima, para utilizarla en caso de una ingesta accidental de frutos secos a los que soy mortalmente alérgica, palpe el pecho de aquel cuerpo y cuando toque el hueco exacto por el que la aguja debía llegar directamente al corazón, cogí impulso con determinación y zas, le metí la aguja directamente en el músculo del amor. Antes de que mi hermana dijera nada, aquel cuerpo comenzó a moverse de forma espasmódica, hasta que logro levantarse como si no le hubiera pasado nada. Bueno nada no, unos perdigones le habían atravesado la oreja dejándosela como un colador. Las reacciones no se hicieron esperar, mi hermana beso a su ex novio y rodeo con sus brazos aquel cuerpo que parecía haber nacido de nuevo. Y en medio yo como una tonta, que había salvado una vida y había provocado el acercamiento entre mi repelente ex cuñado y escritor de segunda y mi hermana, al mismo tiempo que los manifestantes no dejaban de aplaudir y gritar consignas como “eres nuestra heroína, eres nuestra arqueóloga divina”, “queremos un hijo tuyo” y todo ese compendio de ocurrencias que una multitud no deja decir en una manifestación.
-Supongo que muy contenta de este final feliz.
-Bueno, todos los días una arqueóloga no tiene la oportunidad de salvar la vida del perro de un escritor, algo que me ha hecho replantearme de alguna manera la vida. Además, he decidido que en octubre empiezo a estudiar enfermería en la Universidad y dejo este oficio de arqueóloga al que le auguro poco futuro en esta ciudad, que no debería de tomarse muy en serio eso de siempre hacía delante.