María José Fernández. Inexorablemente el mes de Septiembre se instala en nuestras vidas, los días se acortan, pronto oiremos el crepitar de las hojas secas producidas por nuestras pisadas y el otoño nos pintará el cielo de un azul grisáceo, digno de la mejor paleta pero complejo al contemplarlo, ya que una oleada de melancolía provoca tal majestuosidad.
Hemos dejado atrás las tardes de calor y mar, las largas noches de ocio, risas y lugares diferentes, que los más afortunados hayan podido visitar.
Otro verano nos ha dejado, ¿hemos vivido un verano más o un verano menos?, qué más da, nos quedaremos con los recuerdos de esa estación que nos regaló puestas de sol mientras todo parecía estar en calma y el tiempo se paraba por momentos.
Iremos guardando la ropa liviana y cómoda, poco a poco nos pondremos algún complemento más que nos vaya resguardando del frío que se irá instalando en nosotros, habrá hogares donde las mochilas cargadas de libros, diferentes atuendos para las diversas actividades y semanas absurdamente desesperantes se instaurarán en vidas que aceptan a duras penas el cambio, ya tan normal como el estrés que todo ello conlleva. Yo tengo que alzar el mea culpa y me adentraré en esa vida de carreras imparables deseando que llegue el viernes para respirar o al menos ver relajarse a los protagonistas que están forjando su futuro.
Aún así no entiendo nada de este mundo que vivimos hoy día, yo jamás fui a ninguna actividad, no tenía una montaña de ejercicios desde pequeña y por supuesto el fin de semana era para ir al campo, marcharse, jugar con las amigas y los amigos y disfrutar de la familia y no como ahora que planificamos todo según veamos lo que se traiga dentro de la mochila para estudiar también el fin de semana. Y lo extraño es que yo con la edad de mi primogénita ya sabía quien era Don Quijote de la Mancha y por supuesto Don Miguel de Cervantes Saavedra, había leído hasta la saciedad Platero y yo, y sabía que Juan Ramón Jiménez era su autor y moguereño para más orgullo, los hermanos Machado, Camilo José Cela, los hermanos Álvarez Quintero, y tantos otros formaban parte de mi lectura diaria, sabía quien era Frida Kahlo y para mí era toda una heroína, Eva Perón, Marie Curie…, escuchaba desde Chavela Vargas en un pequeño radio casette, donde siempre tenías preparada una cinta virgen para grabar la canción que tanto te gustaba y esperaba que el locutor o locutora de ese maravilloso y mágico mundo de la radio no hablara durante ella, hasta Raphael, Hombres G, la gran Rocío Jurado, Paloma San Basilio e incluso no nos gustaba que “a los toros nos pusiéramos la mini falda, o con la cara lavada y recién peinada, supimos que si te quieren estas más guapa”.
Y éramos felices, yo era feliz, tanto que no nos preocupaba que “el final del verano llegó, y tu partirás” y no había Watphsa, mucho menos móviles, para hablar con ese amor que se llevaba un trozo de tu vida, y no se había pasado de cogerse las manos o de un inocente beso casi sin rozarse y para no olvidarnos nos escribíamos cartas, palabra demoniaca hoy día donde las haya.
Estábamos deseando de ponernos las botas de agua para saltar en los charcos de las primeras lluvias otoñales, porque aunque no me crean los más jóvenes, cuando llovía, salíamos a la calle con nuestros impermeables, botas y paraguas y pasábamos la tarde jugando y si apretaba mucho el agua enfurecida y el cielo se ponía tan negro como los septiembres de hoy día, nos metíamos en un portal, y nadie nos echaba, a esperar que amainara un poco tal tormenta y volver a disfrutar.
No teníamos tablet, ordenadores, video juegos, ni mando de televisor, eso ya es como de película de terror. A día de hoy son You tubers los que escriben libros, o series televisivas te hacen creer que has de ser perfecta o perfecto para ser feliz, realmente todo esto me entristece, quizás más que el otoño.
Si cualquier tiempo fue mejor, desde luego en este caso creo que sí, o no, porque un día duro con el estrés por bandera y el cielo amenazando partirse en mil pedazos, mientras esperaba que una de las tantas actividades terminara para recoger a mi pequeña y escondernos en casa cual cobija inexpugnable, fue cuando recordé lo bien que lo pasaba mientras el cielo lloraba sus penas y alegrías, y comencé a dejar de sufrir, ¿qué podía pasarme?, mojarme, me metería en un portal y en cuanto salió mi hija de su actividad fuimos a comprar una botas de agua, a partir de ese día bailaríamos bajo la lluvia, ya que no puedo ir contra tanta modernidad al menos intentaría hacer que olvidara el triste otoño teñido de un cielo precioso y disfrutar de aquella tarde, aunque caiga la noche a hora temprana, no pasa el tiempo, pasamos nosotros y no quiero perderme nada.
No dejéis de mirar alrededor y ver la sonrisa de los niños mientras llenan las plazas y juegan al futbol, sacan sus bicicletas, sus muñecas…, y por unos momentos olvidan que en casa les espera un venga corre, baño, deberes, cena y a la cama. Frenemos un poco y tendremos tiempo como siempre lo hemos tenido y veremos como pisar las hojas de los árboles que teñirán el suelo de las calles es divertido y más aún si se hace lentamente, solo con la sensación de que la tranquilidad forma parte de esta nueva etapa, yo lo haré con mi pequeña compañera al son de Chavela, ponle tú tu mejor melodía y baila bajo la lluvia.