HBN. Entre las múltiples obras pictóricas que pueden contemplarse en la catedral de Sevilla se encuentra una particular ‘Sagrada Familia’. Durante años, esta obra fue atribuida al máximo exponente de la Escuela Sevillana de pintura en el barroco español, el genial Bartolomé Esteban Murillo, aunque su verdadero autor era un artista onubense llamado Juan Ruiz Soriano de Tovar.
Hasta el 8 de abril, este cuadro forma parte de una exposición en el Convento de Santa Clara de Sevilla titulada ‘Murillo y su estela en Sevilla’, que recoge obras tanto del pintor hispalense como de otros tantos artistas que bebieron de su influjo y proyectaron en sus lienzos esos rasgos tan característicos de las pinturas murillescas.
Juan Ruiz Soriano forma parte de ese elenco de seguidores-imitadores de Murillo, llegando a estar sus trabajos muy cotizados por tener ese estilo que tanto recordaba al del gran maestro del siglo XVII.
Natural de Higuera de la Sierra (1701-1763), se formó en las artes pictóricas de la mano de su primo, Alonso Miguel de Tovar, a quien bien podría atribuírsele el título de «copista oficial» de Murillo. El también higuereño perteneció a la Escuela Sevillana y llegó a ser pintor real de la corte de Felipe V.
Con semejante profesor, no es de extrañar que Ruiz Soriano heredara parte de la técnica y el estilo de su primo y que sus composiciones, como las de su pariente, recordaran a las del autor de las angelicales Inmaculadas, siempre rodeadas de querubines.
Sin embargo, numerosos críticos aseguran que el onubense no fue un pintor de gran calidad artística, sino más bien de técnica discreta y mimetismo vulgar. Quizá ello se debió a que no pudo completar su formación -las obligaciones de su primo Alonso le hicieron ausentarse largas temporadas-, viéndose abocado, en cierto modo, a un autodidactismo que le impidió dominar con maestrías el dibujo y el color.
Aún así, Juan Ruiz Soriano gozó de bastante prestigio y supo hacerse un hueco entre los pintores de su época, teniendo incluso conocimientos de otras escuelas y maestros a los que sabía identificar. De hecho, fue uno de los más prolíficos de la primera mitad del siglo XVIII en Sevilla y llegó a adquirir gran relevancia, encabezando su gremio, y por ende la institución que los aglutinaba, la llamada Cofradía de San Lucas, durante varios años.
Habitualmente, el artista onubense se presentaba como «maestro pintor«, aunque en torno a 1747, según estudios de Jesús Porres Benavides, de la Universidad de Córdoba, «utiliza, no se sabe si adecuándose a la realidad, el término de “Artista Pintor del Rey nro. Sr”, quizás por haber tenido algún encargo real, pues no se tiene noticia que desde la corte le otorgasen dicho título».
El higuereño fue un artista versátil, abarcando tanto la pintura sobre caballete como la mural, y realizaba trabajos para un variado público a cuyos gustos sabía adaptarse a la perfección. Tuvo una amplia cartera de clientes del ámbito religioso de la época -algunos dicen que por el económico precio que ofertaba- que recurrían a él cuando necesitaban renovar la decoración de sus iglesias, capillas y conventos. Órdenes como los franciscanos, agustinos, terceros, jesuitas, carmelitas y jerónimos requirieron sus servicios, llegando a tener un establecimiento en la sevillana calle Alhóndiga.
Es por ello que muchas de las obras de este artista onubense se encuentran repartidas por espacios de culto como la parroquia de San Pedro Apóstol de Cartaya, la capilla de San Bartolomé en Utrera, la catedral de Jaén, el convento de San Agustín y la iglesia de la Trinidad de Sevilla, la Clerecía de Salamanca o la parroquia de San Sebastián de su Higuera de la Sierra Natal, entre muchos otros.
Algunas de sus obras son ‘Presentación de Jesús en el templo’; ‘La Virgen de la Correa’; la ‘Virgen del Consuelo’ de la aldea de La Hoz (Rute); retratos como el del cardenal Gaspar de Molina del Ayuntamiento de Sevilla o el del Rey Felipe V en el Salón General de Teología del Colegio de la Compañía de Jesús de Salamanca; una serie de pinturas de la vida de San Francisco, otra sobre la Virgen María y otra sobre la de San Agustín, siendo estas últimas copias en su mayoría de unos grabados flamencos. En este sentido, cabe destacar que el onubense se inspiraba continuamente en obras de otros artistas, aunque bien es cierto que solía introducir elementos de estilo propio.
Juan Ruiz Soriano falleció en 1763. Los expertos creen que lo hizo en la miseria, ya que se le pierde la pista unos años antes, probablemente porque en sus últimos tiempos no podría trabajar. Sus restos descansan en la cripta de la iglesia de San Ildefonso de Sevilla. Su pueblo, Higuera de la Sierra, lo sigue recordando como el higuereño ilustre que fue.