M. P. D. El 18 de enero de 2005, la Junta de Andalucía declaraba Paisaje Protegido los tramos alto y medio del río Tinto y su entorno, una franja de 57 kilómetros que se extiende a lo largo de once municipios de las provincias de Huelva y Sevilla, como son Berrocal, El Campillo, La Palma del Condado, Minas de Río Tinto, Nerva, Niebla, Paterna del Campo, Valverde del Camino, Villarrasa y Zalamea la Real, en la provincia de Huelva, y El Madroño en la provincia de Sevilla. Por tanto, se cumple más de una década de esta decisión, que situaba en un lugar estratégico una de las zonas de más belleza y singularidad de la provincia de Huelva, de ahí que hayamos querido recordar su importancia y significado.
Y es que, tal y como nos recuerda la Consejería de Medio Ambiente, «este enclave, que abarca los tramos alto y medio del Río Tinto, es único en el mundo, tanto por su belleza cromática como por sus excepcionales condiciones ambientales e históricas». Una afirmación que conocen bien los onubenses.
Además, alrededor del curso alto, se sitúa el mayor yacimiento minero a cielo abierto de Europa, una mina que ha sido explotada desde los tartesos y, sobre todo, por los romanos, habiendo sido fundamental en la historia de la provincia, también en una etapa más reciente, como sucedió en el último tercio del siglo XIX por parte de la empresa británica Rio Tinto Company Limited. Siendo así, la corta Peña del Hierro, perteneciente al espacio protegido, destaca por su profundidad y por el lago multicolor que se crea en su fondo.
Una actividad minera que, a lo largo de la historia, ha ido configurando un paisaje de gran belleza y muy peculiar, a veces comparado con otro mundo, como el del planeta Marte. Recordemos que «estas aguas acogen una gran diversidad de microorganismos, adaptados a hábitats extremos -muchos de ellos aún sin catalogar- que se alimentan sólo de minerales. Tanto es así, que el lugar es estudiado por la agencia espacial norteamericana NASA para conocer estas formas de vida, debido a la probable similitud entre sus condiciones ambientales y las que podrían darse en el planeta Marte», apunta la Administración autonómica.
Muy llamativo es también el nombre del río, que, como se puede observar, proviene de su color rojizo, que pasa a ocre en las orillas. Unas tonalidades se deben al alto contenido, desde los albores de la historia, en sales ferruginosas y sulfato férrico que, junto a la escasez de oxígeno, otorgan un pH muy ácido. Nacido en la Sierra de Padre Caro (Nerva), el río Tinto pertenece a la Cuenca del Guadiana y recorre casi 100 kilómetros hasta llegar a unirse con el río Odiel, en la Ría de Huelva.
En su entorno, es destacable la escasa vegetación de ribera de las márgenes del cauce, dada la acusada acidez del medio. Su planta más habitual es el brezo de las minas, una especie amenazada en peligro de extinción, endémica de Huelva, que acoge y da sustento a una necesaria comunidad animal. También, en las cavidades y canales de los enclaves mineros anidan distintas variedades de murciélagos.
A nivel turístico, para los visitantes, se puede destacar la cantidad de infraestructuras y elementos dispersos asociados a la actividad minera en la zona. Lugares que merecen la pena conocer, al tiempo que se recorre los diferentes pueblos del Andévalo, donde nos sorprenderá, no sólo su arquitectura, sino también su rica gastronomía, dos manifestaciones en las que son evidentes la influencia de las costumbres inglesas, como sucede con tomar el té, o diseños como el Barrio Inglés de Bellavista en Minas de Riotinto, testimonio único de la presencia británica en la zona.
Entre otras curiosidades, en este entorno, con una visión turística, podremos conocer la plaza de toros más antigua de España, situada en Campofrío, la artesanía del cuero en Valverde del Camino, la zona minera de Tharsis y, por supuesto, el Museo Minero y el resto de equipamientos vinculados a esta oferta turística cultural, como la Casa 21 o el Ferrocarril Minero, entre otras muchas propuestas.
En definitiva, el Paisaje Protegido del río Tinto y su entorno es un espacio de 16.956.79 hectáreas, que invitan a ser visitado en cualquier época del año, ya sea por los mismos onubenses o por personas de fuera. Su singularidad y belleza bien merecen ser conocidos y, por supuesto, conservados y valorados.