El compositor Pedro García Morales (I)

Pedro García Jalón, teniente alcalde republicano y padre de Pedro García Morales.
Pedro García Jalón, teniente alcalde republicano y padre de
Pedro García Morales.

Antonio José Martínez Navarro. En la Huelva de calles encogidas o serpentinas, entre casitas bajas y blanqueadas, en las que eran marfílísimos alfileres los campanarios de las iglesias de la Concepción y San Pedro, en la ciudad que se derramaba por suaves cabezos, que poseía un río de plata (Odiel) y otro con ribetes cobrizos (Tinto), nació el día 3 de octubre de 1877, Pedro García Morales.

           Era hijo de Pedro García Jalón, acaudalado propietario nacido en Villapradillo de Camero (Logroño) en 1824, que, tras afincarse en nuestra ciudad en 1847, con mucho esfuerzo e inteligente visión comercial consolidó una respetable fortuna. Contrajo matrimonio con la onubense Emilia Morales Hernández, nacida en 1854, alivió muchas necesidades en su ciudad de adopción y representó muchas veces a Huelva en su Municipio, ya como concejal, ya como teniente de Alcalde alcanzando en estos cargos fama de honrado, que, a veces, le ocasionó disgustos, ya que todos quieren justicia, pero pocos en su casa.

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De este matrimonio nacieron cuatro hijos: Pedro, Antonio, Francisco y Santiago, que fueron educados por profesores particulares y completaron sus aptitudes culturales en el Instituto General y Técnico de Huelva.

           Las primeras lecciones de Música las recibió Pedro de su padre y de algunos profesores de la ciudad, que también se acercaban a enseñarles los secretos del pentágono a los restantes hermanos.


Fiestas Colombinas de Huelva

Doña Emilia Morales Hernández, madre del genial compositor onubense.
Doña Emilia Morales Hernández, madre del genial compositor onubense.

Cotejándolas con las avanzadas ciudades del momento, Huelva era una población provinciana, pero, en muchas facetas, estaba dotada de un carácter cultural de alto nivel, influenciado por la fuerte presencia británica en la ciudad, en la que en los años ochenta y noventa del siglo decimonónico ya se practicaban deportes y en las amables reuniones de familias españolas e inglesas acomodadas se daba mucha música de salón, pero también piezas marciales con mejor envoltura artística. Esa enjundia cultural de Huelva resultó sumamente estimulante para un niño ambicioso de realización como era Pedro García. Al margen de este positivo ambiente musical,  había en la ciudad del Tinto y del Odiel maestros de música con conocimientos suficientes para guiar sus primeros pasos: los profesores Enrique Lens y Apolinar de Zúñiga, que, con objeto de popularizar este arte entre todas las clases sociales de la capital, habían establecido en la calle de los Ricos, con precios módicos, una Academia donde se impartían clases de Solfeo, piano e instrumentos de Orquesta y Banda, y que seguían el sistema del Real Conservatorio de Madrid; José Crocci, italiano afincado en Huelva, en la que realizó una magnífica labor, admirador de Wagner y amigo de AlmicariPonchielli; Andrés Cembrano, organista con mucho dominio y gran profesor; Rafael Gisbert, excelente violinista y J. Asencio Rodríguez. Aparte de la consecución de las técnicas musicales básicas. García Morales disfrutó en su entorno de la música típica andaluza, que, en definitiva, terminó siendo su fuente de inspiración para sus composiciones cultas y objeto de atención permanente.

           En 1891 terminó su Bachillerato, y su padre inclinó la balanza a favor de que estudiara Filosofía y Letras, con la condición de que durante sus estudios seguía decantándose su entusiasmo hacia la Música, a partir de que terminara la carrera de  letras podía sustituirla por la ley del pentagrama. Así, marcha a Sevilla y se matricula en la Universidad, y si bien fue un aventajado estudiante, no quedó desligado del mundo de los sonidos acompasados iniciándose en el conocimiento de los músicos clásicos y de los contemporáneos.

           Apenas termina sus estudios de Filosofía se inclina, de forma definitiva, el entusiasmo de García Morales hacia la Música. Así, en septiembre de 1896 toma pasaje en una diligencia y se traslada a la Villa y Corte dispuesta a conseguir el máximo dominio en el manejo del violín. Madrid era, para cuantos anhelaban los lauros del arte, una especie de Eldorado, una promesa de éxitos y venturas; para Pedro fue un acercamiento al virtuosismo musical.

El niño Pedro García Morales, vestido con el atuendo de músico.
El niño Pedro García Morales, vestido con el atuendo de músico.

García Morales no tuvo que pasar en la capital por miserias, desengaños, penalidades y humillaciones, ni hubo de alojarse en mezquinas pensiones o prosaicas fondas, ni aún trabajar en cosas ajenas a su vocación de músico, ya que la situación económica de la familia era excelente, por clase de alta burguesía y de cuantiosa fortuna, y a pesar de la muerte de su padre acaecida el 19 de febrero de 1897, ésta le facilitó todo lo necesario para lo que iba a ser su profesión.

           Muchos de los violinistas españoles de finales del siglo XIX y principios del XX fueron discípulos de Martín Sarasate de Navascués, el famoso autor de Zapateado y Danzas españolas, artista que había llegado, en vida, a la leyenda. Daba clases en el Conservatorio. Hacia aquella aula fantástica encaminó sus pasos Pedro García para  conseguir que el gran pamplonica le diera clases. Y se puede decir que en el período que estuvo con él y con el señor Hierro, otro profesor del mismo Centro, aprendió todos los secretos del violín y asimiló lo fundamental del oficio de compositor.

           El viernes, 12 de junio de 1896, aparecía la noticia de su aprendizaje con el gran Sarasate:

<<Dentro de pocos días regresará a ésta de Madrid, nuestro querido amigo el aventajado violinista, Pedro García Morales.

           En su breve estancia en la Corte, debido a la amistad que le une con el maestro Sarasate ha realizado notables adelantos en su afición artística>>.

           En esas fechas, participó al parecer en algunas veladas musicales dadas en el “Colón”. Así, la prensa local reflejaba la siguiente nota informativa el martes, 30 de junio de 1896:

<<Es muy probable que el experto violinista Rafael Gisbert  y el aventajadísimo aficionado don Pedro García Morales, acompañen en algunos números musicales al eminente artista señor Mondejar, en el concierto que piensa celebrar dicho señor>>.

           En efecto, “Además de los señores Gisbert y García Morales, tomarán parte en el concierto que piensa celebrar el eminente artista señor Mondejar, el sabio catedrático de este instituto y notable pianista, don Julio Fajardo, y el no menos notable pianista, el distinguido joven de esta localidad, don Enrique Díaz.

     Con tan valiosos elementos, no hay que decir siquiera que la fiesta resultara magnífica por todos conceptos”.

Esta información queda demostrada si leemos el diario “La Provincia”, de Huelva, del viernes 10 de julio de 1896 que textualmente dice:

<<…Toma parte del concierto de Mondejar, Pedrito García Morales, recién venido de Madrid, donde es discípulo del profesor del Conservatorio, Sr. Hierro…>>.

           Pedrito hacía tiempo que daba  qué hacer al violín, tenía afición y sentimiento y el Sr. Hierro lo ha hecho un verdadero maestro.

           El Nocturno de Chopin lo acredita en su gusto artístico y la fantasía Ballet, de Berlioz, de instrumentista consumado.

           ¡Bien por Pedrito! El señor Fajardo con el Scherzo Brillant, y los señores Díaz y Gisbert, los primeros al piano y éste al violín, contribuyeron a la mayor brillantez del concierto del que se hacen lengua todos los que concurrieron…>>.

Poco después marcha a Madrid donde roza el mundo de la bohemia. Allí, con su profesor en el Conservatorio, Sr. Hierro, y el señor Morphy, gran amante de la Música, que había mandado años antes a Isaac Albéniz y a Enrique Fernández Arbós a Bruselas, vislumbrando esperanzas en el joven músico, lo anima para que marche a Londres. Era, en definitiva, lo que anhelaba Pedro García, para el que lo positivo era el esfuerzo final y la cosecha de todos los laureles.

De su unión artística con el maestro Arbós, de una de aquellas llegadas a su patria chica y marcha a Londres, de las simpatías y reconocimiento de sus paisanos a su recia personalidad musical, del elevado número de amistades que disfrutaba por doquier, nos brinda el diario “La Provincia” del 8 de mayo de 1901 la siguiente noticia:

<< El lunes, -día 6 de mayo, añadimos nosotros- en el tren correo, marchó directamente para Londres nuestro distinguido y muy querido amigo don Pedro G. Morales.

           Durante los breves días de su estancia entre nosotros,  el aventajado y predilecto discípulo del Sr. Arbós, no ha cesado de recibir acendradas muestras de cariño por parte de todos aquellos que le conocen.

           La víspera de su partida el Sr. Morales congregó en su espaciosa y elegante morada -situada en la popular calle Botica, actual Alcalde Mora Claros, añadimos nosotros- a sus más íntimos amigos para un espléndido almuerzo de despedida.

           Apuradas las últimas copas del champagne, pasamos los invitados a la preciosa sala de estudios de nuestro querido amigo, donde  acompañado al piano por el joven don Augusto Rey, que ejecuta y siente la música como un artista completo, el Sr. Morales dejó oír las armoniosas notas de su violín, tocando varias piezas de su clásico repertorio, cuya delicada ejecución satisfizo grandemente a su pequeño cariñoso auditorio.

           Sin que nos ciegue la pasión de amigo, podemos asegurar que el Sr. Morales va realizando enormes progresos en su difícil instrumento, y de seguir así,  no nos veremos defraudados los que le queremos en la esperanza de verlo un día ocupando elevado puesto entre los artistas de rango.

           El Sr. Morales ha sido a su vez invitado, en unión de algunos amigos de confianza, con motivo de su llegada y también de su despedida, por algunos de sus íntimos amigos, a banquetes particulares, celebrados naturalmente en honor suyo.

           El Sr. don Carlos Marchal organizó uno espléndido, en su propio domicilio, a los pocos días de llegar aquí nuestro común amigo.

           A esta fraternal reunión siguió las invitaciones particulares de almuerzos y comidas de varios otros, y por último, organizaron otro magnífico banquete, también en su propia morada, los ilustrados jóvenes don Fernando, don Carlos y don Augusto Rey.

           Cuando la mañana de la partida los amigos  que fuimos a despedir a Perico, como le llamamos sus íntimos, vimos desaparecer entre espesas humaredas el pesado convoy, una tristeza inmensa bañaba nuestros rostros: el vacío que deja la ausencia del amigo sincero y cariñoso>>.

El Londres que le tocó vivir a Pedro García Morales es cosmopolita y pueblerino a la vez, ya que sus habitantes habían tenido el civilizado acierto de oponerse a la especulación y disfrutar de fabulosos espacios verdes. Es el Londres limpio y alegre, distinguido y elegante,  en el que no era difícil ver, a caballo y luciendo sus mejores galas, a Melbourne, Palmerston, la reina Victoria y Alberto; el Londres de mugrientas y tristonas fachadas, en el que pululaba una variada fauna de vendedores ambulantes, como el cerillero o el caballerete que vendía infalibles remedios para acabar con los mil y un males que afligían a la Humanidad; era el Londres del metro, en el que no había mendigos, ni frailes, ni perros… el Londres de intensa vida callejera con su vértigo elegante, sus perpetuos cortejos de coches de caballos, del ir y venir activo, fuerte, sano, de sus hombres de trabajo; el lujo de sus tiendas, de sus hoteles, de sus cafés que representaban vida, acción, fuerza y esperanza; en suma, el Londres victoriano.

Llega con las alforjas cargadas de ilusiones, a la misma vez que irrumpe  el año de gracia de 1898 y por la buena gestión de su amigo el madrileño Enrique Fernández Arbós, que, como profesor de violín del Royal Collegue of Music, gozaba de un merecido prestigio y garantizó la credibilidad del huelvano. Pocos días después, 4 de enero, aprueba el examen para el ingreso en el mencionado Centro. Dos días más tarde es alumno de hecho y derecho de la Escuela Real de Música.

A partir de esos instantes, García Morales va introduciendo en la sociedad británica los valores musicales de su origen, y en una época en que el patriotismo es valor “divino” va forjando en su mente, al no vivirla de cerca, al no rozar su decadencia y sus inconvenientes, una Patria de ensueño, ideal, brillante en su historia, bucólica en sus paisajes y artísticas en sus monumentos.

En el Royal Collegue va a realizar estudios de piano, violín, armonía y composición.

Las noticias biográficas referentes a sus primeros años de su estancia en Londres ofrecen muchas lagunas y abundan más en conjeturas que en hechos comprobados. De cualquier forma es obvio que debieron ser años de intensísima dedicación, en los que siempre tendrá su pensamiento presente en Huelva. Así, a principios de septiembre de 1901 dona cuatro hermosos cuadros, retratos de afamados compositores, a la Academia de Música de la ciudad del Tinto y del Odiel. Días más tarde, participa, con motivo de haberse concluido el precioso retablo del altar mayor de la iglesia de la Merced y otras obras de restauración, y para dar mayor realce a la fiesta, en una solemne función religiosa que se verificó para inaugurar dichas obras.

Los restantes músicos que colaboraron en la Capilla Musical, dirigida por el reputado maestro Benítez, fueron Enrique Díaz y Augusto Rey.

El diario “La Provincia” se hacía eco, el día 10 de septiembre del citado año,  de la brillantez que ofrecerían los actos catorce días más tarde:

<<Con motivo de haberse concluido el precioso retablo del altar mayor de la iglesia de la Merced y demás obras de restauración llevadas recientemente a cabo, se celebrará el próximo día 24 de este mes, una solemne función religiosa para la inauguración de dichas obras.

           Oficiará de Pontifical el Ilustrísimo Sr. Arzobispo de Sevilla, y ocupará la cátedra sagrada notable predicador.

           Para el mayor realce de esta fiesta, han prestado su valioso concurso los distinguidosjóvenes don Pedro García Morales, don Enrique Díaz y don Augusto Rey.

           Excusamos decir la brillantez que promete tan solemne fiesta, la cual dejará entre los fieles onubenses imperecederos recuerdos…>>.

El día 26 de julio de 1902 abandona el célebre Collegue. En este período de tiempo se había instalado en un apartamento situado en la plaza Baker, número 11, no muy lejos de donde vivía su amigo Arbós.

Y vuelve los ojos amorosos a Huelva, la ciudad pequeñita, familiar, cuyos rumores giraban en torno a la plaza de las Monjas, con dos hoteles sólo discretos –el de París, en la calle de las Bocas, y el de Granada, en La Placeta- con la calle de la Concepción como paseo oficial, con el Restaurante “TheAlbion” como sitio especializado en comida británica y el “Fornos” para deguste de la gastronomía propia y el Teatro “Colón” que iba a desaparecer para dar paso, en 1911, al “Mora”. Mantenía vivo el recuerdo de sus hermanos y, sobre todo, de su madre. Además, él, antes de establecerse en Londres, había cosechado amistades tan gratas como la del poeta, décadas más tarde, laureado con el Premio Nobel. Juan Ramón Jiménez, que sentía vivísima admiración por la obra literaria de Pedro García; lazos de amistad que extendió más tarde con su esposa Zenobia Camprubí (única mujer –según decía cuando se le preguntaba el porqué de su soltería- con la que se hubiera casado, pero que no lo pudo hacer porque ya lo estaba con su amigo Juan Ramón), Manuel Siurot, eminentísimo educador y con una pluma más galana que el rey Salomón; el pintor extremeño Eugenio Hermoso…

Pero pronto vio que, en la bonita ciudad, el péndulo de sus intereses artísticos no oscilaba con el ritmo idóneo y se decantó, a fines de 1907, por trasladarse definitivamente a Londres. Puede, por tanto, decirse que García Morales a partir de 1908 -y a pesar de los reiterados desplazamientos a su ciudad natal, en la que tenía una espléndida vivienda-, reside en la capital británica.

En los años siguientes a su regreso a Gran Bretaña, salvo unos días de agosto de 1908, que lo reparte entre su casa situada en la legendaria calle de La Botica y en la finca de recreo que  la familia poseía en el Conquero aspirando el aire purísimo que exhalaba sus pinares, tuvo ocasión de dar numerosos recitales y conciertos como instrumentista y como director en Londres, Cambridge, Birmingham, etc., tratándole la crítica con mucho cariño, porque era imposible negar su espléndido oficio y su hombría de bien. Además, como gran conocedor de la música española contemporánea, con una fe inquebrantable la fue introduciendo en los salones londinenses que solía frecuentar y en los que estableció lazos amistosos y profesionales que marcaron su quehacer posterior

 

 

 

 

 

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