Redacción. El propio José Manuel Mora Huerta se define como “un aprendiz de la luz” porque recuerda que “siendo adolescente y convaleciente de una grave enfermedad, a consecuencia de la cual estuve a punto de morir, tuve que aprender a andar de nuevo. La primera vez que salí de la habitación, a través de aquel pasillo de la casa, vi al fondo la maravillosa luz del patio de mi abuela, con todas aquellas macetas repletas de flores, llenas de vida, y aquellas paredes blancas de cal. Quería llegar a aquel paraíso y bañarme en su prístina luz… Sentir el beso cálido de la luz del sol, renacido a la vida. Me enamoré de la Luz y desde entonces la persigo”.
De esta forma, su obra fotográfica viene a expresar que “me dejo instruir por Ella y trabajo por comprenderla, amándola, disfrutándola. La cámara de fotos es la herramienta, siempre insuficiente, con la que intento plasmar lo que llega al sensor de mi alma”. Y reconoce que “desde niño me ha entusiasmado la fotografía. Mis primeras fotos se hicieron con una cámara Kódak de cajón, fabricada en el año 1914, propiedad de mis padres. Aún la tengo. Me fascinaba ver en mi dormitorio las imágenes que se proyectaban, en la pared opuesta a la ventana, de todo aquello que pasaba por la calle. ¡Qué mezcla de alegría y tristeza, ver las sombras, y oír las voces de los niños que jugaban en la hora mágica del atardecer! Estos fueron mis primeros encuentros con la cámara oscura. Estas experiencias marcan y configuran tu sensibilidad… Ahora, siento el impulso de seguir las señales que me envía éste misterioso ser que es La Naturaleza. Por eso lo persigo, siguiendo su rastro de luz, luz, ¡luz!”.