R.F.B. El Monasterio de La Rábida y sus alrededores constituyen un espacio mágico. Como las casualidades no existen, Colón apareció por allí algo más de hace 525 años para encontrar el germen de su gesta, de la aventura sustentada por el valor -necesidad/temeridad- de un colectivo humano que señaladamente estaba formado por marinos de lo que hoy es la costa onubense. Y la llegada de Colón se produjo por el magnetismo de ese promontorio nuestro que nutre su historia de leyendas y fervor religioso.
Proserpina, Templarios o dios Baal, son términos que envuelven las tinieblas de un pasado definitivamente postrado ante la devoción a una Virgen, la de los Milagros, que reina en el pequeño y grandioso -por su significado, por su poso histórico- cenobio rabideño. En este escenario singular también se transmitió una tradición asociada a la creencia de que una palmera solitaria que sobrevivió al expolio posterior a la Desamortización de Mendizabal (1835-1836), había sido plantada por el propio Cristóbal Colón. Quedó, así, bautizada por los tiempos como ‘La Palmera de Colón’.
Esta Palmera estuvo presidiendo la hoy Avenida de los Descubridores, que es ese largo trayecto inclinado que une el Monumento a Colón -de La Rábida, la columna levantada en 1892- con la carretera hacia el muelle de la Reina. Y decimos la estuvo presidiendo porque la palmera estaba en el centro de la arteria, un poco por libre de las dos hileras ordenadas que franquean el paseo y que fueron plantadas en la remodelación del conjunto rabideño que tuvo lugar con motivo de la conmemoración del IV Centenario.
Sobre la veracidad de la tradición oral que la atribuye a Colón muchos opinantes entienden que debe calificársele como un simple mito. La palmera era una ‘phoenix dactylifera’ que, como máximo y en teoría no pueden vivir más de 300 años. Si echamos cuentas y observamos que la palmera acabó su existencia con anterioridad a 1924, su nacimiento a lo sumo se habría producido a principios del siglo XVII, no a finales del XV como debería haber sido en el supuesto de haberse plantado por Colón. No obstante, quizá nuestra palmera por un capricho del destino fue un milagro de longevidad superando los 400 años.
En cualquier caso, esta palmera durante más de un siglo –abarcando como mínimo el XIX y parte del XX- constituyó un icono singular en La Rábida y su supervivencia en épocas hostiles solo hacen albergar alguna esperanza de que su singularidad tuviera una razón especial. Sobrevivió al talado de árboles posterior a 1835. Según el franciscano padre Coll, que no deja de ser una referencia aunque cuestionada por algunos estudiosos, en su ‘Colón y La Rábida’ de 1892, esta palmera es el único elemento que sobrevivió en el entorno rabideño a la devastación tras la exclaustración del convento en esos comienzos del XIX, que ya había padecido el expolio de la invasión francesa unas décadas antes.
En la desamortización el Convento no tuvo postor, pero si la huerta y los jardines. Los adjudicatarios respetaron la palmera, lo que permitió que esta fuese testigo del IV Centenario y que se reencontrase, al cabo de más de un siglo, con los franciscanos en 1920, tras su celebrada vuelta a La Rábida. Nuestra palmera fue testigo también del estado de ruina del Monasterio a mediados del XIX, de su proyectado derribo y también, felizmente, de su salvación en 1854, gracias al sentido común de los onubenses, comandados por el gobernador Mariano Alonso -se merecería un monumento personal en La Rábida- y los Duques de Montpensier.
La palmera fue cuidada por todos, como muestran las fotografías al contar con una estructura en la base para protegerla. Los monjes en 1920 reafirman su compromiso con el anciano árbol, aceptando la tradición de su origen colombino y celebrando el que hubiese sido respetada y protegida por anteriores moradores. Tal es la creencia de los franciscanos que se expresaron en su regreso en los siguientes términos: ‘…alzase en medio del camino una magnífica palmera, más de cuatro veces secular, sostenida por vientos y alambres de hierro asidos a una abrazadera del mismo metal, que circunda su vetusto y elevado tronco, para defenderla de la violencias del vendaval; porque la tradición no interrumpida y constante asegura que existía en tiempos de Colón, y por eso se la cuida, se la conserva y se la mira con tanto cariño y esmero‘.
Precisamente en 1920 la revista ilustrada de mayor circulación en España entonces, ‘Nuevo Mundo’, cubriendo la noticia del reencuentro rabideño de la Orden Franciscana, destaca en una fotografía la presencia de la palmera de la época de Colón.
Nuestra palmera fue durante más de treinta años protagonista de una gran parte del fondo fotográfico realizado sobre el entorno rabideño y sus vistas panorámicas.
La mayoría de los principales autores onubenses de esos primeros tiempos de la fotografía en Huelva, Diego Pérez Romero, Francisco Cerezo y Diego Calle, entre otros, tuvieron en su objetivo a la Palmera de Colón. Como curiosidad añadida apuntamos el hecho de que la imagen mas editada en la historia de las postales onubenses hasta 1940 contiene a la célebre Palmera, extendiendo por tanto la imagen de la misma mucho más allá de nuestras fronteras.