Señores Socios

Casino de El Rosal. Foto de Fotoespacios.

(Las imágenes y el texto de este artículo, no corresponden a los contenidos del libro «Casinos de Huelva»)

 

Miguel Mojarro y Salomé de Miguel

Festival de Punta Canela
Casino de El Rosal. Foto de Fotoespacios.
Casino de El Rosal. Foto de Fotoespacios.

En aquellos tiempos en los que las ciudades tenían dos partes, intramuros y extramuros, los hombres utilizaban el tiempo de asueto (Las mujeres no tenían asueto en esos tiempos) en buscar a los amigos y sentarse en los poyetes de las plazas a charlar y «verlas venir». Por eso «verlas venir» es cosa de siempre.

Otros, los más competitivos, en el suelo bajo los arquillos, a jugar a los dados o a lo que sea. El caso era jugar.


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Los que no se conformaban con eso, a extramuros, al otro lado de la muralla, donde se nos vea poco, para sacar la bota y descansar de la dura jornada en el campo o el taller, bajo el regocijo de un trago (O los que se tercien), de un vino de la tierra, que cada día aportaba uno de los contertulios. Que para eso tenían cepas en sus tierras. O en las del «señor» al que servían.

El juego en los pórticos románicos. Foto de Arteguias.
El juego en los pórticos románicos. Foto de Arteguias.

Con el tiempo, ese vino se multiplicó en diversas formas de evasión espiritual, para dar paso a aguardientes, cafés,… El caso es beber líquidos que nos aviven el sentimiento de placer y adormezca el de cansancio. Aunque sea en posturas incómodas y al frio de los exteriores de la muralla.

Plazuelas, pórticos de iglesias, mentideros de grandes ciudades, bares incómodos, … Cualquier sitio era bueno para satisfacer las tres grandes tentaciones de los hombres: Beber, jugar y charlar.

Y esa cuarta no confesada por nadie, pero que es la que aglutina a las otras tres: Estar.

Y así recorrimos la Historia y llegamos a ese magnífico siglo XIX, en el que la sociedad europea despertó de un largo periodo de resignación e inventó el logro social más importante de todos los tiempos: Los Casinos.

Por fin, los tres pecados podrían ser satisfechos en sitio discreto, sin inclemencias climáticas y rodeados de un entorno atractivo. Por fin, pensamientos de toda índole podían sentarse a la misma mesa a batallar con el arma inofensiva de unas fichas. Por fin, la Cultura tenía casa propia, en lugares donde no había más que trabajo, miseria y cansancio, pero no ateneos.

Nerva Circulo Mercantil. Foto de Fotoespacios.
Nerva Círculo Mercantil. Foto de Fotoespacios.

Señores Socios: Nunca ha habido en la historia de la humanidad un templo así de los pecados de los hombres, en el que se pudiera estar sin ser furtivos ni indeseables.

Señores socios: Esto es lo que nuestros padres y abuelos (No más allá) construyeron en días de convulsiones y evoluciones sociales que propiciaron el parto. Ellos lo parieron, para no tener que sufrir la frustración de «no tener dónde ir», como me dijo una vez mi amigo Genaro, un socio que ya no está, de un casino que ya no existe.

Señores Socios: O mejor, señores herederos. Porque eso es lo que somos, herederos de un patrimonio por el que no hemos pagado arancel ni inversión. Patrimonio que se nos ha dado graciosamente, solo por el hecho de haber nacido en familia casinera, en la que nuestro padre siguió la trayectoria del suyo, para dejarnos un carnet que nos permitía tener un sitio al que ir a pecar y un prestigio social que nos hacía respetables en la localidad y sus alrededores.

Cortegana Gran Casino. Foto de Fotoespacios.
Cortegana Gran Casino. Foto de Fotoespacios.

Ahora que no nos oye nadie, hay que dejar claro que esto es nuestro, que nadie nos lo ha regalado por efecto de influencias ni por mal uso de los poderes. Es nuestro por herencia legítima y porque pagamos nuestra cuota mensual para mantenimiento de lo que crearon nuestros abuelos.

Pero lo mantenemos nosotros, con nuestra pequeña o gran  aportación para que los muros no se caigan, los zócalos estén atractivos, las mesas tengan cisco o brasas para calentarnos, en el bar haya aguardiente y café, la luz se encienda para que veamos bien las cartas sobre el tapete y las bolas marfileñas sean un espectáculo para los mirones.

Todo esto es nuestro. Legítimo y legal. Por derecho y con papeles. Desde siempre en la mejor plaza o en la calle de más tronío. Mirando de frente al Ayuntamiento o controlando de soslayo al poder eclesiástico.

Distinto y diferente, pero nuestro. No hay sitio o lugar en el mapa, que pueda disfrutar de algo tan genuinamente humano como un casino. Solamente los que tenemos uno en nuestro pueblo, porque los de las capitales son otra cosa. Son los casinos de los pueblos la única entidad social que puede poner en su carnet de legalidad la palabra Casino, como sinónimo de cultura, placer e integración.

Señores Socios: Que nadie trate de ocupar nuestro lugar en los sillones ni en los papeles. Porque esto es nuestro. Con todo lo que esto significa. Con las medallas y las servidumbres. Con los atractivos y los sacrificios. Ningún pecado se nos permite sin la debida penitencia (Esto es el origen de algunos aspectos de la liturgia).

La Dehesa-Riotinto. Foto de Fotoespacios.
La Dehesa-Riotinto. Foto de Fotoespacios.

Jugar, beber y charlar. Y todo esto, propiedad de un colectivo, gestionado por un grupo de directivos, a cuyo frente hay un presidente, voluntario o empujado. De ellos depende la buena (O mala) marcha de la entidad. Hay que pedirles atención a su turno. Legítimo y lógico.

Pero, señores Socios, una directiva no es un grupo de sacrificados a los que podamos exigir, poner trabas, meter un dedo en el ojo y censurar errores. Una directiva es un equipo, puesto por nosotros en votaciones libres, que han asumido un sacrificio temporal para gestionar «nuestro» patrimonio.

Y por esa categoría de «nuestro», no tiene el socio derecho de pernada (Entiéndase como se quiera) con los directivos, ni de inhibición antes los avatares de la entidad. Podemos no estar de acuerdo con su gestión, pero para eso están las próximas elecciones de cargos. Para cambiarlos.

Podemos tener ideas mejores que las de ellos, pero la solución es muy fácil: Presentémonos a formar parte de la próxima directiva. Podemos … Podemos tener muchas y diversas actitudes ante su gestión, pero eso no afecta a nuestra condición de  dueños y, por lo tanto, responsables de cuanto ocurra en nuestros surcos.

Un directivo no es un señor que lucha contra los socios, sino que gestiona lo de éstos. Un directivo no es un enemigo al que hay que derribar, sino apoyar en su labor, que es nuestra.

Un directivo no es una rueda a la que hay que poner trancas entre los ejes ni arena bajo su llanta de hierro. Todo cuanto hagamos en este sentido, es acelerar la muerte de nuestro casino.

Nerva Casino del Centro-Uno de sus muchos cuadros.
Nerva Casino del Centro-Uno de sus muchos cuadros.

El directivo debe asumir con honestidad la tarea que ha aceptado con su cargo. Cierto y razonable. Pero un socio no debe olvidar que el barco es suyo. Cuanto haga por ayudar, será bueno para él. Todo lo que haga por fastidiar al directivo, es malo para lo propio.

Directivo, a tus tareas, que para eso has aceptado lo que no era obligatorio. Socio, a lo tuyo, que es ser dueño responsable, en lo bueno y en lo malo.

Un socio tiene el derecho de entrar en el casino buscando un lugar en el que pecar «honestamente». Y salir con la satisfacción de tener el privilegio de un templo del placer propio.

Recordando lo dicho por un amigo nuestro del otro lado del gran río: «No exijas lo que el casino hace por ti. Pregúntate qué puedes hacer tú por el Casino».

Un casino es lo que los socios permitan. Pero también es lo que los socios no son capaces de proteger. Protestar es fácil, pero ayudar o colaborar es un sacrificio al que no siempre estamos dispuestos.

Y, el que no quiera aportar algo, al menos que no ponga arena bajo las llantas.

Como socios, la primera obligación es colaborar, construir, proteger su casino.

Como dueño, su obligación es ser fiel a su condición de heredero y mejorar la hacienda para quien la herede. En este caso, la hacienda es un patrimonio cultural único. Irreemplazable. Insustituible.

Pero nuestros hijos son «ellos», no una copia de nosotros. Por eso hay que dejarles una herencia patrimonial acorde con la realidad social que «ellos» van a tener cuando nosotros no estemos. Será «su casino».

Grupo Azoteas
www.azoteas.es
654.84.60.94
[email protected]

 


Puerto de Huelva

2 comentarios en «Señores Socios»

  1. Con razonamientos como estos no hay excusas posibles para optar por la dirección apropiada. Esperemos que el pueblo responda y sepa valorar su patrimonio, su cultura y su ocio.

    1. Esa es la clave, amigo Benito: Valorar el propio patrimonio, la cultura local y el ocio de los que vienen detrás. Incuso el propio, de aquí a pocos años. Ceguera se llama imagen.
      Gracias por tus opinones solventes.

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