Juan García Ruiz. Llegar tarde a clase y perder el autobús no le gusta a nadie, pero hay muchas maneras de abordar este tipo de situaciones. Heider fue el primer psicólogo que, desde la psicología social, estudió la forma en que interpretamos la realidad con su conocida Teoría de la atribución. Esta teoría distingue entre diferentes estilos atribucionales, que dependen de la manera en que analizamos los hechos. Se basa en tres criterios: locus, estabilidad y control.
Cuando hablamos de locus, nos referimos a la localización del hecho: ¿se debe a factores personales o situacionales? Esto, que en principio puede parecernos simple, puede tener repercusiones sobre nuestro estado emocional y nuestra autoestima. En efecto, cuando atribuimos un éxito al resultado de nuestra acción sobre el medio, nos contentamos y estamos motivados. Por el contrario, cuando atribuimos un fracaso a nuestras propias acciones y no a causas externas, nos entristecemos, nos decepcionamos y nos desmotivamos. Digamos que ante un mismo hecho, como puede ser suspender un examen, tenemos dos opciones: mantenernos en nuestras trece, confiando en nosotros mismos y en nuestra capacidad, atribuyendo ese suspenso a que el examen resultó algo complejo y precisamente esa asignatura no nos gusta demasiado, o bien pensar que hemos suspendido porque somos tontos, porque no podemos, porque es demasiado difícil para nosotros. Pero pensar en negativo solo sirve para seguir pensando en negativo. Si no encendemos la luz, continuaremos viendo oscuridad.
En lo que concierne a la estabilidad, se trata de un factor también subjetivo, pero más fácil de analizar correctamente. Cuando reflexionamos acerca de la estabilidad de un hecho, tenemos que preguntarnos cuán a menudo se da. Preguntarnos si se trata de un hecho repetitivo o puntual. En el caso del suspenso, podemos hacer balance de nuestra trayectoria académica, o para ser más exactos consultar resultados anteriores. ¿Se trata de un hecho extraño este suspenso, o se trata de uno más para la colección? Hay muchas variables interactuando que pueden explicar un resultado negativo aislado (malestar físico o psicológico en el momento del examen, problemas personales que hayan podido afectar a la concentración de las últimas semanas, desinterés por ese tema en concreto…) y no tenemos que atribuirlo todo a nuestra capacidad o nuestra inteligencia.
Por último nos encontramos ante un factor de nuevo subjetivo y de gran peso en la Teoría de la atribución. El control puede ser determinante a la hora de percibir un hecho negativo de forma frustrante o percibir este mismo hecho de buen talante. Manteniendo el ejemplo del examen, podemos atribuir el suspenso a que no hemos estudiado (un hecho que no se escapa de nuestro control, que depende de nuestro rendimiento, que podemos cambiar) o a nuestra mala suerte (nos sentimos impotentes, sentimos que el peso de la rueda de la fortuna es mucho mayor que el de nuestras acciones, y por tanto nos rendimos). También es importante el control en un hecho positivo. No es lo mismo atribuir un sobresaliente a nuestro esfuerzo realizado que atribuirlo a la escasa dificultad del examen. El hecho de que un hecho positivo sea controlable tiene un efecto sobre nosotros de recompensa.
La atribución explica la importancia del proceso cognitivo que analiza la realidad: las razones que asociemos a los hechos desataran emociones positivas o negativas. Y nuestro rendimiento futuro y nuestra motivación dependerán, por tanto, de este análisis situacional.