Juan Carlos Jara. Ismael Serrano, el cantautor madrileño, cuenta que su hermano Daniel siempre ha defendido que “envejecer con dignidad está sobrevalorado”. Y es muy posible que lleve razón, al menos en aquellos casos en los que envejecer supone alejarse, sin un motivo contundente, de personas y de vivencias que amamos. Llegamos a una edad en la que parecen quedar prohibidas muchas de aquellas cosas que nos hicieron felices e incluso muchas de las compañías que nos hicieron disfrutar. La charla sosegada con el amigo, el retorno de confidencias y confesiones inconfesables o la francachela bien entendida deberían permanecer siempre en nuestra vida habitual y no separarse definitivamente de nosotros, como ocurre en demasiados casos. Reivindico un espacio para esos amigotes que siempre vuelven a ser amigos cuando el destino nos acerca y que nunca deberían desaparecer de nuestras vidas, por mucho que haya quien no comprenda cuánto significaron y cuánto siguen significando para nosotros.
La francachela, con los amigos de siempre, nos llena de alegría, de cariño y de anécdotas compartidas durante aquellos años que también fueron felices. Al calor de una mesa o en la agradable rebujina aparentemente improvisada, junto a quienes nunca debieron estar tan lejos, recuperamos la eterna inocencia y el gozo de unir lo mejor de nuestro pasado y nuestro más hermoso presente, ése que vivimos junto a quienes ahora ocupan el espacio más grande de nuestro corazón.
Ocurre que a veces, con el paso de los años, muchas de las mejores amistades de la vida se alejan de cada uno de nosotros y apenas vuelven a aparecer. Por dejadez, por pereza o incluso por impulso de las nuevas compañías, no son pocas las personas que pierden a sus amigos y las charlas llenas de complicidad que ellos implicaban, descartándolos incluso como amigotes y transformando un sentido abrazo y una hermosa carcajada en un adiós ocasional, tímido y con prisas entre la multitud, ante una poco atractiva mirada de advertencia.
Envejecer con dignidad tiene su valor pero no es algo que pretenda poner por encima de las cosas más importantes de mi vida. Esa mujer inigualable que me acompaña en mi camino, esa pequeña jovencita de dulce sonrisa que llena todos mis momentos y la incipiente alegría que se atisba en una barriguita pronunciada forman parte inseparable de una vida que construyo día a día con felicidad y con toda la dignidad posible, pero sin desprenderme de ningún pedacito de ese pasado que labró, también con grandes dosis de felicidad, el maravilloso presente.