Antonio José Martínez Navarro. Durante más de un siglo y cuarto permanece esa admirable fuente de la llamada Casa Colón, erigida por la fastuosidad elegante de don Guillermo Sundheim; una fuente soberbia merecedora de ditirambos de poetas. Al fijar su residencia en nuestra ciudad, el ilustre alemán quiso que su ciudad de adopción fuese visitada por la flor y nata de la sociedad española al conjuro maravilloso de las playas de Torre Umbría y sus célebres baños de mar y se alojaran en la más bella construcción hotelera de Europa en su tiempo.
Los trabajos del Hotel Colón fueron comenzados bajo el impulso de don Guillermo en 1881, quien halló un entusiasta ejecutor de su iniciativa en el competente arquitecto don José Pérez Santamaría, el cual contó con don Andrés Mora como ayudante de construcción. Un no menos célebre jardinero alemán de la Escuela Real de Agricultura de Gaisenheim realizó los jardines, adecuados para la práctica del cricket y bolos. Como tales, además de por su belleza, destacaron por su exotismo, con un sesenta por ciento de las plantas procedentes de Australia. E. Sánchez Gullón en su estudio titulado “Aproximación al paisajismo y jardinería inglesa en Huelva”, vincula estos jardines al estilo afrancesado, conforme con la influencia centroeuropea de la época. En el elemento vegetal utilizado de su jardinería –describe- sobresalen palmeras (Washingtoniana filifera, Washingtonniana robusta, Livistonia chinensis, Trachycarpus fortune, Phoenix dactilyfera, Phoenix canariensis), dragos (Dracanea drago), mandarina (Citrus reticulata), casuarinas (casuarina, equisetifolia) árbol de Júpiter (Lagerstroemia indica), yucas (Yucca gloriosa), hiedra (Hedera sp.), etcétera».
La marmórea fuente que nos ocupa fue ideada por don José Pérez Santamaría y se adhiere al jardín que tiene alrededor con el que forma un sugestivo conjunto. Este patio ajardinado tenía y tiene una paz encantadora. Deslizaba su vida en permanente silencio, casi en ofrenda mística, los primeros y adinerados clientes del hotel. A partir de 1896 disfrutarían de él, complacidos, los empleados británicos de la todopoderosa Compañía minera londinense y, desde que lo recuperó para la ciudad el alcalde Juan Ceada, los funcionarios que trabajan en sus distintos pabellones, un continuo y abigarrado ejército de turistas, los espectadores que van camino de presenciar un espectáculo en el cercano Palacio de Congresos y los alumnos de numerosas escuelas que dan rienda suelta a su felicidad y gozan la sublimidad del patio con sus continuas risas cristalinas.
La descripción de la fuente podría ser la siguiente, el primer plato o la base de la misma está ocupado por cuatro deformes cetáceos alados con descomunales y terroríficas cabezas donde una amplia boca amenazan con dentelladas.
En el invierno y en los días de lluvia, cuando nuestra ciudad pierde su cielo azul y los agentes meteorológicos lo sustituyen por otro de color plomizo, los peces de esta fuente dan la sensación de seres atormentados por su culpa que estuvieran condenados a despedir chorros de agua desde sus bocas infernales. En los días de verano estas figuras parecen retar a los que a ellas se aproximan; lo miran todo y de todo se mofan con ostensible sarcasmo. De noche la expresión de las figuras, bajo la sombra que invade el patio, es de extrema violencia adquiriendo, en ocasiones, facciones humanas. Buen acierto tuvo Pérez Santamaría en elegir estos bellos motivos artísticos deformes.
Estos cuatro peces apoyan sus colas en una artística columna donde se siluetean pequeñas columnas de orden clásico heleno y sustenta un plato sobre el que se observan, en discontinua disposición, varias hojas de vegetal. En la parte central y junto a la columna que sostiene el techo de la fuente, cuatro aves mitológicas la contornean. El conjunto histórico queda rematado por un plato que continuamente es visitado por los numerosos pájaros que pueblan los árboles de su entorno. De este cuerpo de la fuente emergen flecos de agua que le dan belleza y animación al conjunto.
La bella fuente está inmersa en un estanque que recibe el agua de varios surtidores de su frontis. En definitiva, espléndida fuente donde los artistas decimonónicos nos conceden una muestra de su gran categoría. A lo largo de este siglo y cuarto siempre hubo alguien que bebiera o se refrescara con sus aguas; siempre hubo chicuelos, ingleses y españoles que jugaran en sus primera taza; entre éstos últimos citemos a José Antonio Mancheño Jiménez, hombre muy amante de Huelva y sus tradiciones, que tenía amistad con los niños británicos, y que echaba su barquito de corcho a la fuente para que navegara por sus cristalinas aguas; siempre hubo quien se alegrara y familiarizara con su agua saltarina y riente.