Ramón Llanes. Las antiguas rutas ferroviarias que inundaron los campos de El Andévalo durante un siglo comenzaron a ser causas de olvido, aniquilamiento y rapiña cuando el fulgor de las minas pasó también a la absoluta soledad y casi a un desprecio inusitado, como si no hubiera tenido su importancia en tiempos de realce y prosperidad o como si las bien entramadas vías estorbaran al suelo. Desaparecieron todas, ni rastro de un raíl, solo el signo de un abandono admitido se vislumbra, sin importar el esfuerzo que los hombres dedicaron ni la necesidad de su conservación.
Perdido su valor en el tiempo, queda un pequeño resquicio en el afable paisaje, que los ojos más sensibles han tratado con un pasional respeto hasta enfrascarse en un proyecto de recuperación para vía verde de aquel camino que desde La Zarza llegara al río Odiel tras atravesar Tharsis, Alosno, San Bartolomé, Fuentesalada y Corrales, desembocar en la margen derecha del estuario y llenar barcos de pirita hacia todos los continentes. Los ojos son hombres sabios que aman de lo natural y se empeñan en hacer de una vieja senda de hierro un nuevo sendero de paseo. Estos hombres han puesto sus despiertas ideas en la búsqueda de una fresca armonía que permita un disfrute mayor de la belleza, en tales lares andevaleños. Siempre fue la mar quien esperó y así seguirá siendo para bien de la aventura y para bien del espíritu.
Entrar en soleadas greñas y escuchar las libertades del silencio son quizá privilegios para pocos que ahora, a través de esta ilusión, se quieren proporcionar a muchos desde una apuesta colectiva de seres humanos con cualidad para entender esta complicidad necesaria con la naturaleza. Serán mínimas las ayudas oficiales pero extensas las personales, a las cuales nos unimos como obligados cuidadores de los espacios dignos que la historia nos pone en las manos. Conviértase el proyecto en la completa realidad deseada, para bien de todos y del entorno, para deleite de los amantes a tan perfectos regalos.
