Ángel Custodio Rebollo. Cuando finalizó la guerra civil, España vivió una época de postguerra en la que nos vimos privados de todo, no solo en el orden económico, sino en algo que hoy en día la juventud no comprendería.
Se creó un departamento de orientación cinematográfica en el Ministerio de Cultura, para dirigir lo que podíamos ver y escuchar en el cine. Antes de publicar un libro o una noticia en un periódico, también tenía que pasar por esta censura.
A las películas, para que no “cometiéramos pecado”, les cambiaban los títulos, suprimían escenas y a veces alteraban la traducción de los diálogos. Por ejemplo, en la película “Mogambo”, los censores se lucieron, pues para evitar un adulterio, convirtieron el argumento de la cinta en un incesto.
Recuerdo que íbamos a ver las películas de una actriz francesa llamada Maria Montez, porque en todas estaba con unos pantaloncitos o faldas muy cortos y “pecábamos”viendo sus piernas que eran bastante lindas”, sin embargo las películas eran por lo general de segundo orden. .
Cuando llegó “Gilda” a nuestros cines, las campañas que le hicieron para que no fuéramos a verla fue feroz, y actualmente la escena del “Amado mio”, en que se insinúa Rita Haywork quitándose el guante, nos causa hasta risa.
Había unos censores muy “mojigatos” que se preocupaban de tantas pequeñeces, que se les escapaban las grandes. Cuando se estrenó “la máscara de hierro”, una película que era un plastón, el cine estaba lleno, porque en una escena en la que durante uno o dos minutos, había una señora amarrada a un poste, “con una teta fuera”.
Teníamos tal obsesión por la censura, que se decía que las hormigas de “Cuando ruge la marabunta”, no eran hormigas, sino señoras con poca ropa, y había quien hasta se lo creía.
El negocio lo hacían en Perpignan, porque como en Francia eran más normales, proyectaban todo tipo de películas, y se hacían viajes colectivos como los del Inserso, al País vecino para ver las películas sin censura.
La censura llegaba hasta el cine propio, pues en los filmes españoles en los que se veía un par de muslos o los senos, se hacían dos versiones, una para España y los sufridores españoles y otra para el extranjero.
Pero aquí se pasó de “juanazo” a “ juanillo”, sin pasar por “juan”, y cuando llegó lo que llamaron la democracia, nos desquitamos y quedamos tan “hartos”, que ahora, a veces, añoramos la censura.