Miguel Mojarro.
Voy a decir una barbaridad: Tras las modificaciones sociales del Siglo de las Luces (XVIII) y el salto económico-laboral del Siglo de las Ciencias (XIX), los Casinos son el logro más importante de la sociedad humana (Hay otras sociedades que no son humanas), desde la perspectiva de la felicidad buscada y nunca «agarrada».
Todo esto requiere una explicación … (Como el Sr. Alcalde de Guadalix, aquel pueblecito berlanguiano …).
El hombre es un ser social desde que se percató de que había más a su alrededor. A partir de ese momento, descubrió también que cada uno es como es, pero que hay que arrimar el hombro en aras del beneficio común: El Trabajo.
Al mismo tiempo, percibió que lo que realmente le gustaba era pasarlo bien y estar a gusto. Lógico, pero no siempre al alcance de la mano. Pero ya quedó escrito en la agenda diaria que cada uno tiene en su mente: Las tareas deseadas.
Y en aquellos años de la segunda mitad del siglo XIX, grupos de hombres, mediterráneos, claro, llegaron a la conclusión de que algo había que hacer. Y como estos grupos sociales eran pudientes, crearon el objeto adecuado para satisfacer tal necesidad de placer en el ocio o de ocio placentero, como se desee.
Surgen así los Casinos, buscados durante siglos y sustituidos por subterfugios más o menos afortunados: Plazuelas, ágoras, esquinas, ventas, salones de casas bien, aceras anchas en el Sur y hasta corrales de animales en las casas de La Mancha. Hasta que estos hombres del XIX, lúcidos ellos y acomodados, iniciaron la larga marcha hacia la conquista de la «independencia masculina», algo que les protegiera de trabajo, obligaciones y demás obstáculos a las ansias de placer sin mácula propia del ser humano.
Casinos, sitios en los que los hombres se libran de todo, menos de sus propias miserias. Una de éstas, el sectarismo, se manifiesta claramente en los casinos, generando divisiones por motivos de estatus social y de privilegios de fortuna. Como en todas partes, ricos y pobres, propietarios y asalariados, pudientes y los otros, se diferencian pronto en los salones y en las mesas de tapete verde.
Surgen así los llamados «casinos de ricos» y «casinos de pobres», que no es más que una simplificación poco afortunada de clasificación. No son pobres o ricos, sino pertenecientes a sectores sociales con más o menos prestigio, según el baremo que en cada momento y lugar impere.
Casinos que en sus preferencias están la estética interior o la vitalidad de la acera. No en todos los casos, pero sí son estos los aspectos preferidos por ambos tipos de Casinos.
Sea como sea, el caso es que los casinos de pudientes y los menos pudientes, han marcado la diferencia social en las localidades de nuestro Sur en las que había dos casinos, como solía ser. Aunque ya no es tal la realidad, porque o se han fusionado o sobrevive solamente uno de ellos. Salvo algunas excepciones, en las que se mantiene la presencia de ambas categorías.
Alosno, Cortegana, Bonares, Bollulos del Condado,… son algunos ejemplos de lugares en los que se mantiene la dualidad, pero no en todos los casos con el carácter sectorial que en tiempos hubo. Lo normal en estos tiempos, es que un sólo Casino tenga tal condición en cada localidad.
Pero en todos los lugares, desde ese magnífico siglo XIX, en sus décadas finales, los Casinos se veían habitados por gente de todo tipo y condición, cada uno en su lugar, pero en sociedad heterogénea y diversa, que no es lo mismo. Pero los casinos, de ricos o de pobres, también los que no tenían esta característica, han echado de menos a personas o personajes de algunos sectores sociales o laborales. Por ejemplo, las fuerzas vivas de los pueblos no han sido habituales de los salones, salvo excepciones, como el caso de Alosno, en el que un cura está escrito en los orígenes y los días de dos casinos bien diferentes. Pero estos casos se cuentan con los dedos de una mano, sobre todo en lugares en los que el clasismo marcaba la pauta de los comportamientos.
Hay una salvedad: Los Maestros. Son esa parte de las fuerzas vivas de los pueblos (Aunque no hayan sido pudientes), que han estado siempre (No solamente en tiempos pasados) nadando en aguas mezcladas y caminado por caminos con aceras enfrentadas.
Los maestros, personajes económicamente débiles por tradición (No lo ordena la Constitución) y culturalmente superiores por méritos propios (Sí lo acredita su título), han establecido la diferencia entre ser y estar. Frente a «ser de un casino», ellos han permanecido al margen de la dicotomía y han sido de ambos. O del único que había. Pero del Casino.
Su forma ha sido sencilla, como todo lo que se hace bien: «Estando» en ambos salones con la misma naturalidad y sentándose en todas las mesas de tapete verde a jugarse el café con quien se terciara. Yo he visto a Maestros jugar al dominó contra el veterinario y un comerciante, teniendo como compañero de fichas a uno de los trabajadores de tal comercio. He visto formar pareja de juego a un Maestro con un minero, con el rico bodeguero, con un empleado municipal y con su vecino en paro. O en el billar, donde muchos Maestros han aprendido de los que fueron sus alumnos en el aula.
Nunca un jugador se ha sentido discriminado por jugar al dominó o al billar con o contra un Maestro. Su presencia en los Casinos ha sido en todos los casos sinónimo de pertenencia al grupo, de equilibrio social, de prestigio que no mancha, de «gente de fiar», como decían los diteros en aquellos años cuarenta.
En muchos Casinos la presencia del Maestro ha significado (Que no es lo mismo que percibido) ese elemento aglutinante que ha difuminado el clasismo en los salones. Solvencia profesional, domino cultural y cercanía económica a los no pudientes, han sido los avales de la figura del Maestro, para que en los Casinos su presencia haya sido habitual y aceptada sin recelos. Muy al contrario, creo que en ningún sitio ha existido un personaje de eso que se dio en llamar las «fuerzas vivas», que haya tenido tal aceptación en lugares de ocio como los Casinos.
Pero lo más importante de su presencia en los salones, es el papel jugado en aras de una armonización social, que no siempre ha sido fácil. Si no hubiera sido por su «estar» sin «ser», los Casinos no habrían salvado ese rubicón del clasismo (Dar un paso adelante sin poder regresar) de manera tan eficaz y segura. Tal vez los Casinos habrían tomado otra deriva, más cercana a la diferenciación, como las peñas, que los hubiera alejado de su gran privilegio: Ser lugares sociales heterogéneos en donde la sociedad está ampliamente representada en todos sus sectores y con todos sus defectos. Y con sus virtudes, que también las hay. Aquello que dijimos un día de la «entropía» social, en uno de nuestros artículos en este medio (Lo de la mezcla que enriquece y la variedad que pinta de diversidad estética).
Los Maestros daban valor a los Casinos populares y armonizaban las relaciones en los casinos de pudientes. Es el papel regulador que ninguna otra figura ha podido aportar a los Casinos.
Hay recuerdos que merecen ser compartidos. Durante unos años, en tiempos que ya no están aquí (Los tiempos también «están» o no), había un pueblecito en el que un Maestro, Don Manuel, era la única «fuerza viva» existente. Él ponía las inyecciones, ayudaba al Alcalde a redactar un escrito, le decía a José cómo hacer su casa, acompañaba al cura en los líos de las Cruces de Mayo, contaba cuentos a los niños por la noche en verano sentados a la puerta de su casa, … y daba clases a todos los alumnos del pueblo, que para eso era el único Maestro que había. Y que hubo durante muchos años. Don Manuel, el único «Don» que había en el pueblo y el único que hubo durante mucho tiempo.
Cuando terminaba las clases, allá por las cinco de la tarde, Don Manuel se despedía del trabajo, se cambiaba de indumentaria tras lavarse de la tiza y demás, se ponía la parte superior de un pijama de los de antes, de esos de rayas verdes verticales, subía calle arriba y se sentaba con los amigos en una mesa del «Casino de Bautista» para jugar una partida de dominó, mientras una palomita y el café eran el botín en juego.
Creo que era el único pijama que había en el pueblo, pero se convirtió en seña de identidad de un Maestro que era institución para todo en el lugar. Era el único pijama en el Casino aquel, en el que lo he visto jugar al dominó con el alcalde, con un vecino labrador, con el que llevaba las cabras al campo todos los días, con el único administrativo del Ayuntamiento, con el cartero, con aquel que iba cada día a la mina a trabajar en el tren de Jaramar, … .
Ha habido muchos Don Manuel en los Casinos de los pueblos del Sur. Maestros que en sus partidas aglutinaban el interés de cualquiera y que vestían los salones con el color de su saber «estar», sin tener que «ser» de una determinada estirpe o condición social.
Hay Casinos que deben parte de su realidad positiva a la existencia en su seno de Maestros que han sabido aportar ser aglutinante de dispersiones no deseables. Hay Casinos que conservan hoy en sus listas los nombres de Maestros que recogen el testigo de aquellos que trabajaron en aras de una armonización social, sin necesidad de que nadie renunciara a sus privilegios o condiciones. Son ejemplo los Casinos de Cortegana, La Palma del Condado, Villanueva de los Castillejos, … .
Allí donde lo normal ha sido la tendencia a estar con los iguales, los Maestros han dado el ejemplo de saber «estar», reclamando el derecho a armonizar prestigio y cultura, humildad y calidad, en sitios en los que ningún otro sector de las llamadas «Fuerzas vivas» ha dado un paso adelante. Los Maestros, sí.
Los Maestros han estado en los «Casinos de Ricos» y en los «Casinos de Pobres», dando ejemplo de lo que debe ser un Casino: La casa de una sociedad que supo crear «su lugar», cuando los siglos XVIII y XIX habían hecho su trabajo.
En las tertulias, habituales actividades en el asueto casinero, los Maestros han estado con el ejemplo de su saber estar, poniendo su granito de arena a la evolución cultural de los Casinos. Con los pudientes y entre los que no lo son. Pero con la aportación valiosa de su presencia en la armonía social de los salones.
Los Casinos, como templos de la libertad en la diversidad. Los Maestros, como oscuros catalizadores de esa creación.
Ya va siendo hora de que alguien «dé la luz», como decimos en el Sur…
2 comentarios en «Casinos y Maestros»
Cuando un sociólogo de reconocido prestigio como D. Miguel, inicia su escrito con un “Voy a decir una barbaridad”, es que está muy seguro de que todo lo que diga es de “fuentes bien informadas”, por lo que opinar se nos hace más difícil, pero lo intentaremos.
Según un diccionario, por Maestro se entiende la “persona que se dedica a la enseñanza y que tiene título para ello, especialmente la que enseña en la escuela primaria” y lo diferencia del profesor que es un “ docente o enseñante, que se dedica profesionalmente a la enseñanza, bien con carácter general, bien especializado en una determinada área de conocimiento, asignatura, disciplina académica, ciencia o arte”. Es evidente que en el siglo XIX y primeros del XX había más maestros que profesores
Dicho esto, me situó en que los maestros eran los transmisores del conocimiento es las zonas rurales del siglo pasado y por tanto, de los pocos miembros de la sociedad local que, junto al cura, tenían un nivel cultural y capacidad de razonamiento para comprender y saber callar las “miserias” que veían y escuchaban, pues de la época en la que la escuela y los maestros “estaban llamados a garantizar el futuro del régimen republicano en España” a través de la Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza (FETE), entre otras, se pasó, por arte de la “guerra civil”, al decreto de 6 de julio de 1940 en el que Franco nombra, “maestros propietarios” de escuela a cerca de 2.000 oficiales del ejército franquista, con el objetivo garantizar es nuevo “Orden del Espíritu Nacional.
Algunos maestros se hicieron guerrilleros, otros se exiliaron y más de 60.000 fueron “examinados ideológicamente” durante los primeros años de dictadura. Yo supongo que los maestros que frecuentaban los casinos de Huelva y especialmente de sus zonas mineras, tuvieron que aprender a enseñar de otra manera, quizás de ahí que unos visitaran mas los casinos de los “ricos” y otros el de los “pobres”. Cosas de la “porca” ideología que somete voluntades.
En cualquier caso, seguro que, como dice D. Miguel, los maestros contribuyeron “poniendo su granito de arena a la evolución cultural de los Casinos. Con los pudientes y entre los que no lo son. Pero con la aportación valiosa de su presencia en la armonía social de los salones”.
Siempre es motivador y algo retador el comentario de D. Benito de la Morena, que se ha convertido en una curiosa circunstancia: Si los artículos sobre casinos despiertan cierto atractivo entre los lectores de HBN (Ojalá esto sea así), las aportaciones del Sr. de la Morena producen el mismo efecto en los autores de tales artículos.
Atractivo y agradecimiento unidos hacia estos comentarios de D. Benito, porque son gratos por lo de motivadores y atractivos por su calidad y su coherencia. Cada semana, los lectores de Azoteas buscan (Los que lo busquen) nuestro artículo sobre ese hecho admirable de nuestra riqueza antropológica que son los casinos. Y, cada semana, en Azoteas esperamos con curiosidad y una cierta expectativa los comentarios de D. Benito de la Morena. Es un hecho curioso, que aporta datos interesantes a una lectura sociológica de esta circunstancia. Pero eso otro día …
Hoy es importante acotar algunas de las sugerencias de nuestro amigo de la Morena sobre los Maestros en los casinos. No solamente en el periodo republicano y el posterior franquista, sino que en la actualidad hay numerosos ejemplos de la presencia activa, influyente y armonizadora de los Maestros en nuestros salones.
Pero en aquellos años de la primera mitad del XX, los Maestros, desde su atalaya de «miradores» de la realidzd social, adoptaron (Salvo excepciones, claro) el papel de colaboradores en el ocio, partícipes de unos procesos de relajación social y de «rellenadores» de huecos sociales, que hacían mucho daño en las localidades del Sur.
Desde sus aulas de cultura (Tiza incluida) y desde sus posiciones políticas varias, desde sus relaciones con las fuerzas vivas de cada pueblo, desde sus actividades en la Sociedad Española de Amigos del País, desde su encuadre en aquella generación magnífica del Plan Profesional, desde el sacrificio de tener que «hacer de todo» en aquellos pueblos en los que no había de nada, … , desde los Casinos, aquellos Maestros fueron y son baluarte de la cultura popular, fuente del conocimiento objetivo y armonizadores de las tiranteces que parecen innatas en toda sociedad que se precie. Las humanas, claro.
Gracias, Benito de la Morena. Por lo que dices y por cómo lo dices.
Por cierto, ¿Hay más «Benito de la Morena» por estos pagos? Sería bueno que afloraran para enriquecer la atmósfera. La atmósfera cultural, claro. La otra, la que nos envuelve, ya la tenemos bastante deteriorada.