Reflexiones taurinas en recuerdo de El Potita

Fuerza ChanoFuerza ChanoFuerza ChanoFuerza ChanoEduardo Rojas. De manos de Pepe Esperón, buen amigo y exnovillero onubense del barrio del matadero, años 1950-60, llegó a nuestro poder  una valiosa documentación taurina, cedida ésta a su vez por la señora doña Rosa Maria Gago, viuda de Antonio Duarte «El Potita», excelente banderillero gaditano, que estuvo bajo las ordenes de grandes maestros del toreo, entre ellos Antonio Bienvenida, Antonio Ordóñez, El Cordobés, Juan Antonio Romero, además de varias temporadas alternando en las cuadrillas de Curro Romero, Carlos Corbacho, José Fuentes, Miguelín, Paquirri, Pepe Luis Vázquez, Palomo Linares, con los cuales viajó y actuó en tardes triunfales por plazas de America del Sur (Perú, Colombia y Venezuela) participando gratuitamente en festivales benéficos en favor de compañeros y asociaciones caritativas que no relacionamos dado que abarcaria un espacio del que no disponemos en este breve anecdotario del historial artístico profesional del célebre banderillero, perteneciente a la fecunda dinastía torera de los Duarte Potas.

Su esposa, onubense de nacimiento, con su fácil narrativa, entusiasmo y ejemplar taurinismo, nos enriquece con su extensa cultura taurina, y nos hace rebobinar nuestros recuerdos de aquella otra época, lejana ya en el tiempo, en la que nuestra aficíón y vocación por este enigmático mundillo de los toros nos introdujo en aquel entonces en la critica de la prensa taurina. Mano a mano, ella y yo, yo y ella, nos sentamos algunas mañanas a desayunar en la terraza del bar «El Leren, Leren» sito en el muy onubense barrio Verdeluz, y de inmediato las añoranzas parecen devorar nuestras viejas inquietudes al reverdecer toda la nostalgia de una época feliz y gloriosa del Toreo, que en el transcurso de los años aún sigue viva en nosotros.

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Rosa María comienza desgranando los inicios de su marido El Potita, aun muy joven en la categoria de becerrista, y posteriórmente como matador de novillos toros en plazas españolas, actuando en Las Ventas y en otras provinciales, pero el éxito se le niega pronto y decide dejar aparcada la espada y la muleta en el garaje de su casa para vestir la plata y la seda de los subalternos. Su voz de fácil dicción y entendimiento parece quebrarse en determinados momentos de la conversación hasta el punto de asomarse el tenue brillo de una lagrima en sus expresivos ojos. Medio mundo recorrió al lado de su esposo en tardes gloriosas y otras cargadas de sozobra según la condición y bravura de los astados; anecdotas por centenares, actos y homenajes con situaciones y recuerdos imborrables en la convivencia con las cuadrillas.

Esta sabia decisión del novillero es el comienzo de su considerable carrera de éxitos, dado que sus primeras actuaciones revelan ya sus notables conocimientos de la lidia al destacar con gran maestria y notoriedad con los palos y en la brega de los astados. Fue hombre sencillo, bondadoso y de carácter abierto, torero de mucho pundonor y decisión en esos momentos de la lidia en la que el toro impone el respeto de su encaste, y era necesario salir a los medios con el capote a parar sus bravuconas acometidas, y acercarlo al tercio para que el matador pudiera  tomar las medidas necesarias y oportunas, a veces con una sola mirada entre ellos bastaba para que el maestro se estirara confiado en los lances de la lidia. Con los palos era muy eficaz,  y los clavaba en ese sitio donde no molestara al matador, traseritos dos palmos por detrás del morrillo.


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